Neuropsicólogo demuestra la existencia de Dios en el ser humano, incluso en el cerebro de los ateos


LA VOZ DE GOICOECHEA (Por Sadniv Solrac).-  Jordan Grafman, neuropsicólogo de la Universidad Northwestern, publicó un artículo en julio donde argumenta que los neurocientíficos no deben temer investigar la religión.

Según Grafman, la renuencia a explorar estos temas se basa en el temor de ser considerados anticientíficos. Destaca que la investigación debe centrarse en entender cómo la religión afecta al cerebro y sus repercusiones, sin buscar desacreditar creencias.

Para promover este tipo de estudio, Grafman ha iniciado una colaboración con Ciência Pioneira, del Instituto D’Or de Pesquisa e Ensino, enfocándose en la creación de un centro virtual de investigación en “neurociencia de implicaciones”. Este espacio permitirá la cooperación entre investigadores brasileños e internacionales en el ámbito de la cognición religiosa, explorando la interacción entre diferentes creencias y el impacto de la neurociencia en la comprensión de lo religioso.

En una entrevista, Grafman reafirmó su postura diciendo: “Dios existe. Estoy seguro de que Dios existe en el cerebro”.

“Muchas personas en todo el mundo pertenecen a familias en las que existía una creencia antes de nacer, del mismo modo que los niños están expuestos a opiniones similares en casa o en diferentes lugares de culto”, continuó.

“Así que se trata de absorber el mundo que te rodea. Adaptas o adoptas estas ideas por diversas razones. Pero sí, a veces la gente realmente elige su sistema de confianza. Analizan o tienen una experiencia emocional dramática y dicen: voy a creer así por la experiencia que tuve”, añadió.

Según los estudios, los individuos de familias ateas pueden optar por no creer en Dios, lo cual también es una forma de creencia. Además, algunas personas eligen ciertos sistemas de opinión porque les brindan confort y ayudan a reducir la ansiedad.

“Una vez que has estado expuesto a la idea de Dios o de la religión, ¿adivinas dónde te encuentras? En tu cerebro. De modo que incluso los ateos tienen una representación de Dios en sus cerebros. No puedo escapar de Él. Por eso, esto puede parecer radical, pero digo: Dios existe. Estoy seguro de que Dios existe en el cerebro. Entonces podremos estudiar a Dios de forma segura y con gran detalle examinando cómo el proceso cerebral representa y permite nuestros comportamientos asociados con la religión”, explicó.

El neurocientífico sostiene que el cerebro humano está indudablemente orientado a la creencia.

“Lo que intentamos hacer, como humanos, o como especie, es tratar de explicar los eventos que estamos viendo. En tiempos muy antiguos, cuando llegaba una tormenta o un terremoto, por ejemplo, la gente preguntaba: ¿qué causó esto? ¿Quién salió con esto? Bueno, es más poderoso que nosotros como humanos. Debe ser otro de algún tipo. Muchas de las primeras explicaciones de los acontecimientos naturales fueron agentes sobrenaturales. Ese fue el comienzo”, dice Grafman.

Asimismo, señaló que muchos científicos evitan investigar la espiritualidad debido a un dilema social: el prejuicio en torno al tema y el temor a ser ridiculizados. A menudo, los académicos que no creen en Dios se muestran reacios a explorar la religión, lo que limita la publicación de artículos sobre el tema. Esto provoca que tanto científicos como religiosos se alejen de una exploración más profunda de la espiritualidad.

El investigador destaca que la religión es fundamental en la sociedad, con más lugares de culto que instituciones educativas. Sin embargo, el número de estudios que conectan la religión con la neurociencia social es sorprendentemente bajo. Grafman sugiere que este fenómeno se debe al temor sobre las repercusiones en las carreras académicas.

Desde una perspectiva científica, Grafman aboga por investigar no la religión en sí, sino sus efectos en el cerebro y las emociones humanas. Señala que muchos creen que la oración puede influir en la sanación, ya sea a través de prácticas personales o en lugares de culto asociados a milagros. Este fenómeno, que involucra a miles de millones de personas, merece atención científica para comprender mejor su potencial impacto en la vida de las personas.
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