Por Marioantonio Rosa*
LA VOZ DE GOICOECHEA.- Es sábado en la tarde. El cielo de los sábados es mudo, pero resplandeciente. Abajo, en esto tan convulso a lo que llamamos humanidad, discurre entre la multitud de horarios, emociones, pálpitos. Siento escuchar de cerca aquella melodía de Lisette Álvarez “Un sábado más, sobre Puerto Rico, un sábado más…” Son esos sábados con la costumbre de los patios lavanderos, las hileras de ropa secándose al sol, las bocinas de los parientes que se visitan, el aura instantánea de las canciones clásicas en tiempo de salsa, boleros, rock…un sábado que en el trago de cerveza o ron-prohibida la vodka, de acuerdo a los sabios-sabe a una gloria urgente y desnuda, sabe a libertad, y más, con el tocadiscos a buen volumen usando y quemando la voz del cantante de turno, haciéndole el coro y la sala, repleta de los protagonistas del fin de semana.
De pronto enciende la mecha mágica a un retrato familiar. Podemos ver la abuela, el abuelo, con su matriarcado y patriarcado indivisible, rústico, rebosado de expresiones sabias y refranes que explican y resuman la existencia. Luego los hijos, los nietos, los tíos, las parejas de los tíos, madrina, el padrino, el núcleo, la familia y empieza la caricatura exacta de las conversaciones desencontradas que de súbito se conjugan en la misma divinidad del vocablo: la vida abre los ojos, y fulgura.
Cuando Carlos Canales, narrador, novelista, dramaturgo abre la historia de MAI, que reseñamos en estas líneas, lo hace una la memoria invertida en un largo camino donde mucha de su familia conversaba, y se conversaba a sí misma. Allí, en esa sala que pudo ser, y todavía es, la sala de cualquier hogar puertorriqueño ocurre como en su temática frecuente, la existencia. Los personajes que protagonizan pueden, de por sí, protagonizarnos a cada uno de nosotros. Hay pasaportes a muchas islas ancladas en la memoria, nos surge el recuerdo de aquél, o aquella en la visita dominguera por allí, por esa tierruca recitada de Virgilio Dávila. El batey relampagueante con las risas de los niños, el humo de los hornos, y la larga mesa servida en el idioma del cariño. Pero MAI, tiene otros discursos de la vida que merecen definirse, solearse, exponerse. Tal como lo fue Úrsula Iguarán, MAI es el centro de esta historia, es mujer gravitacional, invita a conocerla, a estar cerca de ella, de intentar descifrarla una primera vez. Para ella todo existe; Dios y el diablo, la obra común de los espíritus, es hierofante, es madre, es abuela, habla con una voz que la afinca en la transparencia de siempre decir la verdad y cómo se siente. De ella, brotan todos los que la rodean y a ella, regresan convencidos de que, al llamarse MAI, posee el último respiro que los lleva a seguir adelante, con aciertos y barrancas, con llanto o risa, porque ella, MAI, también ha sido caminante entre sus deseos y pasiones.
Matriarca consumada, Mai es oráculo, timón de los débiles, discurso errante que trasnocha otras puertas que constantemente se abren y se cierran. Es también benévola pues, ha acogido a Papito que en el pasado fue su hombre, o también diríamos que Papito usa una constante que define este drama familiar que puede anclarse en cualquier familia y desenmascarar verdades y enigmas, claro, son verdades evidentes, postulado filosófico breve, punzante, estilizado para romper la piel y quedarnos al desnudo.
