“Necesitamos adentrarnos en otros cultivos inspiradores de vida, sustentar la cultura humanística y sostener la expresión innata de nuestras identidades culturales”.
LA VOZ DE GOICOECHEA (Por Víctor Corcoba Herrero, columnista).- La singularidad que todos poseemos, se conjuga a través de la interioridad vivencial y de la intencionalidad expuesta, a través de la voluntad, modulando y modelando un hálito reintegrador de pulsos y mente, de forma activa, para la reconstrucción de nuevas rutas. Nada permanece, todo está sometido al avance social, lo que requiere de cierta audacia para llegar a buen puerto. Todo esto nos exige transitar en comunión, con innovación imborrable y con una mirada atenta; ya que puede abarcar, desde la expresión artística hasta la resolución de problemas en un contexto socioeconómico.
Tengamos en cuenta, que el don pasivo no es humano, no debe serlo jamás; puesto que vivir por sí mismo, es una transformación inherente a cada época, que debe convertirse en una oportunidad para renovar y repensar sobre el propio horizonte actual. Recomponer el contexto sociocultural reinante y proyectarlo hacia el futuro, a partir de la sencillez, es lo que en realidad nos abre a la diversidad y reconduce a la unidad. Al fin y al cabo, la creatividad es lo que hace germinar la conexión del soplo armónico con ese mundo discordante, que nos está ensuciando nuestros interiores existenciales.
El que no concibe e imagina, tampoco vive. Precisamente, hoy en día, las industrias creativas se hallan entre los sectores más dinámicos de la economía mundial y brindan nuevas oportunidades para que los países en desarrollo salten a las áreas emergentes de alto crecimiento de la economía mundial, sin obviar esa dimensión estética necesaria, donde se conjugue la ética con el aire embellecedor donante-coparticipe, atmósfera que debe trascender la realidad material y humanizar el mundo que nos rodea, ya que el ser humano es su sujeto y su fin. Naturalmente, los nuevos descubrimientos, nos demandan un clima de cooperación donante para hermanarse y hermanarnos a la vida.
Nuestra asignatura pendiente es superar el individualismo, la competitividad y la conflictividad de intereses. Tenemos que salir de todos estos conflictos que nos degradan y salir al encuentro con los demás, más allá de sí mismo, para conectar, cuestionar y ser comprendidos. En consecuencia, la apuesta por una educación que incentiva el alumbramiento, impulsando evoluciones en entornos rodeados de actividades lúdicas, desafíos y arte, nos hará entender que cualquiera que busque la verdad, consciente o inconscientemente, recorre una cancha que, en último término, requiere de una energía naciente, para no dejarse limitar por un pensamiento miope que se resiste a cambiar.
Indudablemente, tenemos que dejar atrás rutinas mundanas y falsos espejismos, que nos trituran la esperanza, dejándonos sin fuerza para crear nuevo estilo. Aún, nos falta nobleza y nos sobra vanidad. Necesitamos adentrarnos en otros cultivos inspiradores de vida, sustentar la cultura humanística y sostener la expresión innata de nuestras identidades culturales. Para ello, será bueno repensar las políticas para incentivar el mundo de las ideas, ganar confianza entre sí, invertir en el bien colectivo, no esconder la plata en los paraísos fiscales. La inversión es dar ilusión, instaurando el ingenio y la fuerza comunitaria precisa, para tener el valor de progresar.
Seguramente, a poco que nos adentremos en el vasto campo de acción, renovado engendro del auténtico amor, puestas en las cosas que nos circundan, descubriremos la llamada a ser actores animosos en todos los ámbitos de la vida social. Para hacerlo, deberemos mantener fija la mirada más en lo psíquico que en lo corporal, en la realización de la persona, que es lo que verdaderamente da alas a los mejores sueños. Por desgracia, las fuerzas de la división y el odio están hallando un terreno productivo en un paisaje deteriorado por las injusticias y los conflictos, que impiden el desarrollo del espíritu forjado.
Los caminos recorridos hasta ahora, están ahí, permanecen en el tiempo a través de las tradiciones. Estas reconocen que, son los comportamientos morales universales requeridos por la naturaleza misma del ser humano, las que expresan el modo en el que la persona se debe situar de forma creativa, a la vez que armónica, en un orden metafísico que le supera y da sentido a su propia existencia. Desde luego, este precepto está impregnado de un conocimiento inherente, que no sólo hemos de saber descifrar, también encauzar en nuestros propios andares cotidianos para poder conectarnos entre sí; mejor corazón a corazón, para fraternizarnos.
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