Lisandro Prieto Femenía |
"La vida del hombre sobre la tierra es combate, y combate primero y ante todo consigo mismo"
LA VOZ DE GOICOECHEA (Por Lisandro Prieto Femenia).- El intelectual de la paradoja por excelencia, Miguel de
Unamuno, intentó comprender al “hombre de carne y hueso”, alejado de las frías
y distantes abstracciones, este ser que se caracteriza por afanarse a algo.
Dichos afanes propios de nuestra condición estrictamente carnal pueden
resumirse y condensarse en un solo deseo sublime, angustiante y necesario: no
morir.
En previas ocasiones hemos mencionado la vinculación
intrínseca del ser-para-la-muerte propuesto por Heidegger y realizábamos
algunas asociaciones con la propuesta interpretativa que nos lega el gran
Unamuno en cuanto al apego que tenemos de no querer dejar de ser lo que somos,
nunca. Como sostuvo en alguna oportunidad el filósofo Fernando Savater, es
indudable que nuestro autor de referencia era “el amigo de la inmortalidad” y,
consecuentemente, “enemigo decidido de la muerte”, utilizando la expresión que
sostendría el pensador búlgaro Elías Canetti (1905-1994) el cual se esmeró en
intentar quitarle todo crédito posible, exponiendo su lado más oscuro de
absoluta “maldad” y contraponiendo a ella un amor incondicional por la
vitalidad de todo lo existente en nuestro mundo.
Pero ¿de qué muerte reniega nuestro vasco? Sin duda no se trata solamente del cese físico de nuestra existencia, sino de algo aún
más arraigado y complementario expresado en el más hermoso capricho
existencialista que se pueda expresar: “me urge no morir, quiero vivir siendo
yo, tal cual soy, por siempre”. Acaso, amigos lectores, ¿no lo han pensado de
manera similar en algún momento de vuestras vidas? Sucede que Unamuno logra
subvertir un acto de soberbia y de exigencia supernatural en el rasgo más
carnal y propio del hombre real: casi nadie quiere dejar de existir tal cual
es.
Unamuno sostenía que la vida es, en cierto sentido, agonía
fruto de una lucha constante entre la razón y el sentimiento exponiendo un
trágico problema filosófico de lograr conciliar las necesidades racionales con
las afectivas. Ante la carencia de un
anclaje de sentido, nuestro autor recomendaba ante la taxativa finitud del
cuerpo, la creencia de algún tipo de trascendencia de nuestro transcurrir
terrenal: el deseo de existencia de una divinidad o la inmortalidad se debería
más bien a una fe irrenunciable como afirmación propia del creyente. Como vemos,
fe y razón en este planteo no se contraponen ni se contradicen, justamente
porque al filosofar lo que intentamos hacer es justificarnos en nuestra
existencia conflictiva que nos constituye como lo que somos: una relación
agónica entre lo individual y lo comunitario, entre alma y razón, entre lo
intelectual y lo sentimental.
La materia prima de cualquier persona que quiera dignarse
algún día a filosofar es, según nuestro autor, la realidad del sí mismo, del
nosotros mismos, expresada en el motor vital del no querer morir, que lejos de
ser un deseo fantasioso está estrictamente asociado al origen de un sentimiento
trágico compartido por casi todos los mortales, a saber, el “apetito de
divinidad”.
Ahora bien, (y acá se pone jodida la cosa) necesitamos
preguntarnos imperiosamente lo siguiente: ¿qué sucede con quienes deciden
abandonar voluntaria y trágicamente su existencia? Al parecer, esto de “querer
ser siempre yo” no nos pasa a todos los mortales. Es más, para muchos la
“insoportable levedad del ser” (Milan Kundera) se torna inaguantable al punto
tal que la afinidad hacia el abismo de la nada resulta más atractiva que el
hermoso capricho existencialista mencionado precedentemente. Nos adentramos en
las arenas movedizas del deseo del dejar de existir. Unamuno pudo exponer dicho
sentimiento inescrutable en algunos de sus cuentos, referenciando al motor de
dicha acción como un afán de regresar al seno matero en el proceso de búsqueda
de un padre que se fue demasiado pronto.