Cada personaje del cuento y de la obra es una verdad evidente, una ración del caos, un cancionero estrellado de boleros perdidos en una vellonera, ron con coca cola y unas gotas de limón, un cigarrillo, propio o prestado, y los pensamientos, los actos, la memoria y desmemoria, el desmadre del gusto, la insolación del abandono…la vida…
La vellonera… ¿otra obra maestra que recoge el aliento del hombre? Puede ser, siempre he sentido la vellonera como una especie de juglar en polifonía, dictando las voces que deambulan rotas una y otra vez en los pensamientos, después llega el corazón, se toca de improviso el alma y llegan las escenas de la memoria, lo que fue, lo que pudo ser, hasta vemos a los intérpretes casi diciéndonos al oído lo que sentimos escuchar. Una vez, Daniel Santos estaba al borde del suicidio, allá en la Cuba de Prío Socarrás y el rico son de la Sonora Matancera, cerca de él, Varadero, la playa romántica e insomne, derretida playa de las caricias entre las lontananzas de vidrio. Entró a un bar y pidió su trago, las ganas de llorar y de morir se apareaban como celajes tibios y sonoros luego de uan ruptura amorosa. El cantante apuró su trago de ron y se lanzó al mar. Ya, cuando la marejada llegaba a su barbilla sintió el estertor, el frío que no era frío de la tierra, del hombre y sus instancias. Nadó como pudo a la orilla, volvió al bar, pidió lápiz y papel y compuso el hermoso bolero Bello Mar, uno de los grandes éxitos de la matancera. ¿Por qué digo esto? En MAI, la vellonera está directa y se hace espejo instantáneo en la despeinada realidad de los personajes, que fueron y siguen siendo reales. Cada canción de salsa o bolero hostiga el discurso, a pecho abierto, de lo que vive cada uno de los miembros de la familia que gravitan y oscilan bajo el verbo de MAI. La música es un subtema raíz, acorazado y solo, pues es la soledad y la irresolución de cada uno de ellos, los leídos por la vida. Maestra vida, cuánto dice, cuánto hace. MAI es su código de escritura y MAI tiene el tango bailado de su desgracia; Gardel lo cantaba sin lágrimas, pero enfilaba el cuerpo de ellas. Valentino, actor amasado por la belleza de sus pasos, lo bailaba con una precisión que solo provocaba aplausos. Luego, nos decía que el tango es un pensamiento triste que se baila. Lo demás, Diana, la nigromante, lo ha podido descifrar con las tiradas del tarot, allá en el recóndito rincón de un edificio en Nueva York; allí eran parlantes las divisas de Allan Kardec, y sucedía el submundo pedido a jadeos de los consultados. Ese mundo espiritual, ese vaso de agua donde se congregan los tránsitos desconocidos, se hace cuerpo y presencia en MAI. Y también la regla fuertísima de que Dios castiga la concupiscencia, la desidia, la virazón que los pecados capitales zumba como un chorro de agua contra el hombre.
MAI es un trance entre todas las realidades de un cuadro familiar vivido. Pero sabemos que las verdades evidentes residen en el tiempo y el pasado. Todo el pasado vuelve como una ola, ha dicho Jorge Luis Borges, y Tennessee Williams se atrevió a ripostar en el capítulo 11 de sus memorias; “Qué es ser escritor, yo diría que es ser libre, significa la libertad de pararse cuando uno lo desea, ir a donde a uno le apetezca y en el momento en que le apetezca; significa ser viajero aquí y allá, significa la libertad de ser, y, como observó alguien una vez muy sabiamente si uno no puede ser uno mismo ¿qué sentido tiene ser nada en lo absoluto? Ser libre, como escritor es haber alcanzado el objetivo de la vida”, En esa marejada, el autor-director de MAI, desde su personaje, dispone de las reglas principales del drama, convoca los elementos de amor, dolor y desafío, invoca el tiempo y hace estallar el destino de los presuntos señalados. En una magia particular, siendo libre como autor, se atreve a dirigir a los suscritos en su memoria familiar. Es libre, bajo la premisa en la palabra. Es Carlos Canales con el signo y mástil de su libertad, la que comparte con nosotros. Tanto en el cuento como en la obra esta la libertad y cause de la memoria, nos perfila con unos seres en atardecer constante, díscolos, inmerecidos de plenitud. Son seres que así vivieron y que pueden ser, el recuerdo cercano de todos con aquel pariente del cual se pregunta, y que la respuesta parece gravitar en la versión oficial de la familia, para evitar pesares. Por tanto, también son seres proscritos por la felicidad y la realización. Sus desenlaces presentan la sorpresa que brinda la condición humana cuando nos da el poder, y cuando lo quita. Como sucede en cualquier poema de Pessoa, hay un deslumbramiento a la indefinición, a la pregunta rota, a lo imposible, a las múltiples asonancias. Se dice que Fernando Pessoa era un hombre autodidacta, muy curioso, e increíblemente reflexivo. Esto se traduce en su poesía, en la cual no solo nos muestra distintas perspectivas sobre múltiples tópicos sino voces y estilos. Estos incluso contaban con su propia biografía; son identidades completas artísticamente que se diferencian de la voz del autor, poseen su propia religión, ideologías y maneras de ver el mundo. ¿Paralelo? Algo sucede en MAI, que nos conmueve al descubrimiento de esa multiplicidad y la inherente variedad de temáticas. Y el tiempo, ¿Qué decir del tiempo? ¿Qué tiempo existe entre esa narrativa, esa acotación teatral que descubre una y otra vez, el acto lúdico de manifestarse? Si bien Pessoa habla en heterónimos, Canales los asume con nombre propio, en persona y existencia, sabe desdoblarse bajo la fórmula del prestidigitador-aquí pienso en Melquiades bajo aquél encuentro con Aureliano Buendía-la tristeza tiene su magia, y estos seres olvidados por la felicidad asumen su patrón de alma y revelación.
