LA VOZ DE GOICOECHEA (Por Alberto Cabezas, periodista).- El pasado 31 de agosto, alrededor de las 6 de la tarde, el tren que cubría la ruta de San José a Cartago se detuvo abruptamente. Un arrepentido apagón sumió a los pasajeros en un momento de incertidumbre. En medio de la oscuridad, una sensación de suspensión se apoderó de todos los presentes en el vagón, y los murmullos de preocupación llenaron el aire. Era un episodio que varios de los usuarios habituales de esta línea ferroviaria rara vez habían experimentado.
Los pasajeros, en su mayoría, eran usuarios frecuentes del tren, y sus rostros iluminados por la luz de los celulares revelaban una mezcla de emociones. Algunos aprovechan la oportunidad para presumir sus mejores ropas y bolsos, quizás conscientes de la posibilidad de un encuentro inesperado o simplemente para darle un toque de estilo a su viaje. El vagón era un crisol de diversidad, con pasajeros de diferentes orientaciones sexuales y géneros, incluyendo aquellos que no se identificaban estrictamente como masculinos o femeninos.
Los representantes de INCOFER que atendían al público en ese momento llamaban la atención no solo por su amabilidad y profesionalismo, sino también por su apariencia física atractiva y pulcra. Parecía como si el tren se hubiera convertido en un escenario para un desfile de modelos ferroviarios.
Mientras tanto, los pasajeros se dividían en grupos. Algunos sonreían, quizás porque disfrutaban de un momento de tranquilidad en medio de la rutina diaria, mientras que otros suspiraban, evidenciando el agotamiento después de una jornada ardua. Algunos pocos, desde que abordaron el segundo tren tras el transbordo, optaron por quedarse en la parada de Calle Blancos, lo que dejó a la mayoría de los pasajeros continuar su viaje hacia Cartago.
Dentro del tren, se pudieron observar algunas curiosidades. Algunos ocuparon los espacios destinados para personas con discapacidad sin serlo, una pequeña muestra de la falta de conciencia en la sociedad.
Los pasajeros se comunicaban en diferentes tonos de voz; algunos murmuraban en susurros, mientras que otros conversaban con una voz alta y enérgica.
El constante sonido del pito del tren proporcionaba una banda sonora única para este viaje, mezclándose con las conversaciones y los pensamientos de los pasajeros.
Finalmente, cuando el tren llegó a su destino en Cartago, la mayoría de los pasajeros mostraron un deseo ferviente de salir corriendo, ansiosos por poner fin a su viaje.
La orden fila que se formó para desembarcar se debió, en parte, a la eficiencia de los funcionarios de INCOFER, que se esforzaron por mantener el orden y asegurarse de que todos tuvieran la oportunidad de salir del tren sin problemas.
Este viaje en tren el 31 de agosto fue un testimonio de la diversidad y la vida cotidiana que se cruza en el transporte público.
En medio de la inusual interrupción y la posterior travesía, los pasajeros experimentaron un mosaico de emociones y vivencias, recordando una vez más que, en el tren de la vida, cada vagón alberga una historia única.
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