Fulgencio, en el día que la gran centella lo encontró en la montaña retornando al hogar, se levantó sin imaginar al igual que nos sucede a la/os vivientes, que ese sería su último día terrenal. En la casona de El Cañal doña Paulina adiestraba a Camila, la hija mayor, haciendo tortillas palmeadas al aire mientras Estebana, con algunos años menos, las colocaba en hojas de plátano adicionando el “pinto” y terminar de servir la “burra” que en minutos tragaría el ejército de hermanos...
LA VOZ DE GOICOECHEA (Por Gerardo A. Pérez Obando, Gapo).- Antes de abandonar la casona los trabajadores se aproximaron a su madre para recibir el “bendito” autorizante para salir de la casa. La bendición se había heredado de la abuela Josefa quien exigía a la/os nieta/os juntar las manos como angelita/os acompañado de un semi arrodillamiento y el susurro inentendible: -Bendito abuelita a lo que respondía: -sin “pecado concebido”. El tiempo y el crecimiento fueron disipando las exigencias de la anciana y el severo rito sustituido con el acercamiento a la madre Paulina quien les trazaba el símbolo de la cruz en la frente.
Al mediar la tarde la bóveda del cielo se tiñó sombría aplacando por completo el tormentoso sol de la bajura nicoyana y al momento comenzó a diluviar. Era un aguacero distinto porque no daba tregua para cerrar corrales ni rescatar animales sueltos que se alimentaban en la cercanía de la montaña. La lluvia caía a cántaros y doña Paulina pensando en todos y cada uno de los retoños se encerró en su cuarto con un rosario entre las manos implorando con el rostro salpicado por el llanto.
El escándalo de los goterones chocando con la intemperie se disimularon con el retumbo percibido por doquier. El estrépito que envolvía al poblado de El Cañal de pronto se combinó con chispeos intermitentes en las alturas. Las hijas irrumpieron en el cuarto de la “mama” entreabriendo la ventana de madera al escuchar el estruendoso ruido que producía la caída de un árbol cercano. Lograron ver descender del cielo una inmensa luz cegadora que en instantes aterrizaba y segundos después llegaba el ensordecedor ruido del poder de la naturaleza.
En lejanía, alguna/os lograron ver la conformación de gran centella. La oscuridad de la vuelta de la tierra fue el marco del extraño fenómeno que presenciaban al conformarse la refulgente forma circular moviéndose y acrecentándose lentamente. De su núcleo emergieron varios silenciosos y luminosos rayos zigzagueantes que iluminaron Nicoya por algunos minutos. En el momento del estallido Doña Paulina sintió que una descarga había encontrado su pecho. Luego la recogieron del suelo y la posaron en la cama.
Al día siguiente unos policías dieron cuenta de un cuerpo sin identificar que encontraron en la montaña. De hecho, electrocutado por un rayo. Estaba carbonizado, con el cráneo visiblemente perforado y la trayectoria había salido por la parte izquierda del pie derecho según un largo trillo chamuscado que se perdía en el monte.
Doña Paulina despertó al sétimo día de la gran centella y esperó la llegada de Pule otros siete días sin hablar y llena de paciencia sentada en la mecedora con mirada fija en el horizonte. Presentía que algo había cambiado para siempre en El Cañal.
Aceptó la desaparición de Pule, porque siempre negó su muerte, después de animarse a caminar en el lugar del reporte policial.
Siguió la huella charrasqueada asombrándose al ver que finalizaba en el árbol donde Fulgencio contaba haber visto una bella dama que cantaba sobre una rama…en la rama, despegada por un rayo resaltaba la figura esculpida de una silueta femenina y logró ver un tostado pedazo de tela blanco con posibles rosas rojas tejidas…
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