Aunque fue un reinado de terror, los hijos del diablo en cierta forma establecieron una particular “equidad” en el desmadre que se vivía entre rejas especialmente para los más débiles, sin embargo, sucedían incidentes entre reclusos fuertes y la pandilla no metía la mano esperando y dejando que sucediera lo que tenía que pasar en cualquier momento...el mundo en la peni fue rudo…
LA VOZ DE GOICOECHEA (Por Gerardo Alb. Pérez Obando (GAPO) Escritor).- Con el tiempo el Machillo Sandi conocía el teje y maneje del cruel submundo en el cual estaba inmerso. No se preguntaba el por qué estaba recluido sino en la manera para sobrevivir. Sabía que muchos le llevaban “ganas “por diferentes razones: Había sido compañero de niños y ahora compartía la celda con el jefe Minor, además, administraba la lista de ejecuciones por lo que estaba al tanto de lo que acontecía dentro de la pandilla. Aún se hablaba de la última gran “celebración” de los hijos del diablo en el momento que se presentó otro infausto suceso.
Días antes del acontecimiento, y sin pretenderlo, el Machillo fue testigo de un fuerte altercado acompañado con la consecuente ruidosa discusión entre el “Negro” Enrique y la “Negra” Wilson. Lamentablemente estas disputas fueron subiendo de tono con el correr de los días cada vez que ellos se encontraban, y cuando no se topaban La Negra Wilson lo buscaba por todos los rincones para increparlo.
El “Negro” Enrique era un matón quien por su presencia y fortaleza imponía respeto entre la peni. Lideraba un grupúsculo influyente y se distinguía por la manía de apoderarse de lo que quisiera, donde, y de quien fuera. Corría la voz entre paredes que los pocos que se le pusieron “tontos” desaparecieron del presidio, misteriosa e inexplicablemente.
Las constantes represalias entre ambos auguraban que en poco tiempo uno de los dos sucumbiese. Entre las diez y once de la mañana de un día cualquiera, porque todas las jornadas eran similares, la Negra Wilson acechaba. Estaba escondido detrás de una puerta cercana a la celda de Enrique. Entre sus manos, quienes lo observaron, sobresalía un afilado y reluciente machete que lo delataba ante el contrastante oscuro color de su epidermis.
Enrique, sin jamás imaginarse que estaba respirando los últimos suspiros de su existencia se encaramó un pantalón corto y montándose en sus “chancletas se dirigió al pequeño negocio para comprar el pan para desayunar. La Negra Wilson le esperaba en secreto por el único pasadizo que obligatoriamente conducía hacia la mini pulpería. Después que Enrique pasó por la puerta escuchó el potente y atacante grito de Wilson.
El Negro Enrique posiblemente sintió que la espalda se le partía después del primer machetazo. Instintivamente trató de defenderse de la agresión, pero el salteador le aventajaba amparado en la traición acompañada con la sorpresa inesperada que había preparado la Negra Wilson.
Enrique levantó las manos para responder al ataque, pero como réplica sintió el golpe de la profunda cuchillada asestada sobre las palmas de sus manos. Sintió la sangre brotando a borbollones. A sabiendas de su desventaja corrió hacia el patio al cual le antecedía una acera. En el mismo enlosado la Negra Wilson lo alcanzó logrando asestarle otros dos machetazos.
Enrique a como pudo caminó hacia el puesto de policía en busca de ayuda, pero antes de llegar la Negra le alcanzó descargando otros dos machetazos. Enrique, en vano intento, alcanzó un estañón vacío para utilizarlo como escudo sin lograr su cometido. Otra cuchillada cayó sobre su pecho. Enrique tambaleante y con el cuerpo ensangrentado caminó hacia un callejón que también daba al patio.
La Negra Wilson no persiguió al Negro Enrique. Esperó a que saliese del callejón para derribarlo y seguir arremetiendo con el arma blanca sobre el mutilado restante del cuerpo cuasi agonizante en el piso.
El Machillo Sandi, desde la segunda planta del pabellón oeste observaba, como si estuviese en el cine, el sangriente accionar desde el principio. Bajó las gradas antes de que la policía llegara con la camilla para trasladar al moribundo. Observó a la Negra Wilson con la mirada repartida sobre el patio en busca de algo y luego acercarse lentamente a un poste metálico al cual apaleó fuertemente con el arma asesina. Gritando a lo que su garganta aguantase decía que si alguien hablaba sobre lo acontecido sería el siguiente en seguir al Negro Enrique…
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