Pero vamos más allá. Dejaremos de lado los casos en los
cuales las personas padecen una agonía atroz fruto de una condición patológica
que les quita literalmente las ganas de vivir, o también los contextos de
extrema vulnerabilidad psíquica fruto de una vida plagada de violencia, abusos
e injusticias. Nos enfocaremos específicamente en lo que le puede suceder al
ser humano al que denominamos “uno”, “uno más”, “uno como yo”, al cual
aparentemente nada de lo previamente indicado le estaría aquejando y al cual,
procesual o repentinamente, se le apaga literalmente el comando.
Redención lógica ante una existencia absolutamente absurda e
ilógica (Camus); un acto prudente de valentía de aquellos hombres cuya vida se
ha tornado una carga extremadamente pesada (Hume); una demostración de cobardía
de quienes aman la vida pero no aceptan sus condiciones de existencia
(Schopenhauer); una manera elegante de retirarse "a tiempo",
intentando obviar la decadencia, la vejez, la vergonzosa decrepitud del cuerpo
y la mente (Nietzsche); una decisión conscientemente planificada, impulsada por
una exacerbada idealización de las influencias sociales sobre el sujeto
(Durkhein), etc. Definiciones, interpretaciones y teorizaciones abundan, y no
todas coinciden en un mismo aspecto. Lo cierto es que, a pesar de habernos
acompañado en todas las etapas de nuestra historia, el suicidio resulta, hasta
hoy, un fenómeno desconcertante, misterioso, extremadamente doloroso y, en
cierta medida para muchos, muy difícil de comprender.
No pretende ser éste, una investigación académica que pueda
desarrollar el tema de manera cabal, como realmente lo merece. Motivan estas
letras la necesidad de invitar a pensar, individual y colectivamente, en un
fenómeno que quiebra completamente la "normalidad" y que produce un
dolor irremediable en quienes quedamos expectantes ante el abismo de sinsentido
que prolifera de semejante acción. La violencia y la agresividad no solo hacia
sí mismo por parte del que lo hace, sino hacia quienes se encuentran con la
escena desconcierta completamente cualquier intento de interpretación que
busque comprensión: se deja establecido, de una manera u otra, un mensaje, a
veces explicito, a veces sutilmente sugerido que nos posiciona en un estado de
fragilidad tal que nos enfrenta a lo irremediable y a lo más crudo de las
posibilidades de existencia.
Como siempre hemos sostenido en nuestras líneas, es preciso
hacer hincapié que la libertad no es un efímero ideal comercial que se consigue
mediante la adquisición de ningún bien ni servicio, sino mediante la práctica
constante, habitual y permanente de la reflexión y el ejercicio pleno del
pensamiento crítico. El abandono voluntario del pensar nos ha desensibilizado a
un punto
patético, en el cual no nos sentimos parte de nada ni de
nadie al mismo tiempo que creemos que ficticiamente todos tienen que estar
cerca para acudirnos. Pues no. Formar parte de una comunidad pensante también
implica saber escuchar y saber pedir ayuda sin pudor alguno, rompiendo la
lógica individualista que nos empuja a vivir según el falso imperativo de que
cada uno se salva por su cuenta y solo por sus propios y únicos medios. Si hay algo que nos queda claro, ante
semejante incertidumbre que produce el suicidio, es que tal vez no sea posible
evitarlo en casos puntuales en los cuales el sujeto no encuentra posibilidad
racional alguna de aferrarse a algo que lo disuada.
Lo que sí, y de esto estamos convencidos, es fundamental prestar atención a los síntomas de autodestrucción permanentemente promocionados por agendas comerciales que han logrado subvertir el sentido de la propuesta de Unamuno, tornándola en un total desprecio por el interés de conocerse y quererse a sí mismo para convertirnos en parte de una masa amorfa de consumidores que lejos de apreciar su identidad y desear su eternidad buscan la notoriedad virtual a cualquier precio. Tal vez, y esto es sólo una simple hipótesis, si logramos educar y formar a nuestra juventud en un modelo educativo integral que tenga como núcleo la autonomía mediante el pensamiento crítico, la valoración respetuosa y coherente a la diversidad y la construcción de una comunidad en la que nadie está de más, sólo así, tal vez, podemos iniciar un camino que apunte a la dignidad que brinda la percepción de una existencia que, a pesar de todos sus avatares, vale siempre la pena ser vivida.
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