Gato Mudo siempre sorprendía con habilidades que los demás de la pandilla desconocían. Contó que siempre le había llamado la atención los volantes y de niño ayudaba por ratos en un taller electromecánico donde aprendió algunos trucos que utilizaba
LA VOZ DE GOICOECHEA (Por Gerardo A. Pérez Obando GAPO).- El Gato enfocó su mirada en Rafael mientras decía: -Esta noche vas a aprender a manejar…Rafael no se dio por aludido mientras enrolaba un cigarrillo amarillo. Antes de las nueve de la noche el Gato llegó con un automóvil y sin preguntar, los tres compinches ingresaron. -Apúrense porque estas llantas me las “prestaron” por un rato.
Sin decir hacia donde iban, el Gato se enrumbó a las afueras de Heredia rumbo a una empresa constructora de caminos carente de vigilancia. El Gato abrió los portones de una bodega como si fuese el dueño apareciendo en el fondo un carro diseñado para carreras en circuitos cerrados. Recorriendo su mirada sobre los rostros dijo: -Hoy aprende Rafael, mañana no sé quién seguirá. Abriendo el Ford en un santiamén de inmediato el motor comenzó a ronronear. Rafael condujo por el plantel cautelosamente, pero una vez en la calle que llevaba a El Barrial se engolosinó con el acelerador provocando un volconazo. Era madrugada y los pocos testigos del accidente comenzaron a gritar enmudeciendo con los disparos de la pandilla para silenciarlos.
Para ese entonces la policía herediana tenía debidamente identificada a la pandilla de “Carmoncilla” lo cual provocó que fueran buscados en toda la provincia. En el barrio San Vicente doña Liliana, conocedora de las penurias de Rafael, lo encubría y alimentaba clandestinamente en su casa. El patio de ella colindaba con una extensa propiedad la cual servía de escondite para lo mal habido cuyo dinero lastimosamente despilfarraban en licor y marihuana.
Las infantiles mentes en varias ocasiones se distorsionaban escuchando dantescas historias de pandilleros de mayor edad que en algún momento habían visto o participado en aventuras peligrosas que acontecían en la temida “calle doce” de San José. Rafael, aprovechando el acecho que tenía de la policía local pensó que había llegado el momento para desaparecer por un tiempo cambiando de rumbo.
No tenía catorce años cuando decidió darse una vuelta por enigmática “zona roja” que tanto había escuchado. Aprovechando las sombras de la noche ingresaba con sigilo tratando de memorizar algunos rostros sin alma que encontraba en el camino y le miraban como si estuviesen viendo un espanto. En el recorrido de dos cuadras encontró la muestra de lo que en adelante serían repeticiones
Prestaba atención a las constantes riñas entre prostituta/os y borracha/os discutiendo por insignificancias. Hombres acicalados como mujeres y mujeres que lucían masculinos…determinó a varias parejas de policías que con mirada tímida rondaban las periferias como árbitros sin silbato. Ingresó a varias cantinas sin que nadie reparara en su escasa edad. Notó del fuerte trasiego y consumo de drogas pensando que sería un adecuado y oportuno refugio temporal.
Escudriñaba con cuidado los prostíbulos que había escuchado mencionar ingresando lenta y tímidamente. En la mayoría de todos encontró mujeres de toda edad fumando y tomando cerveza en mesas aledañas a un colorido y extraño aparato el cual después de recibir monedas encendía luces multicolores mientras discos de acetato giraban en su interior. Nunca había visto un artefacto similar, pero la tonada que empezaba a sonar le gustó: “En el juego de la vida” …la canción que Daniel Santos martilló en su mente por muchos años después de escucharla por primera vez...esa fue la intención inicial al ausentarse de Heredia…
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