“Deberíamos repensar el modo de salir de este ambiente corrompido por la desolación, impulsando el mundo de la ética con el de las relaciones entre análogos, que es lo que da verdaderamente sentido a nuestra existencia”.
Por Víctor Corcoba Herrero
LA VOZ DE GOICOECHEA.- La vida es una gran fiesta a la que estamos llamados todos, a vivirla con certeza y a dejar que nos reviva, mediante la acción de los anhelos. Lo importante es llenarnos de esperanza y caminar unidos, dándonos aliento unos otros, mientras nos preparamos para cruzar el umbral del tiempo. Ahora somos ese instante vivo, que exige la movilización conjunta de las fuerzas solidarias, encaminadas a serenarnos, sobre las cargas vivientes entre sí, para poder crecer y madurar. En consecuencia, lo que hemos de tener claro, es que en todas las etapas existenciales el entusiasmo es fundamental, para no apagarse y dar continuidad a ese buen propósito de batallar y no cesar en el empeño de desvivirse por vivir. Fruto de esa entrega generosa del donante, que todos hemos de llevar consigo, es donde germina lo que nos embellece por dentro y, aparte, nos da savia. Desde luego, parece que nuestro caminar acrecienta más su huella, en la medida que podemos acompañar y sentirnos acompañados por los demás, puesto que todo se sobrelleva mejor compartiendo, ya sean alegrías o tristezas.
La certeza de vivir, en un mundo tan desolado como el presente, acostumbrado a un forjar desequilibrado, en demasiadas ocasiones nos deja sin perspectiva. Ciertamente, nos sobrecogen esas realidades que impiden con la cultura abortiva que un ser indefenso pueda ver la luz, o se la apaguen, con la eutanasia, antes de su ocaso natural. También nos impresiona el aluvión de riesgos asociados a la desesperación, como la pérdida laboral o financiera, el trauma o el abuso, los trastornos mentales y las diversas adicciones; o, igualmente, el aumento de la violencia, que causan numerosas víctimas, en especial entre los jóvenes. Por desgracia, cada día más gente en formación se siente aislada, desconectada y frustrada. Son todas estas situaciones las que pueden llevar a las personas a pensar en quitarse la vida. Por eso, es esencial una acción de toda la sociedad para poner fin a esta atmósfera de desamparo, que junto al compromiso de los gobiernos de todo el mundo para invertir y crear una estrategia nacional integral que mejore la prevención y la atención a enfermedades mentales, fomentará ese universal cambio de miras saludable, tan necesario como imprescindible.
Sea como fuere, no podemos dejarnos abatir por una realidad que nos tritura de sufrimientos. Tenemos que activar lo auténtico y no caer en ese espíritu corrupto que todo lo envenena de muerte. Somos ciudadanos del mundo, pero también sueños de amor en supervivencia, necesitados de luz para no perder la capacidad de reaccionar frente a lo destructivo, que nos deja sin alma. La situación es, sin lugar a dudas, inhumana: hay muchos, muchos moradores que se hallan en continuas angustias, muchos pueblos y ciudades en contienda permanente, mucho odio y mucha envidia sembrada por todos los rincones planetarios, mucho espíritu huérfano de cariño y mucha soledad impuesta; lo que hace que multitud de gentes ya estén medio muertas de miedo en vida y hundidas en la amargura. Deberíamos repensar el modo de salir de este ambiente corrompido por la desolación, impulsando el mundo de la ética con el de las relaciones entre análogos, que es lo que da verdaderamente sentido a nuestra existencia. De lo contrario, seremos una generación de inconscientes, apoderada del estúpido interés y dominada por unos líderes, que en lugar de ser puente se ensimisman en su pedestal.
La evidencia es la más decisiva demostración de su fuerza transformadora. Nos merecemos otro mundo más consolador, que nos ahuyente de esta inmensa oscuridad tenebrosa y vejatoria, cuyo lenguaje es la hipocresía constante, mientras toma de las tinieblas el abecedario incoherente entre el decir y el obrar. Se nos olvida, que la vida es para vivirla en donación y encontrarse, no para acabarla enfrentados y perdernos. Es menester que nos animemos mutuamente. Tengo la convicción de que si no tomamos nuestros andares como una misión conciliadora nos sentiremos vacíos, extremadamente afligidos o sin razón para levantarse. Pongamos, pues, sobre ese horizonte que no vemos y ansiamos, el manantial enérgico de ese amanecer de gozos para poder sentirnos en movimiento como poetas en guardia, inspiradores de confianza y cesión. No caigamos en ese espíritu egoísta que todo lo acapara para sí, como si fuera un dios, pensando que no necesita de nadie. Quien actúa de esta forma, acaba mal, sin cercanía, absorto en la necedad. Solo hay que verse en la historia, como algunas civilizaciones mueren abandonadas al dolor sin resistir, por inmolación, sin haber luchado por consolarse. La compasiva expectativa, al fin y al cabo, es la que cura todos los males.
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