La/os parientes son nuestros primeros amigos en la infancia. Con ella/os aprendemos a relacionarnos y compartir en sociedad. La/os prima/os se constituyen en segunda familia y con alguna/o siempre compartiremos recuerdos imborrables... aunque la distancia y el tiempo nos separe…
LA VOZ DE GOICOECHEA (Por Gerardo A. Pérez Obando (GAPO).- La tía Virginia era una atractiva joven cuando recién graduada el destino le empujó hacia las tórridas tierras del sur del país. Nunca se había alejado de la ciudad Capital ni separado de su familia en Zapote. Sus padres, Dora y Francisco trataron en balde que el desplace fuese más cercano, pero no hubo forma de variar el resultado de los dados que giraban al aire guiados por el destino.
El tío José Ángel, empacó sus pocas pertenencias y muchas esperanzas en una pequeña maleta y siguiendo los pasos de Alberto, el hermano mayor, abandonó el adorado pueblo de Esparta hacia al muelle de liviano cabotaje de Puntarenas. Había terminado la educación primaria y junto a su Diploma cuidadosamente llevaba cartas de recomendación de maestra/os y comerciantes que conocían a su escasa familia. De vez en cuando se sentía envolver por la timidez de la inexperiencia, pero la contrarrestaba su formalidad y el atinado humor que manejó con destreza desde niño.
Antes de ingresar a la lancha escuchó risas juveniles de muchachas corriendo y gritando entre los tablones del embarcadero. Cortésmente cedió el espacio y ellas agradecieron el gesto con una sonrisa. Escuchó de la más atrevida: -Gracias guapo.
Con mejillas sonrojadas y una sonrisa nerviosa contestó al cumplido, pero el bullicio de la sirena de la embarcación en los preparativos de levantar el anclaje opacó las conversaciones en todo el embarcadero. Al menos ocho horas de viaje tardaba el tormentoso viaje entre Puntarenas y Puerto Cortés bordeando el litoral pacífico. El traqueteo de la nave y el embate de las olas se encargó de silenciar la algarabía de las jóvenes quienes lentamente se fueron acomodando a la seriedad de la situación uniéndose a las furtivas miradas entre pasajera/os.
La tía Virginia caminaba entre el mercadito de Palmar Sur y tímidamente levantó su mano. El tío José Ángel respondió al saludo a la vez que la invitaba a tomar una malteada de chocolate. Poco tiempo después de la construcción de la escuela de Finca Tres ingresaba la maestra Virginia Obaldía. La reciente edificación distaba a cincuenta metros de la planta de sigatoka que operaba José Ángel Pérez. Un año después acoplaban sus vidas en la iglesia católica de Zapote en San José.
La unión dio fruto a una bella pareja, Doris y José Alberto cuyos cabellos imitaban el esplendor de la pelusa de las mazorcas de maíz y en sus miradas guardaban el color del cielo adonde prematuramente su padre y pocos años después su madre mudó en la adolescencia de ambos. La desigualdad en el color de sus miradas y cabello nunca fue impedimento del lazo amistoso que nos unió hasta que llegó el momento en que cada una/o debimos tomar nuestro particular destino…
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