Vivimos en una sociedad donde el éxito, a veces, se ve con desconfianza. Hay quien piensa que el triunfo en la vida, lejos de ser el reflejo del esfuerzo, se debe en realidad a la influencia de terceras personas o incluso a esa suerte del destino que, de vez en cuando, nos bendice con su varita mágica.
Puede que sea cierto. Es posible que las influencias sirvan para que determinadas personas asciendan sin tener las adecuadas competencias. Sin embargo, el talento existe.
Más aún, si alguien triunfa laboral o personalmente en un ámbito determinado, se debe en realidad a muchas noches en vela, al esfuerzo cotidiano, a los sacrificios y a esa batalla constante donde no cabe la rendición.
Porque en la vida, como todos sabemos, nada cae del cielo. Sin embargo, hay quien se limita a soñar, a esperar que “las cosas acontezcan” por un capricho del universo. Otros, por su parte, saben que, para alcanzar un sueño, solo cabe una fórmula mágica: trabajo. Te proponemos reflexionar sobre ello.
William Shakespeare decía en uno de sus textos que “el destino baraja las cartas pero, en realidad, somos nosotros quienes decidimos cómo jugar”.
Quien piense que la felicidad de uno de nuestros amigos o el ascenso de nuestra vecina en su trabajo se debe solo a la casualidad, se equivoca.
Tanto es así que hay quien se esfuerza en buscar explicaciones autocomplacientes para esconder una evidencia: la molestia al ver que los demás son mucho más felices que uno mismo.
Puede resultar algo chocante, no hay duda, pero tras esta realidad se esconden procesos psicológicos muy interesantes. A continuación te explicamos aspectos importantes sobre el éxito, la superación y la envidia.
El doble filo de la felicidad ajena
“Deseo que seas feliz, pero no más que yo”. Esta idea resume, sin duda, lo que un “falso amigo” sentiría por nosotros al vernos vivir la existencia que soñábamos.
Si has notado en alguna ocasión que alguno de tus conocidos te daba a entender esta misma sensación, vale la pena entender por qué. Hay quien necesita tener cierto dominio en su círculo más cercano. Ese control se basa también en una igualdad de condiciones. Si alguien se sale de este equilibrio se ve con desconfianza y rechazo.
Esa necesidad de control esconde, en realidad, una baja autoestima. Si todos los que me envuelven están “tan mal” como yo entonces mis vacíos no destacan, hay una igualdad de condiciones.
“¿Que quieres opositar para lograr una plaza en ese trabajo? ¡Pero si todo está amañado y las asignaciones se hacen a dedo!” “¿Que te has enamorado de esa persona? ¡Pero si es demasiado para ti, vas a perder el tiempo!”Todos hemos oído este tipo de frases en más de una ocasión. Puede cambiar el escenario, el contexto y las voces, pero el propósito es siempre el mismo: arrancar alas, apagar ilusiones y, por qué no, hasta evitar “que seas más feliz que yo”.
Queda claro que debemos ser realistas puesto que, a veces, alzamos castillos de naipes sobre nubes de algodón.
Sin embargo, cuando nuestro propósito es claro, lógico y posible, hay que hacer lo imposible por lograrlo.
El esfuerzo cotidiano es reflejo de la perseverancia. Quien no invierte tiempo, emociones, ilusiones y cada una de sus células, nervios, neuronas y latidos en ese propósito no triunfa. Porque en la vida, como ya sabemos, nadie regala nada.
Junto a la perseverancia y el esfuerzo cotidiano se integra, a su vez, una actitud inquebrantable: la de la “no rendición”.Quien ansía conseguir un propósito no solo trabaja, no solo invierte tiempo. A su vez, debe hacer frente a muchos condicionantes externos.
No solo están esos falsos amigos antes citados: los “apagasueños”. A su vez, está la propia sociedad, sus estructuras, sus puertas de atrás, sus filtros, sus muros… Y, por supuesto, esas zancadillas que siempre nos encontramos.
Hay que resistir. Cuando uno se ve capaz de lograr algo, debe batallar en esos océanos convulsos donde no todos siguen a flote. Porque, a veces, no basta solo con tener talento.
En ocasiones, hay que tener un corazón valiente y una mente noble, fuerte y decidida. Solo así conseguiremos el éxito que merecemos.
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