LA VOZ DE GOICOECHEA (Por Gerardo A. Pérez Obando, GAPO).- Desde el disimulado escondrijo en las entrañas de las montañas de Suerre Rafael vigilaba los pasos de dos hombres que dificultosamente abrían paso entre la espesura. Carmen Julia reconoció a lo lejos al tío Pedro Luis, pero ninguno de los dos al acompañante. El tío Pedro emitió un particular silbido recibiendo respuesta inmediata.
Rafael se dejó ver. Abrazó a su tío mientras ojeaba maliciosamente al acompañante de quien escuchó un sonoro reclamo. Rafael, al reconocer la voz soltó al tío Pedro fundiéndose en un apretón con su hermano escuchando lo que decía: -Veníamos de cacería. Aquí te dejamos para que se resguarden de cualquier fiera, entregando un robusto rifle de vaqueta con largo alcance además de un salveque cargado con municiones lo cual envalentonó a Rafael proporcionándole seguridad ante cualquier eventualidad. Tres días después los familiares retornaban sobre sus pasos.
Durante dos años, aunque sin comodidades se mantuvieron estables. La experiencia y malicia les habían aconsejado acondicionar guaridas en diferentes lugares que por seguridad eventualmente utilizaban. Aunque la montaña proporcionaba sustento y bastante paz, el fusil se constituyó en un reto a la impotencia que lentamente comenzó a levantar el nivel de resentimiento hacia la sociedad. Carmen Julia, entendedora del silencio de su compañero le miró una mañana colocar la carabina sobre la espalda. -Voy a ver que encuentro. No te preocupes si no vengo a dormir porque no sabemos qué día es hoy.
Por la noche regresó con billetes. -No hubo necesidad de disparar. Asalté una vivienda para practicar. En las bananeras pagan el viernes. Guarda el dinero.
El ataque fue inesperado para los trabajadores y nada preparado por Rafael quien se había cubierto el rostro con un trapo disimulando la frente y mejillas alteradas con fango. El custodio entregó el dinero en una bolsa. Rafael les obligó a girar quedando detrás de ellos. A su ordenanza, después de la detonación corrieron espantados. Rafael, después del disparo al aire, esperó que se perdieran de su vista para escabullirse entre el sembradío sin testigos.
Rafael conocía que el factor sorpresa era un poderoso aliado, así como la ignorada identidad del malhechor por lo que se dedicó a distanciar en el calendario los golpes, escogiendo que los acontecimientos se dieran en sectores opuestos y alejados de su madriguera en las montañas, pero en Guácimo, el coronel Madrigal comenzó a analizar los pormenores de los asaltos. Habían acaecido varios años cuando el coronel Madrigal revisó investigaciones. Encontró unas veinte denuncias civiles entre asaltos a mano armada y robo a casas que no aportaban mucho por la celeridad de las primeras y la escasa violencia en las segundas. Resaltaban los hechos que los reporte no expresaban maltrato hacia infantes, damas ni ancianos quienes por la consideración se abstenían de declarar. Sin embargo, se ensañaba contra quienes ofrecían resistencia y se acrecentaba contra los uniformados de la policía, además, la inseparable sonrisa que decían exponía al robar el dinero de las planillas de las compañías bananeras. Las denuncias de las compañías bananeras eran escuetas y no encontraba un hilo conductor. Los acontecimientos estaban distanciados en el tiempo, así como la localidad de los hechos y ejecutados por solo una persona. Revisó las declaraciones con especial interés en las descripciones de estatura, contextura y gesticulación.
La astucia del coronel Madrigal hizo llamar al encargado de la localidad más cercana adonde sucedían los hechos. Sabía que Gilberth Arias de la Delegación de Villa Franca conocía el teje y maneje y sus conexiones con el Brujo Mena y otros sembradores de marihuana lo cual aprovechaba para sus movimientos de inteligencia cuando lo requería. -Gilberth, ¿logró filtrar el mensaje que si el asaltante se trataba de Sandí por favor se fuera de la zona antes que lo matáramos por la orden policial ante los delitos cometidos? Sí mi coronel, no podemos asegurar que sea Sandí, pero la respuesta recibida entiendo fue “que lo buscaran a ver que resultaba”.
Carmen Julia acompañaba a Rafael en las últimas incursiones y se separaba en los centros de población para dedicarse a hurtos menores. El reporte que leía el coronel Madrigal de un enfrentamiento de la policía en una redada en un sector de la montaña daba la certeza que Rafael Sandí había vuelto a las suyas, sin embargo, los asaltos, el peligro y las evidencias el viento se las llevó con el tiempo.
Había pasado más de diez años en la montaña cuando emigraron discretamente hacia San José donde gozaban estabilidad con el dinero acumulado. Una noche caminado en la zona roja, el “Jeep” de una patrulla se detuvo al lado de Rafael. Sintió el cañón de un arma en el costado antes del clic de las esposas. Rafael jamás lo esperaba…cerró los ojos en el corto trayecto conteniendo su ira…
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