“Los pueblos que no defienden lo suyo terminan siendo inquilinos en su propio país”. (Juanito Mora P.)
Son pocos, poquísimos, quienes no lo son; son poquísima minoría los que aplican aquella frase —atribuida a Hobbes— que señala: “el hombre es lobo del hombre”.
Las mujeres y hombres (jóvenes y mayores) de nuestra patria —la grandísima mayoría—, honradamente: con sus estudios, trabajos, profesiones o negocios, promueven la convivencia fraternal y paz social. Sí: nuestra sociedad es de alma buena.
No obstante, nos hemos descuidado. Hemos creído que la vida, la libertad, la justicia social y la paz son eternas. Creímos que esos valores (derechos y deberes) se cuidan solos y hemos descuidado la Costa Rica de la solidaridad y el desarrollo social: hoy somos de los países más desiguales del planeta; somos de los pueblos más temerosos, por inseguridad en casas, centros de estudios o negocios, calles o lugares de recreo. Hay desigualdad y también violencia.
Hace poco tiempo, pensando en Ucrania, el papa Francisco decía: “corren ríos de sangre y lágrimas”.
Y, aquí, en nuestra tierra no estamos muy lejos: hay lágrimas y sangre. En 2023, hubo alrededor de 500 accidentes de tránsito y más de 900 muertes por homicidios (a la fecha de 2024, casi 250).
El Estado de la Nación del 2023 nos indica: “En sucesivas ediciones el Informe ha reportado un deterioro en la convivencia social, tanto en el ámbito familiar como en el entorno regional y nacional”. “Todas las fuentes de información analizadas convergen en indicar una fuerte disminución de la seguridad ciudadana y de las relaciones pacíficas que caracterizaron a Costa Rica”.
Y “el país consolidó un desgaste de los logros históricos de su desarrollo humano sostenible. Esta cosecha de resultados negativos acumulados, un nuevo paso en el progresivo abandono del contrato social costarricense tiene como principal consecuencia un debilitamiento en la capacidad previsora; es decir, la posibilidad de anticipar los problemas, acometer lo necesario para solventarlos y sentar las bases de un futuro compartido de más bienestar para el mayor número de habitantes”.
Respecto a la desigualdad, se podría citar lo que pareciera es —como dice la expresión popular—: “a confesión de parte, relevo de pruebas”. Me refiero a la declaración en prensa, el 11 de diciembre anterior, dada por el presidente de república, a saber: “Parar el deterioro de la desigualdad es complejo. ¡Se deben hacer cambios estructurales profundos!” y “Seguimos siendo una de las sociedades más desiguales del mundo. ¿Por qué? Tenemos un sistema tributario regresivo”.
Esas palabras, para toda sociedad, deben provocar profunda reflexión, ¿serán ciertas o será justificación?
Lo que sí es real, muy real, es la desigualdad social y la inseguridad general. Es lamentable lo que se vive en nuestra nación. Hay violencia… hay muertes, muchas muertes de hijas e hijos de nuestra patria común. Estamos perdiendo el alma de sensibilidad social.
¿Acaso nos están aboliendo el alma? El alma de: “bajo el límpido azul de tu cielo blanca y pura descansa la paz”.
Hoy, bajo nuestro cielo, hay injusticia social… hay temor y terror, y hay muchos brazos cruzados. Nos están robando bienes, pero lo más importante: robando el alma, especialmente, de nuestros jóvenes.
Los enemigos de los buenos nos están quitando la paz. Reflexionemos y ocupémonos de ello.
Decía Martin Luther King: “No me preocupa el grito de los violentos, de los corruptos, de los deshonestos, de los sin ética: me preocupa el silencio de los buenos”.
Y el héroe y libertador nacional (expresidente de la república) don Juan Rafael Mora Porras proclamó: “los pueblos que no defienden lo suyo terminan siendo inquilinos en su propio país”.
Don Juanito, con ese inspirador pensamiento, nos llama a defender la vida, la libertad, la justicia social y la paz: con el arma del cumplir —sin atraso— lo de: “El Estado procurará el mayor bienestar a todos los habitantes del país, organizando y estimulando la producción y el más adecuado reparto de la riqueza”.
Todas las personas, muy especialmente los gobernantes (para lo bueno fueron electos o designados), deben y debemos obligar —pacíficamente— que se cumpla el mandato del 50 constitucional y se recupere nuestra Costa Rica de sensibilidad y bienestar general.
Sirvan el amor a la vida y la libertad, para —con hechos cooperantes— nunca permitir la abolición del alma buena y siempre recordar: “Sepamos ser libres no siervos menguados”. ¡Paz integral para la casa común!
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