No sabía cómo empezar la historia de la etapa inicial de mi vida porque en la actualidad (relativamente) soy feliz pese a penurias anteriores...Para comenzar a veces me pregunto si conocí el cariño maternal porque no poseí la dicha (mamá tampoco) de una vida estacionaria, calor, ni equilibrio familiar requerido para el desenvolvimiento adecuado (en el momento necesario) de mi lánguida niñez…
LA VOZ DE GOICOECHEA (Por Gerardo A. Pérez Obando GAPO).- Mis recuerdos se remontan a múltiples barriadas sureñas del San José a finales de 1950 donde compartí la infancia. Apenas comenzaba a establecer nuevos contactos cuando lograba descifrar de la ronca voz de mi madre la repetida sentencia: -tengo que buscar otro cuarto redondo. No entendía que era un cuarto redondo porque en las escasas ocasiones de juego con fugaces amigas/os aprendí de la circunferencia de las bolas que comparando con los aposentos anticipados por mi madre nunca encontré esa forma. Eran cuatro paredes. En el interior, y separados por escaso espacio, un par de catres deteriorados y una vieja estufa. Cercana al lavadero de platos (después de una mesa roída) una desteñida cortina plástica delataba la rudimentaria ducha. El servicio sanitario (afuera) era un hueco en la tierra rodeado por una caricaturesca choza. Habitualmente había un mueble carcomido por polillas (lo cual lo condicionaba inamovible) que servía de ropero para las pocas prendas que teníamos. Los aposentos generalmente se ubicaban a la vera de una acequia estancada con agua mal oliente y debíamos caminar (debido a mis cortas piernas) largo trecho desde el caserío central de los barrios para llegar a casa. No tenía claridad de mis raíces. Recuerdo de un señor que de vez en cuando llegaba, permaneciendo unos días con nosotros saludando a los cuatro hijos procreados. Yo era la menor, seguida por mi hermana y dos varones mayores. Los chicos no habían cumplido once años cuando se fueron a vivir a las calles aduciendo que el papá los maltrataba cuando los visitaba.
Nunca supe del origen de mamá. Vagamente escuché que con ella en brazos su madre trabajó con una familia conocida en Carrizal de Alajuela donde compartió labores con una anciana. La viejita se encariñó tanto con la bebé que un par de años después la joven nodriza se esfumó sin sentimiento de culpa y sin retorno. La viejecita terminó la crianza sin ocultarle no ser su madre mintiendo que la progenitora había muerto. Debido a condiciones económicas nunca fue a la escuela. En adolescencia conoció a su pareja quien trabajaba de policía de tránsito y había peleado en una revuelta en 1948 sin contarle del gusto por los tragos y la infidelidad ante las faldas que se le acercaran.
El señor se alejó después que de un año de ausencia encontró a mamá embarazada del primero de dos hermanos menores posteriores. Yo era trigueña, pelo negro acolochado y ojos oscuros. Mi hermana mayor, blanca, pelo liso y claro como sus ojos. Yo, tímida e introvertida…ella audaz y extrovertida lo cual hacía que fuese la preferida del señor que nos visitaba esporádicamente… (sus ojos escuché una vez).
Yo dependía demasiado de mamá y mi hermana, eso hizo que en el momento las amase sobremanera. A veces creo que fue un error de inocencia, pero algo que no podía controlar. Algunas veces mamá me daba instrucciones que al no comprender de inmediato la miraba con ojos saltones. Entonces me llamaba con un apelitivo que todavía detesto: -Bartola, no me has traído lo que pedí. Yo volteaba la cara investigando si llamaba a otra niña de la vecindad.
No recuerdo la forma en que llegamos porque estábamos muy chicas. Mi hermana abría paso entre la multitud del mercado central de Cartago donde un señor ofrecía verduras en un puesto. En una esquina de la cuadra mi mirada se estacionó en un grupo de mujeres pasadas de libras y mal aspecto. Escuché la voz de mi hermana en la oreja: -no las soporto, todas dicen que son novias de papi, pero son “putillas”. Antes de llevarnos a la estación del bus el señor nos llevó al sucio y abandonado “hotelillo” donde dormía que además de desatendido el hedor a orina impregnaba las paredes comidas por comején. Debido a que todos los días mamá a tempranas horas salía a trabajar en casas, mi hermana le contaba al señor que la próxima semana yo ingresaría a la preescuela…no sentí afecto en la mirada que me dedicó en el momento…
No hacía falta que entendiera de que hablaban (creo que por su corta edad mi hermana tampoco) porque siempre obedecía lo que mamá y ella pedían (insisto en el error de amarlas tanto…a veces me arrepiento…aunque el agua haya corrido bajo el puente de mi desconsuelo hace tanto tiempo…)
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