Para muchas, escuchar habla de «violencia estética» es algo nuevo. Sin embargo, es una realidad que ha estado presente desde la antigüedad y que hoy es tema de discusión debido a sus consecuencias.
«Los veranos para mi son una pesadilla: tengo que estar flaca y depilada». «Me gustaría dejarme las canas, pero me dijeron que me hace lucir muy descuidada». «Prefiero ser una flaca triste a ser una gorda feliz». Estos son apenas algunos de los comentarios que suelen escucharse entre aquellas que se enfrenta a la tiranía de la belleza.
Es una forma de violencia que obliga a responder a ciertos patrones y mandatos sobre cómo vestirse, qué medidas tener, cómo debe ser la figura, etcétera. Si bien pasa desapercibido por lo mucho que se ha normalizado, lo cierto es que tiene implicaciones psicológicas que no deberían descuidarse. Veamos en detalle de qué se trata.
¿Qué es la violencia estética?
Cuando pensamos en violencia, a menudo nos limitamos a su forma física o psicológica. Sin embargo, en nuestro día a día nos encontramos con otros tipos de abuso más sutiles o silenciosos, pero igualmente peligrosos. Entre estos cabe mencionar a la violencia estética, que ha estado bastante presente en los medios de comunicación y otras áreas.
Para ser más exactos, está relacionada con la validación de un único modelo de belleza, que determina cuerpos hegemónicos y deseables. Por tanto, todas aquellas personas que no cumplen con dicho ideal, quedan por fuera, es decir, son menos valiosas. Sus principales características son las siguientes:Sexista. Porque si bien afecta a todas las personas, en general recae con mayor presión y exigencia en las mujeres. Los varones pueden tener «pancita », pero ellas «se descuidaron y están gordas».
Racista. Por lo general, destaca los cuerpos blancos o suele responder a un parámetro de cuerpos occidentales que deja de lado la diversidad corporal que —muchas veces— va de la mano del contexto y las condiciones geográficas.
Gordofóbica. Rechaza los cuerpos con curvas, con otras proporciones o con sobrepeso.
Edadista. Promueve la juventud como un valor y rechaza el paso del tiempo y la vejez.
Discriminadora. Reconoce un único cuerpo y rechaza los cuerpos con diversidad funcional. Después de todo, ¿cuántas personas que usan sillas de rueda trabajan como modelos? De seguro, al pensar en ello, sobran varios dedos de la mano.
Reproduce los estereotipos de género. Esto sucede al establecer como parámetros qué es masculino y qué es femenino, y criticar a quienes no cumplen con ellos. Un ejemplo es cuando decimos que tal mujer no luce femenina porque no se cuida el pelo o no se pinta las uñas.
Ahora bien, vale la pena destacar que si bien la violencia estética tiene como víctimas principales a las niñas y las mujeres, también la sufren identidades no binarias y los hombres en menor medida. En este último caso, algunos ejemplos son cuando ellos pierden el cabello, no responder a cierta estatura, etcétera.
Consecuencias de la violencia estética
La presión por «encajar» a ciertos modelos e ideales desemboca en situaciones de malestar. En particular, genera estados de estrés, ansiedad y baja autoestima. Muchas personas son discriminadas y estigmatizadas por no cumplir con ese «debería» que prescribe la belleza.
En respuesta a esto, algunos se someten a dietas estrictas que conllevan a trastornos alimentarios que perjudican la integridad física y mental. Tal es el caso de la bulimia, la anorexia, la ortorexia, entre otros.
Asimismo, hay quienes se exponen a cirugías estéticas para borrar arrugas y líneas de expresión o para disminuir el abdomen y aumentarse el busto. De este modo, el cuerpo empieza a ser modelado en función de mandatos, alejándose cada vez más del aprecio y del respeto por uno mismo.
La violencia estética también se encuentra entre las causas del acoso escolar. Todos conocemos algún caso de un compañero que era acosado por su peso y a quien no elegían para el equipo de deportes.
Su peligro es aún mayor porque se empieza a desarrollar a edades tempranas y tiene un impacto negativo en la identidad, la autoestima y en los cuerpos en desarrollo.
Por otro lado, no hay que obviar las consecuencias en relación a la sexualización y a la cosificación de los cuerpos —sobre todo de las niñas y las mujeres— que se encuentra implícita en dicho estándar de belleza.
Es decir, para llamar la atención y ser aceptadas, muchas veces se muestran en poses sexualizadas y eróticas, inadecuadas para su edad y para su madurez emocional.
En síntesis, la violencia estética expone a las personas a riesgos tanto en la salud física como mental. Al mismo tiempo, como sociedad nos convierte en intolerantes y discriminadores.
Cómo actuar ante la violencia estética
No es necesario esperar a que todo «explote» para hablar de un cambio. Podemos empezar a ser partícipes del mismo con acciones cotidianas y pequeñas, aunque no menos significativas. Algunas de las recomendadas son las siguientes: Evitar comentarios referidos al cuerpo de una persona, en los que se valora su poco peso, su juventud, etcétera.
Habilitar otros modelos para seguir. Por ejemplo, muchas veces transmitimos a las niñas que el aspiracional es ser como «la Barbie», pero nos olvidamos de las científicas, las mujeres líderes, las políticas, entre otras. Es decir, mujeres que no están confinadas a sus cuerpos, sino ocupando roles de poder.
Cortar los comentarios burlistas que sostienen y reproducen la violencia estética. No reírse ni ser cómplices de los mismos. De ser posible, indicarle a la persona que los hace que no es correcto.
Reconocer otros atributos y cualidades. Tanto en nosotros mismos como en otros y, sobre todo, reforzarlos. Las personas somos mucho más que una cara o un cuerpo bonito.
Cuidado con los mensajes encubiertos de empoderamiento
En ocasiones, bajo mensajes de empoderamiento y autonomía de los cuerpos, se confunde a las niñas y a las mujeres al momento de elegir lo que quieren ser, a mostrarse semidesnudas o exhibirse con libertad, cuando en realidad se trata de una maniobra más por responder a aquello que esperan el mercado y la sociedad.
Por supuesto, cada quien tiene derecho a hacer lo que desee. No obstante, es mejor no caer en la ingenuidad de que del otro lado no hay una mirada buscando opinar y validar cada paso que damos. Repetir más de lo mismo o hacer lo que se espera de nosotras no es—ni cerca— ser libres.
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