“Ojalá tomemos el hálito de las minúsculas legumbres que robustecen a los suelos y a las personas, lo hacen porque sí, porque la vida interior también demanda de terrenos confortables y de una buena asimilación”
LA VOZ DE GOICOECHEA (Por Víctor Corcoba Herrero, columnista).- El exceso de celeridad, que ya ocupa y preocupa hasta la obsesión los pasajes de nuestra vida, hace cada experiencia más superficial y con menos nutrientes. Olvidamos que los tiempos vividos requieren de una adecuada fermentación; y, así, todo se desvirtúa y además se desvincula de su propio sustento natural. En efecto, cada cuestión tiene su instante preciso y precioso como fuente de energía, para un humanismo visible y real. Naturalmente, no hay mejor aliento que el alimento que nos enlaza a las raíces, a los ritmos del corazón, que comparte experiencias en un deseo de encontrar la música adecuada para esta armonización viviente que todos buscamos, por necesidad del cuerpo y del alma. No olvidemos jamás, que el mejor bienestar, se consigue injertando comunión de sentimientos con reunión de actitudes. Somos puro movimiento, en realidad.
Ciertamente, en algún momento de nuestra vida, tendremos necesidad de asistencia, de alivio de la carga del dolor o de carencias emotivas, afectivas y efectivas; lo que precisa de planes de acompañamiento, de estar junto al que sufre, para que pueda vencer la sensación de soledad. Es cierto que la poesía puede ayudarnos a fortalecernos de esta dolorosa sensación que hoy muchos compartimos; pero la verdad ineludible es que, en las actuales condiciones, con este modo de tratarnos unos a otros en contienda permanente, dentro del espíritu de familia que todos llevamos consigo, no hay mejor nutriente que la reconciliación. Si nos dividimos, más nos adentramos en el puro egoísmo, que sumado al fracaso en conciliar la justicia y la libertad, hace que se acreciente y se avive el naufragio hasta en el aprecio personal. Desde luego, nadie puede amar sin comenzar a amarse él mismo.
Por otra parte, la liberación sin sumisión es desorden y la sumisión sin liberación es vasallaje. Indudablemente, el mejor aire para limpiarnos es el del amor verdadero, aquel que todo lo nutre de luz y alegría. Sin duda, tenemos que reencontrarnos, eliminar el estado salvaje, regresar al hogar de siempre, para convertirnos en un manto de ilusiones y no en poblados repoblados de miserias. Sea como fuere, hay que construir, jamás destruir ni destronar a nadie de nuestro horizonte de sueños. Deberíamos ser como esas semillas comestibles de las plantas leguminosas que se cosechan para ser consumidas, y que no sólo imprimen seguridad alimentaria, también generan beneficios medioambientales. Ojalá tomemos el hálito de las minúsculas legumbres que robustecen a los suelos y a las personas, lo hacen porque sí, porque la vida interior también demanda de terrenos confortables y de una buena asimilación.
Despertemos el sentido estético e imaginativo con la creatividad de los sentidos, mantengámonos en esa conversión interna permanente, reconociendo los lazos que nos hermanan, con la convicción de que no todo se termina en esta vida. Huyamos de cualquier vacío, de que nos devore el egocentrismo interesado y cómodo o el individualismo consumista y autodestructivo. Sin duda, tenemos que despertar, tomar conciencia de que todos los seres del universo estamos unidos por vínculos incorpóreos y que conformamos una especie de consanguinidad universal, bajo el sustento de los nutrientes morales, oriundos y sociales, conocidos como bienes comunes globales. Bajo esta perspectiva, el buen sentido diplomático adquiere una importancia inédita, en orden a promover tácticas cosmopolitas que se anticipen a los problemas más graves que terminan afectando a todos.
En consecuencia, para ser humano en un orbe en el que prolifera la deshumanización y la inhumanidad más cruel, hemos de dejar que el discernimiento entre en nosotros y que sea el ingenio el que nos ayude a trazar las buenas orientaciones expresivas. Precisamente, es el coraje reflexivo junto al talento providencial de los signos, los que nos abren las puertas a esa comunión mística de la que andamos tan hambrientos, por culpa de nuestras miserias humanas mortecinas. Guiados por el impulso colectivo de confianza, comprensión y solidaridad, es como se pueden afrontar los retos y tomar las decisiones correctas en el futuro que ahora tenemos por delante. Un porvenir que debe emanar mucho más de los corazones que de las mentes, lo que hará que la esperanza de un planeta sostenible tampoco se evapore. Querer es poder, así es. ¡Querámonos! Abrazados al alma, el olmo de la inspiración crece sin final.
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