Por Gerardo A. Pérez Obando (GAPO)
LA VOZ DE GOICOECHEA.- A los dieciséis años Raimunda conocía los recovecos de la tristeza por haber vivido en carne propia desde niña toda clase de infortunio. Se sentía sola en el mundo ya que se apartó voluntariamente de los supuestos familiares porque ninguna/o se apersonó a buscarla en la etapa de infortunio ni mucho menos haber tenido el valor de enfrentarse a la malvada tía a sabiendas que la explotaba …los cuatro granos que quedaron en la mazorca familiar hacía mucho se habían separado.
Cuando Nisilo comenzó a cortejarla descubrieron que el sueño compartido era formar el hogar ausente que ambos por circunstancias diferentes no conocieron. Ella conocedora del trajín comerciante de su comprometido, los domingos en que él no estaba, visitaba a sus familiares quienes la veían con buenos ojos para formar parte de la familia.
La noche en que abandonó la mazmorra, frente a la casa de la tía, una volanta la esperaba. Al ingresar Raimunda, un latigazo al aire revolvió los instintos del corcel iniciando el trote rumbo a un hogar transitorio mientras preparaban la ceremonia nupcial.
Nisilo se quedó esperando el reclamo del despiadado familiar que nunca llegó como tampoco se asomó en la iglesia mientras hacían los preparativos respectivos.
No habían transcurrido diez meses de casados cuando Raimunda observó llegar a un Nisilo sonriente mascullando entre dientes:
-Mañana nos vamos.
- ¿Cómo…para dónde?
-No te preocupés, compré otra propiedad más grande. Nada tenemos que llevar porque así fue el trato, a puerta cerrada, todo se queda…nada se lleva.
A Raimunda le complació el primer cambio porque el terreno era más extenso y alejado de la ciudad, pero le comenzó a inquietar porque en menos de tres años habían vivido en cuatro casas diferentes.
Ella había escuchado hablar de un lugar en el mercado de Cañas cuando los agricultores presumían del pueblo donde se sembraba la mejor sandía mientras le obsequiaban una probadita pero nunca imaginó conocerlo.
Habían nacido José y Francisca cuando al escuchar la conocida cantaleta de Nisilo preguntó:
- ¿Se puede saber para dónde vamos ahora?
-Sandillal…vamos para Sandillal escuchó.
Una hora a caballo separaba a Cañas de Sandillal. Era una finca grande. La casona estaba estratégicamente en la planicie de una loma chata donde se observaban los cuatro puntos cardinales. A primera vista estaban los sembradíos de arroz y la parcela con árboles frutales. Junto a la hacienda había un pequeño corral donde Nisilo ensillaba en las mañanas y liberaba por la tarde los aperos a las bestias que montaba. El pequeño corral estaba comunicado con otro grande a través de un pasadero que descendía al ángulo de la pendiente.
Tenían tres días de haber llegado cuando sentados en las mecedoras admiraban el cauce apacible del río que corría entre sus tierras cuando Nisilo se enfrentó a la mirada de Raimunda mientras escuchaba:
-Delante de nuestro hijo (sobándose el abultado abdomen) te digo que de aquí no me muevo más. Se acabaron los negocios con terrenos.
Posiblemente Nisilo pensaba igual porque no volvió a tocar el tema. Se dedicó por completo al mantenimiento de la finca. Era una persona carismática, dadivosa y facilidad para hacer amistades.
Poseía una habilidad para fabricar licor artesanal y en un recodo alejado del río que atravesaba la propiedad estableció un alambique. Al poco tiempo de establecidos en la región se celebró la primera “Parranda”.
Tres meses antes envolvió en papel unas botellas con licor y las echó en las alforjas visitando las fincas de la comarca donde luego de repartirlas exponía el proyecto.
El Rancho Grande se engalanaba la última semana de febrero iniciando con el ensordecedor estallido de tres bombas que explotando en el aire anunciaban al mediodía del sábado el inicio de la actividad que se prolongaba por ocho días exactos.
Raimunda contrataba cuatro mujeres y las hijas mayores para encargarse de la cocina, barrer y mojar el piso de tierra del gran salón para que estuviese preparado para el bailongo nocturnal. Nisilo se encargaba de buscar músicos, sabaneros para la monta de toros y atención en la venta de licor.
Las “Parrandas” se constituyeron en el lugar de presentación a la sociedad de la época de la juventud que abandonaba la niñez siendo la cuna de la mayoría de matrimonios en Sandillal.
Tenían dieciocho años de casados cuando un intenso dolor estomacal impidió a Nisilo levantarse. Ocho días después, algo recuperado, montó en su caballo rumbo al hospital de Puntarenas.Raimunda respondió al saludo con ambas manos cuando le miró levantar el sombrero para despedirse. Había pasado más de un mes cuando sus familiares llegaron con la noticia que había sido sepultado en el puerto.
Abrazó a Donata e Iris porque no tuvieron oportunidad de conocerlo. Sus ojos se anegaron un poco debido a que con el correr del tiempo la tristeza en su vida le había escurrido el manantial del llanto…había olvidado como llorar…
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