Jeremías 31:33: “Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo”.
Por Rafael Orlando López Castro
Comentario
LA VOZ DE GOICOECHEA.- Cuando hablamos de promesas de Dios hacia las personas, generalmente tendemos a pensar únicamente en todas aquellas cosas y situaciones que son agradables a nuestros ojos y que, por supuesto, la Biblia menciona en favor de alguien. Tristemente, hemos errado al pretender que tales promesas sean las mismas para todo el mundo, y esto pasa fruto de nuestra negligencia en el juicioso estudio Escritural. Y no sólo hemos cometido tales errores, sino que hemos llegado al colmo de “reclamar” a Dios por tales promesas, demostrando así un desvío e ignorando los perfectos y eternos atributos de Dios, tales como Su soberanía, Su supremacía o Su voluntad decretiva.
Ahora, si bien es cierto que en algunos textos bíblicos nos encontramos con promesas hechas a personas específicas en momento específicos y con un sentido específico, también es cierto que Dios ha prometido muchas cosas para todos aquellos a quienes les fue dado el don de la fe para creer en Su Hijo Unigénito, nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Tales promesas hacen parte de nuestras vidas y son inamovibles para nosotros, tal como se lo menciona en aquel hermoso himno llamado “Por Fe”:
“Sus promesas como roca son
Sus promesas cumple nuestro Dios...”
La que, en mi humilde opinión, quizá para nosotros debería ser la promesa más recordada, es aquella en la cual Dios comunica a Su pueblo Israel que haría un Nuevo Pacto, no uno como los anteriores, en los cuales se demandaban obras para su cabal cumplimiento, en el cual el pueblo debía DAR, sino que esta vez sería uno determinado en el consejo eterno, uno en el que, en vez de HACER y DAR, Su pueblo sólo debía CREER y RECIBIR, un nuevo Pacto, esta vez, de Gracia.
La promesa para ello se presenta en un momento en el que el pueblo de Dios por generaciones había traspasado cada advertencia Divina acerca de cada pacto que Él había hecho con ellos (Sal. 78), un momento especial cuando Su Ley continuaba siendo transgredida por quienes se supone que eran los suyos, su “especial tesoro sobre todos los pueblos” (Ex. 19:5), un momento en el que las advertencias de juicio, de muerte y de cautiverio fruto de la desobediencia y el pecado de este pueblo duro de cerviz, estaban cada vez más cerca de su cumplimiento, un momento en la historia caracterizado por el ministerio del profeta Jeremías, y sin un pequeño avistamiento de un posible arrepentimiento por parte de ellos hacia Su Dios.
El pueblo, ese pueblo rebelde y transgresor, en ese terrible momento recibe un recordatorio de la fidelidad de Dios y la promesa de un Nuevo Pacto, uno en el cual no tendrían la necesidad del cumplimiento de obras como en los anteriores, sino uno en el que, en vez de dar, debían recibir, uno gratuito e inmerecido.
En este contexto, el pueblo recibe esta promesa y con ella una nueva esperanza, de que su disciplina no duraría para siempre, y no sólo eso, sino que, por el contrario, se avecinaba algo mejor (HB. 8:6), un Nuevo Pacto, como dije, esta vez no de obras, sino de Gracia.
Este Nuevo Pacto tiene su cumplimiento espiritual en la iglesia neotestamentaria (aquellos que hemos puesto nuestra confianza en Cristo por la Providencia y misericordia de Dios), lo cual significa que gozamos de recibir sus beneficios espirituales y eternos, gozamos sabiendo que aunque seamos perseguidos y vituperados por el nombre de Cristo (I Pe. 4:14), somos peregrinos en este mundo (I Cró. 29:15; I Pe. 2:12) y esperamos nuestro encuentro con Aquel que nos reconcilió con el Padre (Mt. 25:6) y cuyo Espíritu en nosotros es el sello de Su promesa (Ef. 1:13) y la garantía de que nada ni nadie nos podrá arrebatar de Su mano (Jn. 10:28) ni separar de Su amor (Ro. 8:35-39).
Esta vez no habrá fracaso, la ley de Dios no está grabada en piedra sino en nuestros corazones (Jer. 31:33). Ahora hay un templo vivo, que somos nosotros, como piedras vivas (II Co. 3:3; I Pe. 2:5) y en el que Su Ley reposa en nuestros corazones. En esta dinámica espiritual Divina, todos aquellos que conozcan al Señor participarán de las bendiciones de la salvación, pues este Nuevo Pacto de Gracia, tiene efecto en aquel remanente que fue escogido precisamente por eso: por gracia (Ro. 11:5).
Si haces parte de la iglesia de Cristo, no olvides esta promesa. Si aún no vives una vida en la fe bíblica de Jesús, te animo a que lo hagas: Ve a Dios en arrepentimiento y ruega por tu salvación (Mt. 14:30).
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