El cariño y alegría que emanaba del alma de Bernarda rompió las cercas de la casona trascendiendo su popularidad por todo El Cañal. Físicamente la catalogaron como un capricho de la naturaleza. Después de su inusual y pronta partida mucha/os aseguraban que había sido un espíritu celeste que Dios había enviado a Pozo de Agua de Nicoya para entender el comportamiento terrenal…
Por Gerardo A. Pérez Obando, (GAPO)
LA VOZ DE GOICOECHEA.- Paulina abrazaba tiernamente a la recién llegada ante los ojos escudriñadores de Fermín quien observaba la complicada labor. La partera le llamó discretamente con los dedos encontrando de inmediato la respuesta “después” con una mano. Entonces ella redirigió su atención a la madre.
A la edad de dos años el carisma de Bernarda había modificado la inicial mirada incrédula de su padre cuando la miró germinar. Fermín cada año presenciaba la tostada epidermis de Paulina contorsionándose para que al final el milagro de la vida le mostrase una criatura con pigmentación guanacasteca. Recordaba el momento en que observó a la partera suministrarle una nalgadita a la recién nacida. La piel de la neonata era blanca como una nube. Al abrir por primera vez sus ojos descubrió que compartían el color del cielo y su pelo no era oscuro ni alisado como la/os demás…
Así era Lanina, la “Chele” quien además de su ensortijado cabello dorado que la distinguía en “El Cañal” por ser la primera niña rubia que conocieron manejaba la gracia de la sonrisa que la distinguía y la simpatía de saludar efusiva y cordialmente.
No tenía once años cuando antes de salir Fermín después de un fuerte abrazo con posterior beso en la frente comentó tiernamente: -Adiós papito, cuídate.
Después la partida de su padre a Bernarda la invadió un inesperado cansancio que la hizo buscar reposo en la cama. Su hermana Estebana extrañando que no llegase a jugar ingresó al cuarto donde la encontró con la piel hirviendo, pero su cuerpo temblaba del frío.
Posterior al sepelio Paulina trasladó una mecedora frente al camón de Lanina sollozando continuamente. Olvidó los quehaceres domésticos y en respeto al dolor las hijas se encargaron temporalmente de las obligaciones. Días después, al no encontrar reacción comenzaron las censuras. En respuesta, Paulina, con mirada esquiva, tomó la mecedora y la instaló frente al matapalo que colindaba con el improvisado gallinero mientras la resguardaban a lo lejos.
Una mañana el lagrimeo en los ojos de Paulina se fue disipando. Al inicio del triste desenlace escuchaba voces entremezcladas con lamento indescifrable. Esa vez reconoció el llanto de Bernarda cuando niña y la voz inconfundible: -Mami, por favor no llores porque tu sufrimiento afecta mi felicidad.
Al levantarse de la mecedora encontró a Fulgencio quien en silencio se mantuvo a su lado durante la crisis sin ella notarlo.
- ¿Qué estás haciendo aquí Pule?
- Esperándote mamá…
Lo tomó de la mano y encaminándose a la casona dijo:
-Gracias.
Camila, Estebana, María Virgen y Pedrina suspiraron al verla ingresar al comedor.
Fulgencio había aprovechado la ocasión abriendo un canal con la eternidad…
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