Versículo “Efesios 4:4: Hay un solo cuerpo y un solo Espíritu, así como también fueron llamados a una sola esperanza”
Por Franco Coppola, Nuncio Apostólico en México
Comentario
LA VOZ DE GOICOECHEA.- Un solo cuerpo, una sola esperanza. A pesar de nuestras infidelidades, el Espíritu sigue actuando en la historia y mostrando su potencia vivificante. Es un motivo de gran esperanza el deseo de protagonismo, dentro de la Iglesia, de parte de los jóvenes y la solicitud de una mayor valoración de las mujeres y de espacios de participación en la misión de la Iglesia.
Si por una parte predomina –también en nuestro país- una mentalidad secularizada que tiende a expulsar la religión del espacio público, por otra parte, existe un integrismo religioso que no respeta la libertad de los otros, que alimenta formas de intolerancia y de violencia que se reflejan también en la comunidad cristiana y en sus relaciones con la sociedad.
No es raro que los cristianos asuman estas mismas actitudes, fomentando divisiones y contraposiciones también en la Iglesia. Estas situaciones tienen un profundo impacto en el significado de la expresión “caminar juntos” y en las posibilidades concretas de ponerla en acto.
En este contexto, la sinodalidad representa el camino principal para la Iglesia, llamada a renovarse bajo la acción del Espíritu y gracias a la escucha de la Palabra.
La capacidad de imaginar un futuro diverso para la Iglesia y para las instituciones a la altura de la misión recibida, depende en gran parte de la decisión de comenzar a poner en práctica procesos de escucha, de diálogo y de discernimiento comunitario en los que todos y cada uno puedan participar y contribuir.
Al mismo tiempo, la opción de “caminar juntos” es un signo profético para una familia humana que tiene necesidad de un proyecto compartido, capaz de buscar el bien de todos. Una Iglesia capaz de comunión y de fraternidad, de participación y de subsidiariedad, en fidelidad a lo que anuncia, podrá́ situarse al lado de los pobres y de los últimos y prestarles la propia voz, entrando con audacia y libertad de corazón en un proceso de conversión, sin el cual no será́ posible la “perenne reforma, de la que la Iglesia misma, en cuanto institución humana y terrena, tiene siempre necesidad”.
Forma de vivir y obrar del Pueblo de Dios
La sinodalidad “indica la especifica forma de vivir y obrar de la Iglesia Pueblo de Dios, que manifiesta y realiza en concreto su ser comunión en el caminar juntos, en el reunirse en asamblea y en el participar activamente de todos sus miembros en su misión evangelizadora”.
Es en este horizonte eclesial, inspirado en el principio de la participación de todos en la vida eclesial, en el que San Juan Crisóstomo podrá́ decir: “Iglesia y Sínodo son sinónimos”.
Por lo tanto, todos los Bautizados, al participar de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, «en el ejercicio de la multiforme y ordenada riqueza de sus carismas, de su vocación, de sus ministerios», son sujetos activos de la evangelización, tanto singularmente como formando parte integral del Pueblo de Dios.
Los Pastores, como “auténticos custodios, intérpretes y testimonios de la fe de toda la Iglesia”, no teman, por lo tanto, disponerse a la escucha de la grey a ellos confiada: la consulta al Pueblo de Dios no implica que se asuman dentro de la Iglesia los dinamismos de la democracia radicados en el principio de la mayoría, porque en la base de la participación en cada proceso sinodal está la pasión compartida por la común misión de evangelización y no la representación de intereses en conflicto.
Cada proceso sinodal, en el que los obispos son llamados a discernir lo que el Espíritu dice a la Iglesia, no solos, sino escuchando al Pueblo de Dios, que “participa también de la función profética de Cristo”, es una forma evidente de ese “caminar juntos” que hace crecer a la Iglesia. San Benito subraya cómo “muchas veces el Señor revela al más joven lo que es mejor”, es decir, a quien no ocupa posiciones de relieve en la comunidad; así los obispos tengan la preocupación de alcanzar a todos, para que en el desarrollo ordenado del camino sinodal se realice lo que el apóstol Pablo recomienda a la comunidad: “No extingan la acción del Espíritu; no desprecien las profecías; examínenlo todo y quédense con lo bueno”.
El sentido del camino al cual todos estamos llamados consiste, principalmente, en descubrir el rostro y la forma de una Iglesia sinodal, en la que “cada uno tiene algo que aprender. Pueblo fiel, Colegio episcopal, Obispo de Roma: uno en escucha de los otros; y todos en escucha del Espíritu Santo, el “Espíritu de verdad”, para conocer lo que Él “dice a las Iglesias”. El Obispo de Roma, en cuanto principio y fundamento de la unidad de la Iglesia pide a todos los Obispos y a todas las Iglesias particulares que entren con confianza y audacia en el camino de la sinodalidad.
La perspectiva del “caminar juntos”, además, abraza a toda la humanidad con la que compartimos “los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias”. Una Iglesia sinodal es un signo profético sobre todo para una comunidad de las naciones incapaz de proponer un proyecto compartido, a través del cual conseguir el bien de todos: practicar la sinodalidad es hoy para la Iglesia el modo más evidente de ser “sacramento universal de salvación”, “signo e instrumento de la unión intima con Dios y de la unidad de todo el género humano”.
Camino de
construcción de una iglesia
Una, aquella que emerge de la representación de la “escena comunitaria”, que acompaña constantemente el camino de la evangelización: los actores en juego son esencialmente tres, más uno: Jesús (que se dirige con especial atención a los que están “separados” de Dios y a los “abandonados” por la comunidad), la multitud (no sólo pocos iluminados o elegidos.
Sino también la cananea, excluida de la bendición, la samaritana, comprometida social y religiosamente, el ciego de nacimiento, excluido del perímetro de la gracia), los apóstoles (no para poner filtros a su presencia, sino para que sea más fácil encontrarlo) y el antagonista (él que divide – y por lo tanto contrasta un camino común –, se manifiesta indiferentemente en las formas del rigorismo religioso, de la intimación moral que se presenta más exigente que la de Jesús, y de la seducción de una sabiduría política mundana que pretende ser más eficaz que el discernimiento de espíritus).
Ninguno de los tres actores puede salir de la escena. Si falta Jesús, y en su lugar se ubica otro, la Iglesia se transforma en un contrato entre los apóstoles y la multitud, cuyo diálogo terminará por seguir los intereses del juego político. Sin los apóstoles, autorizados por Jesús e instruidos por el Espíritu, el vínculo con la verdad evangélica se interrumpe y la multitud queda expuesta a un mito o a una ideología sobre Jesús, ya sea que lo acepte o que lo rechace. Sin la multitud, la relación de los apóstoles con Jesús se corrompe en forma sectaria y autorreferencial de religión. Para eludir los engaños del “cuarto actor” es necesaria una conversión continua.
La otra imagen de la Escritura se refiere a la experiencia del Espíritu en la que Pedro, Cornelio y la comunidad primitiva reconocen el riesgo de poner límites injustificados a la coparticipación de la fe; es en el encuentro con las personas, acogiéndolas, caminando junto a ellas y entrando en sus casas, como Pedro descubre el significado de su visión: ningún ser humano es indigno a los ojos de Dios y la diferencia instituida por la elección, no es preferencia exclusiva, sino servicio y testimonio de dimensión universal.
La palabra (en el ritmo escucha – testimonio de la cercanía del Señor) asume un rol central en el encuentro entre los dos protagonistas. La experiencia sinodal del caminar juntos podrá́ recibir una inspiración decisiva a partir de la meditación de estos dos momentos de la Revelación.
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