No deseo ser extensivo, dejando a los nuevos lectores del libro descubrirse, pues no hay otra palabra, descubrirse en el testimonio de MAI, y reconocer a alguien que ha transitado en su vida, o cerca. Algún nombre y apellido les visitará la memoria, algún túnel alumbrado del pasado regresa y se recuerda. Además, antes que lo olvide, es un cuadro social. Hay muchas salas de un sábado en la tarde disueltas en los puntos cardinales de esta brillante pieza. Se recoge el limbo cotidiano de nuestra sociedad, alumbrada en lo material, ofuscada en la irresolución, olvidándonos del mundo, y ya casi de lo que somos; eso llega al cuadro familiar, y se proyecta.
Eso, paladea nuestra tragedia compartida. ¿Somos algo? ¿Es cierto, nuestro rumbo? Tal vez esa vaciedad que nos corre como sonambulismo deseado, nos hace reflejarnos en MAI, que viene a ser, algo más que un espejo biográfico. Esos diálogos como, y otra vez lo repito, verdades evidentes reflejan un pueblo que languidece, esos diálogos circundan un lento susurro de desespero.
Existe, como subraya Michelle Tennyson de la Universidad de Conneticut en su prólogo a la obra que en MAI, se recoge y cito “la realidad de la familia obrera puertorriqueña, así como por la particular variedad de temas tratados; concretamente el conflicto entre el convencionalismo y la modernidad así como las consecuencias que acarrea dicho conflicto en la sociedad” Existe un Puerto Rico que ha variado mucho, desde el mismo punto de ebullición Ahora, puede ser un sábado en la tarde, con los chicos jugando juegos electrónicos, o la chica en duermevela con su celular contando una historia, la sala llena, pero de conversaciones disímiles. Nada ha cambiado, solo que el tiempo, se va dictando con pausas, cada día más preocupantes. Tengo que citar a José Ingenieros, ya extinto filósofo y psicólogo argentino; Los hombres y pueblos en decadencia viven acordándose de dónde vienen; los hombres geniales y pueblos fuertes sólo necesitan saber a dónde van. Eso necesitamos, y debería ser un credo si deseamos prevalecer como nación.
Un último detalle, MAI es lectura esencial, y sin haber adelantado mucho a sus próximos lectores, cierro con una cita de la misma obra, sabiendo que el presente y el futuro auguran buena andanza a su autor y más que todo el mensaje, que he ido decodificando a mi manera, como lo palpé y lo viví mientras leía sus líneas, y bajo esa libertad de la que nos diserta Williams dejo con enhorabuena, ese retorno y búsqueda por el barrio Buenaventura de Carolina, hoy en aristas graves de nostalgia, hoy incierto, hoy soñando con regresar a lo redivivo. El barrio que ha brindado grandes letras por Puerto Rico, y el Puerto Rico inmortal en la canción de Bobby Capó, más allá del sueño, la patria que queremos. No vaya a ser que despertemos y oigamos estas palabras y cito:
DAI: Mi mai, ¿dónde? Mi mai, ¿dónde está? ¿Dónde está mi cocodrilo? Quiero a mi cocodrilo. Quien se haya metido con mi cocodrilo la va a pagar bien pagá, lo juro por ésta. Quien lo haya cogido va a recibir un castigo de Dios porque ese cocodrilo es un apóstol. Es el nuevo salvador del mundo, el deseado de todas las naciones. ¡Fariseos, confiesen su pecado!
Que no sea esta fantasía nuestra verdad evidente, nuestro escape, nuestro silencio. ¡Enhorabuena!
*Marioantonio Rosa (Puerto Rico) es Poeta, Editor, Periodista Cultural, Crítico Literario Publicó Misivas para los Tiempos de Paz, (1997) y Tristezas de la Erótica (2003) con Editorial Isla Negra, Duelo a la Transparencia con la Editorial del Instituto de Cultura Puertorriqueña (2005), y que fue reseñado como Libro del Año por el periódico El Nuevo Día. Kilómetro Sur (Palabra Pórtico Editores 2016) y su más reciente publicación La Tierra de Mañana (2018) también con Palabra-Pórtico Editores. Formó parte de la Antología Poetas para el Mundo Voces para la Educación junto a Ernesto Cardenal y Raúl Zurita de Chile, auspiciado por el Sindicato de Maestros de México, y la Nueva Antología de Poesía Hispanoamericana, auspiciada por la Revista Ómnibus en España.
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