Historia: El Tío Toño


Por Gerardo A Pérez Obando (GAPO)

LA VOZ DE GOICOECHEA.- Antonio Obando tenía varios meses de actuar inexplicablemente. ¿Y quién más que su esposa con quien había compartido los últimos cuarenta años podría entenderlo?

Ella, conocedora de su temperamento, esperaba comprensivamente el momento en que la haría cómplice de sus pensamientos. En ocasiones lo contemplaba sentado por horas bajo la sombra del gran árbol de tamarindo frente a su casa con la mirada fija en el sur o se ausentaba en las mañanas y regresaba antes de oscurecer con saludos de amistades que en algún momento habían dejado de ver.

Su himno era el Punto Guanacasteco y le encantaba recitar arengas al son de la marimba:

¡Bomba!

-Cuando nací en Cañas me convertí en cañero. Arreando ganado me hicieron sabanero, pero cuando me miré en tus ojos me convenciste en ser tu eterno perro faldero...Uyuyuy bajura.

...Posiblemente fue un fin de semana porque esa tarde me encontraba en casa.

Al abrir la puerta me encontré a un hombre de gran estatura que con mirada repleta de alegría me dijo:

-Vos debes ser Gerardo…sin esperar respuesta y después de estrechar su enorme mano me abrazó fuertemente mientras se auto presentaba con potente vocerrón:

-Soy el Tío Toño.

Mamá, entretenida con la televisión, se levantó de inmediato al reconocer la portentosa voz del recién llegado y de inmediato se fundieron en otro largo abrazo mientras decía:

-Llegaste a tiempo, tomemos un café antes que descanses.

Tuve la suerte de compartir ese momento porque su equipaje venía cargado con un caudal interminable de antiguos recuerdos que siempre me han deleitado al escucharlos. Lo mejor fue cuando dijo que al estar jubilado disponía de tiempo ilimitado.

Había compartido la niñez, esa bella época donde aprendemos las bases de nuestra existencia, con los hermanos de mamá.

Se mostraba entusiasmado porque había pasado más de medio siglo desde que la ruleta de la vida les había marcado diferentes caminos y su propósito era visitar a toda/os y cada una/o para satisfacción personal.

Era la primera vez que se ausentaba de su casa por tiempo indefinido por lo que su conyugue le acompañó a la estación del bus “La Cañera“ y lo encomendó a Dios.

La inquietud del Tío Toño en su misteriosa permuta había surgido meses atrás.

Una tarde mientras se afeitaba, por primera vez en su vida pensó en los diferentes cambios de facciones por los que había pasado. Pensó en los Obando y decidió buscarlos para darle un nuevo sentido a su vida. Deseaba verlos para compartir y se reconocieran con nuevos rostros.

Iris fue la primera en visitar por haberla visto pocos años antes y tenía su contacto. El Tío Toño estuvo varias semanas en su casa y al poco tiempo toda/os lo conocían en el barrio por su alegre espíritu y calidad humana.

De nuestra casa salió rumbo a Guápiles donde lo esperaba la tía Donata. Luis Vargas, el esposo de tía Tila lo esperaba para llevarlo a la finca en Cariari donde vivían solos. Se ambientó rápidamente porque todas las mañanas ensillaban los caballos para revisar la propiedad y supervisar las vacas lecheras.

Debió acelerar el viaje porque en Golfito, el tío José y la tía Francisca le esperaban hacía varios días. La única instrucción era decirle al conductor del bus que se bajaba en La Mona o Kilómetro Doce.

En Kilómetro Doce conoció a Pablo Eleuterio David y a Daniel, los últimos hijos de Raimunda y Rigoberto Rojas, famosos por hacer grandes y prolongadas celebraciones por la cosa más insignificante que sucediera, por lo que la llegada del Tío Toño coincidió con varias semanas de celebraciones y unas merecidas vacaciones en las fincas con juegos de pólvora incluidos.

Un reverdecido Tío Toño se encontró la familia al retornar a Cañas feliz de haber culminado un deseo reprimido por años.

Seis meses más tarde el Tío Toño se acostó y ese fue su sueño eterno contaba la esposa a sus allegados en el sepelio…

*

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