La corruptela en la “peni”

La efigie del castillo medieval que a distancia evocaba la supremacía histórica imperial de un pasado que nunca existió en América, escondía en sus adentros una oscura realidad que iniciaba en el momento en que los detenidos atravesaban el límite entre la libertad y el cautiverio. En segundos, y sin conocerlo, para los de nuevo ingreso la vida se les convertía en martirio, pese a ello, algunos reincidían porque al sentir el menosprecio de la sociedad cometían cualquier delito que de inmediato los devolviera al “hotel”. Para acrecentar esta zozobra se sumaba la inescrupulosa actitud de algunos policías, funcionarios y empleados por el favoritismo hacia ciertos cautivos en busca de provecho personal... 

LA VOZ DE GOICOECHEA (Por Gerardo A. Pérez Obando, (Gapo). Escritor).- Uno de los tres Sandí había sido liberado sin nunca regresar provocando que el mote de “Machillo” quedase atrás, además, habían pasado algunos duros almanaques y ya no era un carajillo”. Para diferenciarlo del Macho Cruz, quienes le conocían le llamaban solo “Macho” aunque los más alejados agregaban el Sandí´.

La sobrevivencia en el inframundo había convertido al Macho Sandí y demás presidiarios en suspicaces observadores quienes estilaban estar “ojo al cristo por ‘si’las’... moscas”. Ningún acontecimiento sospechoso se les escapaba. El Macho descubrió que a Canalete la policía le permitía recorrer secretamente los pabellones recolectando objetos de empeño. Canalete también prestaba dinero a los vigilantes quienes le compraban a bajo costo los chécheres que recibía en “empeño”.

Para introducir armas y/o drogas al presidio bastaba conversar con ciertos guardias de seguridad quienes tenían una tarifa estipulada. Dentro de los trabajadores había competencia. Estaban los maestros, el de escuela y el de encuadernación. El perito de encuadernación lo hacía para financiar su alcoholismo. El instructor de escuela, el panadero y el jefe de cocina, por negocio. Proveían marihuana, licor y lo que fuese. Hubo el caso de un reo cuyo encierro coincidió con el de su tío fungiendo como director del presidio. El sobrino salía, compraba, y entraba con drogas a vista y paciencia de la guardia que no revisaba lo que ingresaba. Cualquier reo que necesitase algo personal o algún envío desde sus casas lo conseguía por un costo establecido. No existía adaptación a la sociedad para los internos quienes al terminar su condena normalmente salían descalzos, hambrientos, prácticamente vestidas con harapos y sin oficio en que desempeñarse porque lo único que habían aprendido entre rejas era perfeccionar el arte de delinquir.

Dentro de la muralla el preso vivía enfermizo, hambriento, pero la pena más sentida sería posiblemente morir abandonado por los allegados y sin que lo percataran. Macho Sandí recuerda la cruda experiencia vivida en las cajas fuertes de la Reforma (USI) cuando enviando un mensaje al director de entonces, cuyo nombre no es digno de mencionar, recibió como respuesta el tosco y ofensivo comentario -porque tenía que molestarse en enviarme un lápiz y un cuaderno, que recordara que estaba en un centro penal, no en una escuela.

Con ayuda de algunos compañeros y revistas comenzó a deletrear y conocer las letras del alfabeto. Al final concluye que nunca aprendió a escribir ni leer como lo deseaba ya que su aprendizaje autóctono fue a “medias”. Actualmente escribe para él porque nunca conoció de reglas ortográficas, menos gramaticales. De hecho, afirma que los tres motines que hubo en la peni tenían la misión y visión compartida entre los subyugados para destruirla por la pésima alimentación, escasa atención médica y deshumanización. Comparaban el trato recibido peor del que harían hacia perros callejeros afirmando que un zaguate delicado no comería las raciones diarias.

En el apogeo de los hijos del diablo se contabilizaron otros escalofriantes homicidios y algunos motines. El Macho Sandí, a quien le acreditaban el récord de haber participado y liderado violenta y activamente en las tres rebeliones fue ganando presencia entre las autoridades.

Después de la natural y escalonada disolución de la banda de los hijos del diablo el Macho Sandí se las ingenió para colaborar trabajando en la cocina de la peni. Ahí permaneció mucho más tiempo del esperado, pero al fin logró su objetivo.

Su meta era ganarse la confianza de las autoridades en un acto de arrepentimiento para que le trasladasen al presidio de San Lucas, donde sin imaginarse la forma en ejecutarlo, se había prometido a sí mismo que bastarían seis meses para lograr escaparse del maldito yugo de la isla puntarenense…

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