…Hay lugares donde el tiempo se detiene sin que le notemos... En ocasiones somos afortunados, aunque de momento no vislumbremos la dicha que nos rodea. Peor aún es cuando no lo valoramos. A veces la vida nos cachetea para volver la mirada hacia atrás…ese es el momento en que comenzamos a apreciar el tesoro de la experiencia…
Por Gerardo A. Pérez Obando (GAPO)
LA VOZ DE GOICOECHEA.- La joven pareja nunca imaginó encontrar a la salida de la ceremonia al sacerdote Eladio Sancho quien después de repetir la bendición les abrazó fuertemente porque conocía la dura vida de los feligreses de Puerto Cortés y comenzaba a entender las complicaciones de la población bananera recién llegada.
La Finca Dieciséis era pequeña y abundante en carencias, pero en acatamiento la/os moradora/es la consideraban un paraíso ya que sobrevivían razonablemente.
En realidad, la plantación era un gran mordisco que la cuadrilla de don Rigoberto Rojas habíale desgajado a la selva. La ubicación entre la espesura y vera del Grande de Térraba, mezclada con la escasa población fermentaba un clima fresco y agradable que unido a la camaradería de vecinos se ufanaba en destacar el paraíso que habitaban.
El Edén se resumía a dos barracones; y, separado por quinientos metros, la planta de sigatoka. En los albergues moraban las familias de los trabajadores que rociaban las hojas de los bananales con bordelés. Inexplicablemente ninguna tenía descendencia.
El diccionario laboral nacional en 1944 carecía de algunas acepciones. No se conocían feriados ni horario. El inicio y fin de la jornada lo determina la luz solar en combinación con la condición atmosférica.
En la voltea de la montaña, los depredadores encontraron varias familias que se habían internado en la montaña con anterioridad y respetando sus posesiones, les dejaron colindando con la finca bananera que con el tiempo llegaron a formar parte de las entretenciones vespertinas o en fines de semana.
Combinaban las visitas a la finca de don Pancho Orozco y su esposa Mercedes Silva con las del muelle de materiales sobre el torrentoso río Térraba, además de pequeñas caminatas de exploración buscando tepeizcuintes en las imponentes montañas.
Algunos fines de semana salían a comprar o al cine de Puerto Cortés. Para comodidad se desplazaban en un “pump car” lo cual requería del esfuerzo de cuatro masculinos que levantaban y posaban el particular vehículo sobre la línea del tren que discurría entre la exótica selva.
Era la vida apacible de una generación especial. Un episodio de dieciocho meses que perduró en la mente de Iris y Alberto mientras existieron. Nunca olvidaron los nombres de lugares, vecina/os ni tampoco la equivalencia de los doce meses.
Diciembre sobresalía por el estridente canto de las “chicharras” que impedía conciliar el sueño y las atractivas, intensas e intermitentes luces azuladas de los “carbuncos” flotando en lejanía.
Años después de su partida escucharon la leyenda que los cocuyos visitaban el caserío de la Finca Dieciséis y portando diminutos e intermitentes rayos tornasol danzaban en la oscuridad para regocijo de los escasos moradores…después que las cigarras iniciaran el ruidoso rito anunciando la llegada del último mes…
Posiblemente era el estímulo de la naturaleza para los pobladores de un pueblo encantado…que bien conocieron…
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