La Parca: Historias de Rafael Sandí Carmona


Rafael nunca asesinó en la peni, aunque recuerda que tuvo que defenderse rudamente para no sucumbir. Los recovecos de la vida se cruzaron con las de otros jóvenes, pero antiguos conocidos que saciaban su ira contra la sociedad participando cuando niños en cuanto robo y asalto planeaban en Heredia y la zona roja de San José. Ahora, prisionero y sin pretenderlo, le habían propuesto constituirse en la mano derecha de uno de los dos temidos cabecillas del grupo que en ese momento pretendía reinar dentro de la peni…estando a punto de lograrlo…

LA VOZ DE GOICOECHEA (Por Gerardo A. Pérez Obando (GAPO).- El convenio que los hijos del diablo habían establecido en sus divagaciones internas para aplicar al resto de cautivos en la peni era duro y siniestro. Los reos tenían forzosamente que contribuir en algún aspecto para mantenerse vivos y deambular “tranquilos” en territorio marcado. La agrupación no toleraba excusas. Mucho menos la indiferencia y rebeldía que expresaba una minoría.

Sembraban el terror gracias a las únicas dos armas existentes dentro del penal. Una pistola 6,5 mm con dos magazines que Rafael había conseguido le pasara a escondidas un conocido y un revolver 38 largo que habían birlado a la policía penitenciaria en una revuelta algunos meses atrás.

Cuando recibió la pistola Rafael pensaba en convertirse en líder independiente amparado en que su inseparable y camuflada arma se uniese a la marihuana que constantemente traficaba. Al conocer de cerca los planes inmediatos de los hijos del diablo desistió por considerar inoportuno dar la espalda en un momento crucial y tampoco defraudar la confianza del camarada Minor quien le había abierto los barrotes compartiendo celda.

Rafael despaciosamente fue resaltando dentro del grupo. Semanalmente recibía la lista de los revoltosos a ejecutarse en el período. Su lamentable mandato era dar seguimiento al cumplimiento de la ejecución y en caso de no efectuarse por cualquier inconveniente estaba en la obligación de buscar y entregar un arma a otro compinche para demostrar que los avisos se cumplían a cabalidad.

La primera víctima silenciada para llamar la atención se efectuó en la parte baja del pabellón oeste, fue en una celda situada frente a los servicios sanitarios. La sentencia se motivó a que el reo además de no pagar tributo ni aportar alguna contribución se jactaba a gritos que nada ni nadie lo atemorizaba, mucho menos Caballón.

Oscurecía y con el aguacero torrencial la penumbra había envuelto el sitio por completo. Todos permanecían guarecidos en sus mazmorras. El desacatado no logró evitar que un trío silencioso con dagas entre las manos y rostros repletos de sonrisas maliciosas ingresara a la celda. Sin resultado abogó por revertir la pena dictada. La estocada fue directa al lado izquierdo del pecho. Trasladaron su cuerpo hacia una alcantarilla ubicada al fondo del pabellón para destazarlo. Conforme lo descuartizaban tiraban los restos al caudal del desaguadero que desembocaba en el río Torres que bordea el edificio. La desaparición fue percibida solamente por recluidos de las celdas cercanas quienes nunca se atrevieron a abrir la boca con tal de seguir respirando.

Los hijos del diablo pretendían dominar la situación por completo intimidando a quienes se interpusieran en el camino. Rafael repasaba los nombres de quienes continuaban en la lista mortal.

La siguiente sentencia se debió a una “purga” interna con dos compañeros de grupo: Mordisco de Mono y su yerno Seis Dedos quienes pasaban información sensible a la policía. Estaban en la parte alta del pabellón norte. Alrededor de las diez de la mañana sonaron dos balazos. Minutos después Rafael resguardaba el arma en su escondrijo. Seis Dedos contó a su suegro que había escuchado algo acerca una tentativa de una fuga. Mordisco de Mono lo “cantó” a los policías. Al poco rato lo conocían los jefes Rigo y Mainor. Ambos fueron ejecutados con la misma arma.

Rafael en la actualidad tiene dudas sobre si los asesinatos acontecieron un sábado, pero sí la certeza que ese día la “parca” había estacionado su indeseable y oscuro carruaje en el patio principal y aferrada a la guadaña caminaba campante ojeando por los pasadizos del presidio. Una inusual e imparable brisa inundaba el ambiente desde tempranas horas del día. El aire se sentía tibio mezclado con un extraño e inexplicable aroma de almizcle. Rafael escuchó a Anselmo Hernández preguntarle: - ¿Has sentido un incómodo olorcillo al respirar? Rafael sonrió: -Sí, me llegó después de escuchar los dos balazos. Hizo un amago de reverencia y continuó: -No me hagas caso, para mí es el tufo de la muerte. Creo que la “calaca” está más cerca de lo que pensamos… y llevaba razón… 

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