Entre muchas, tres situaciones sobresalían en el histórico momento
Afuera, la sociedad presionaba por macabros y espeluznantes homicidios acontecidos. El Estado publicaba la fecha del mazazo final
Adentro reinaba la confusión ante una dualidad. Los “hijos del diablo” perdían hegemonía en pos de extinción. El ánimo general bajó a ras de piso
Esta sencilla y delicada etapa no fue abordada sicológicamente. El comportamiento grupal marginado, angustiado, desconcertado ante un futuro incierto....
LA VOZ DE GOICOECHEA (Por Gerardo A. Pérez Obando, (GAPO). Escritor).-La incertidumbre se posesionó en los sentidos de los cautivos. No atinaban que pensar ni opinar. El sistema participó en el desbarajuste personal de la población a través de injusticias, y ahora, nula comunicación acerca del proceso de desalojo. Esta zozobra, combinada con necesidades primarias de subsistencia, aumentaba el impedimento para que las secuestradas mentes asimilaran la confusa situación.
La peni era su punto de reunión, refugio, hogar, hotel, familia. La perspectiva de desalojarla aterraba. Como fuese, formaban parte de la historia. Se vanagloriaban al auto calificarse ser carne presidiaria. Esa confusa mescolanza acopló un colectivo y negativo sentimiento que mutó a la cofradía a rebelarse. Ese fue el inicio del capítulo final. Tres motines sacudieron al país convirtiéndose en aceleradores del proceso de clausura y desalojo de la peni.
En cada levantamiento utilizaron armas caseras. Los líderes elegían a cada integrante del pelotón. Machillo Sandí participó en los tres levantamientos como cabecilla de grupo. Quizá algunos detalles quedaron en el camino, pero aún guarda entremezcladas, remembranzas de las insurgencias.
“Las tres revueltas se originaron en el pabellón oeste. En el primer motín no pudimos acercarnos porque el paso estaba vedado. Una ametralladora 50 50 preparada nos paró en seco con una premeditada demostración. Para hacernos sentir, demolimos cuanto había en el interior.
No estoy seguro si fue el segundo, pero recuerdo que bajo mi liderazgo asaltamos la botica consiguiendo diez galones de alcohol. La operación continuó con saqueos en la bodega de comestibles y la panadería donde sacamos tres estañones de queroseno. Rodamos un tonel a la oficialía para, junto a un colchón, prenderle fuego.
Podría ser el tercero. Recuerdo a Retana, guía de otro pelotón, enviando cinco rebeldes al segundo piso del pabellón norte. La misión era traer las estatuas de ángeles para quemarlos en la primera planta del oeste. Soledad, como también le llamábamos se incomodó al encontrar una representación de Cristo crucificado. Solicitó que lo subiesen a la segunda planta. Gritaba improperios mientras la efigie caía al vacío. El pabellón quedó en ruinas.
Escuché gemidos. Varios policías habían quedado aislados y sin salida. Después de liberarlos de los escombros suplicaban piedad. Desde el techo del edificio de la Tercera Compañía ubicado al frente, un guarda comenzó a dispararnos. El Negro Guicho se escabulló sigilosamente arrebatándole la metralleta. Al no lograr accionarla la trajo a la peni. El Negro Guicho deseaba utilizarla. Era la primera vez que tenía una entre manos. Después de quitarle el seguro y subirle la tapa le dije que iba a probarla. Observé un pelotón de policías dirigirse a nosotros. Extraje el magazine para revisar el abastecimiento. Solo cuatro balas faltaban. El pelotón estaba a unos cincuenta metros por lo que procedí a saludarlos con dos ráfagas. El Negro Guicho intentó arrebatarme el arma. Cambió de colores al sentir el cañón apuntando hacia su pecho. Fue un instante de calor, pero simpatizábamos, lo consideraba amigo. Sonreí al reintegrársela. Guicho salió con su grupo. De mi parte, retomé la operación “destrucción.”
En ese tiempo tenía varios meses de trabajar en la cocina de la peni ganando confianza entre mis superiores y la consideración de algunos oficiales. Estaba seguro de que después de la destrucción merecía el premio que perseguía…el traslado al penal en la isla San Lucas…**
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