El tico a través del tiempo


LA VOZ DE GOICOECHEA
(Por Edgar Espinoza, periodista).-  
Hace unos ocho mil años, cuando empezamos a ocupar esta tierra bendita, ya éramos bien chirotes o, como decimos ahora, pura vida.

Digo «empezamos» porque, aunque todavía faltaba mucho para llamarnos Costa Rica, ya se sentía en nuestras primeras tribus ese gen del «ticazo» que hoy nos distingue.

Alegre, despreocupado, informalote, carebarro, impuntual, arriado, fiestero, enamorado, tragón, indeciso, atenido...

Solo así es posible explicarse que, no bien llegaron a estas tupidas selvas, los aborígenes anduvieran felices y turumbas bebiendo fermentos de mango, caimito y marañón hasta caer redonditos al suelo.

De allí que, al saberla tierra ubérrima, olorosa a nueva y tropical, se instalara en ella a comerse todo lo que colgara de sus árboles, brotara de su suelo o se asomara de sus aguas.

En cuestión de semanas ya comían tepescuintle y guatusa con yuca y camote asados en sus fogatas primitivas a la orilla del mar, en las cejas de montaña y en valles y sabanas.

En la noche, entre hechizos y bebedizos, boquitas de raíz, plantas silvestres, danta y saíno, degustaban las anécdotas del día al abrigo de armazones de palmas y bejucos con tapavientos.

Que no taparrabos pues aún entonces, sin mayor incidente, podían exhibir al aire libre su arsenal reproductor por un tema más de comodidad, rapidez y ventilación.

Más acá, por el año 1500, ya más civilizados y encendidos, los naturales ticos se entregaban en cuerpo y alma a sus rituales entre cortejos y festejos, pitos y timbales, chicha y amor libre a todo calibre.

Claro que entre ellos tenían sus escaramuzas que resolvían a flechazo limpio en el campo del honor siempre en aras del poder y las jerarquías políticas y territoriales.

Pero nada nuevo, en realidad, bajo el cielo.

Hasta que dos años después se nos vino encima, con Cristóbal Colón al frente, el choque planetario que nos devastó, cambió y marcó la vida para siempre.

Ya nada nunca más fue igual con los conquistadores aquí sometiéndonos, mestizándonos y adoctrinándonos a lo largo de varios siglos.

Hasta licuarnos en un veteado multiétnico ya no bajo la férula de un cacicazgo de plumas y tatuajes sino de una monarquía de oros, amantes y diamantes a control remoto.

Un tico de mezclas hidalgas y plebeyas, sangre azul y bastardías, blancos y cholos rancios, aristocracia terrateniente y, por supuesto, el infaltable peón.

Un tico olvidado, ninguneado y en el último vagón del tren centroamericano capitaneado por el virreinato de Guatemala con sus licencias y preferencias.

Un legado y una transición con un saldo en rojo al llegar nuestra población a la Independencia, afectada por una conquista y colonización desde el principio traumática y enajenante.

Llegamos como los más pobres de Centroamérica y quizá del continente, fracturados por localismos políticos incapaces de dar unidad y contenido al nuevo Estado.

El socollón de 1821 nos metía otra vez en la vorágine del cambio y de un nuevo paradigma para el que no estábamos preparados.

No hubo tiempo para brindis ni algarabías.

El desconcierto, las pugnas y los localismos marcaron, a su ritmo, nuestro paso hacia el nuevo Estado y la posterior declaración de la Costa Rica como República.

En medio de todo, la actitud visionaria, patriótica y valiente de nuestros líderes, y del pueblo mismo, se fue imponiendo para encaminar al país por la senda de la libertad y democracia.

Y de la economía de punta cuando la exportación de café fue sacando pecho, dándole fuelle a nuestro desarrollo y modelando los nuevos perfiles sociales.

La llegada de los liberales en 1870 le pegó ya un mayor turbinazo al país con seis magnas obras inéditas para nuestra calidad de vida y bienestar.

Entre 1890 y 1910, en apenas veinte años, dos ferrocarriles que unieron ambos mares con la capital.

Además, la electrificación de San José, el tranvía, el Teatro Nacional y un notable impulso a la educación que nos pusieron entre los países más avanzados de América Latina.

Entre 1910 y 1948, sin embargo, una sucesión de acontecimientos nos apagó la sonrisa e impusieron nuevos desafíos.

Desde terremotos como el de Cartago en 1910, hasta dos guerras mundiales, la Gran Depresión y dos golpes de Estado.

Entretanto, la aristocracia cafetalera de abolengo y pierna cruzada a la europea, se repartía el poder político y económico con toda suerte de privilegios.

El tico-ticón, por su lado, hacía su vida a otro nivel feliz con su aguadulce y pan casero, turnos y corridas, amores clandestinos y rezos para el perdón, carretas de bueyes y manos curtidas por la siembra y la cosecha.

Pero sin dejar de ser consciente de las turbulencias del poder contra las cuales reaccionó siempre, con movimientos de protesta, tanto en el siglo XIX como en el XX.

Un tico cabreado

Con todo y todo, 1940-1950 fue una década de reformas sociales que, si bien al principio pintó favorable para ese ciudadano, al final este acabó pagando muy caro con la revolución del 48 y la estela que hasta hoy se prolonga.

Como el devastador tsunami de instituciones autónomas y semiautónomas que, a la par de un gasto público y burocracia cataclísmicos, sindicatos incluidos, nos pusieron a los ciudadanos de rodillas.

Dando pie al Estado corrupto del hoy exclusivo club VIP de amigos políticos, empresarios, periodistas y narcotraficantes, y no al ente esperado al servicio del ciudadano que lo mantiene a muy alto costo.

Como la desigualdad, que ha creado distancias de años luz dentro de la familia costarricense, otrora más unida, solidaria y devota a su patria.

Ahora, gracias a ese Estado sin pies ni cabeza, pero con sus buenos tentáculos, tenemos que convivir con narcotraficantes, sicarios y gatilleros.

Con la industria porno, las corporaciones de estafadores por internet, el blanqueo a todo nivel, la inseguridad, el turismo sexual contra menores…

Con migraciones indeseables porque ven en Costa Rica su emporio ideal para delinquir, refugiarse, violar y hacer negocios turbios.

Por eso, enhorabuena este cambio actual que, contra viento y marea, el ciudadano empezó a impulsar.

Siempre en ruta hacia el futuro digno y justo que tanto anhela.

A veces miro hacia muy atrás y me pregunto qué hubiera sido de los ticos si nos hubiéramos quedado aborígenes.

Una potencia tribal.


*

New2020-  Goicoechea es el cantón número 8 de la provincia de San José, fundado en 1891. Hoy conformado por siete distritos: Guadalupe, San Francisco, Calle Blancos, Mata de Plátano, Ipís, Rancho Redondo y Purral. Donde orgullosamente decimos: "De la montaña a la ciudad, así se extiende mi cantón". "Goicoechea, Goicoechea, te llevo en el corazón." -

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