Solo una calle existía en la isla. Era una corta y ancha calzada de piedra. Un breve camino que iniciaba a la salida del embarcadero prolongándose hasta la comisaría...
LA VOZ DE GOICOECHEA (Por Gerardo A. Pérez Obando (GAPO), Escritor).- Las reglas de seguridad obligaban a que los cautivos fuesen encadenados antes del ingreso al presidio. El atracadero, punto esencial de acceso al cautiverio, constituía en una gran estructura de cemento que en contacto con el mar destacaba desde lejos.
La cantidad de escalones de las gradas que aterrizaban aferrándose al fondo marino variaba según la marea. La longitud de los casi treinta peldaños a subir era corta y dificultosa.
Los escalones desembocaban a la mitad de una incómoda y pequeña plataforma de escasos cincuenta metros de extensión que terminaba en una calzada de piedra.
Con el tiempo, la calzada de piedra también era conocida en el argot de los residentes como la “calle de la amargura”.
La escasa distancia de la “calle de la amargura” entre el atracadero y la comandancia se hacía eterna para la mayoría de los cautivos, especialmente a muchachos que acarreaban delitos simples o que la justicia había impuesto prisión sin comprobar completamente su culpabilidad.
Con los días, en el recorrido de advertencia, conocían inicialmente la capilla como un elemento arquitectónico y simbólico. Repasaban la comandancia, los calabozos de acceso, los pabellones, el dispensario, el barrio las “Jachas” y resaltaban el momento de llevarlos al “disco”.
Además del barrio las “Jachas” existieron la “Colonia” y el “Carmen” quienes se constituyeron en un símbolo de la diversidad de estratos y formas de vida en la isla.
Eran diseminadas habitaciones donde vivían los privados de libertad que se encontraban en el ámbito mediana abierta. Ellos se encargaban del mantenimiento de la hacienda, al cuido de ganado; bobino, porcino, ovino, aves de corral y un hato importante de venado cola blanca. Además, sus parejas o esposas tenían la oportunidad de visitarlos durante una semana al mes.
Un inmenso tanque de concreto cuya fosa inicialmente se utilizó para almacenar agua, al terminar su vida útil, por su redondez, se convirtió en el “disco”, una celda de castigo para los más atrevidos.
El “disco” estaba al centro de los pabellones de máxima seguridad y el calabozo rotativo. El “disco” servía para aislar a los mal amansados hasta por veinte días sin ventilación ni irradiación solar, en espacios con insoportable calor, bajo el concepto erróneos de ser un efecto positivo.
El dispensario era una unidad básica de primeros auxilios antes de trasladar los enfermos al hospital de Puntarenas.
Macho Sandí, quien había pasado por una cárcel y dos presidios había optado por pasar inadvertido.
No se inmutó en el momento que le asignaron al grupo de cortar zacate con cuchillo largo. A cada cautivo le correspondía “chapear” un área de diez por veinte metros entre las seis y once horas.
El Macho Sandí…era un experto con la “rula” …
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