Los gringos sabían a lo que venían. Tenían bastante tiempo de estar explorando las montañas con todo documentado por lo que la caminata no fue prolongada. Rigoberto escogió ocho fornidos braceros acompañados de dos largas sierras manuales para adelantarse mientras los demás acarreaban el resto de suministros.
Luego de un par de horas de caminata el guía levantó las manos con la indicación de detenerse. Habían llegado al primer centro de operaciones. Inmediatamente después de abrir unas latas de comida los primeros árboles se desplomaban para construir el fortín.
En las primeras instrucciones los estadounidenses reconocieron la destreza del contratado y lo celebraron mentalmente. Notaron del conocimiento de las maderas requeridas para la construcción de viviendas, la manera de serrarla, pero los más importante, la dureza y el tamaño adecuado de los durmientes que debían soportar el peso del camino de hierro para las locomotoras que correrían en el corto plazo.
No existía período de descanso semanal ni horario laboral. La claridad del día marcaba el inicio de labores que culminaban al esconderse el sol. Rigoberto seleccionó varios trabajadores y les indujo a interesarse más a fondo en la labor formando cuadrillas. Poco a poco las primeras viviendas de Palmar Sur empezaban a surgir. Las habitaciones que conformaban la zona americana destinada a los gringos se construyeron colindante al Grande de Térraba. Hacia afuera el comisariato y el hospital. Después siguieron los barracones.
Los gringos se desentendieron de Rigoberto después de construidas las primeras casas y un largo tramo de polines para soportar la vía férrea. Le suministraron un plano a seguir y de vez en cuando hacían visitas de inspección y supervisión.
Palmar Sur se había convertido un claro en la espesura cuando se inició la segunda etapa del desmonte. Debían adentrarse en la montaña, montar un campamento, serrar madera para las traviesas del ferrocarril y asentarlos en el sendero según lo proyectado.
Utilizando animales de carga aceleraron el ingreso. Los tres gringos y Rigoberto. machete en mano encabezaban la comitiva abriendo paso sobre las mulas. Los más fornidos caminaban limpiando maleza a menor altura para facilitar el ingreso a las herramientas sobre las monturas.
La Finca Uno se erigió cercana a Palmar Sur. En ese primer asentamiento le entregaron a Rigoberto una gran bolsa de cuero con los planos que contenían la información de la infraestructura a desarrollar. A primera hora del día siguiente regresaban a sus oficinas para retornar en dos semanas. En caso de algún suministro utilizarían las mulas. El rosario de durmientes para la vía férrea se convirtió en el primer sendero de comunicación para los colonizadores.
El tamaño de los asentamientos lo determinaba la ubicación y característica del terreno. Después que las cuadrillas se internaban tierra adentro los “barracones” de las fincas se iban llenando de manos para la siembra y mantenimiento de las matas de banano en desarrollo. Las fincas con mayor extensión estaban dotadas de escuela, comisariato, dispensario, club, talleres mecánicos, muleras…
A un kilómetro de los campos de futbol había tres casonas amarillas rodeadas por extensas y acicaladas cercas vivientes con amapolas rojas y césped pulcramente recortado con coloridos jardines insertados en el paisaje.
Era la zona destinada para los de mayor jerarquía: “mandadores” y contabilistas, (timekeeper)s con sus acepciones ticas “tenquiper”. Los capataces, (foreman) “forman” vivían en casas aparte dentro de las fincas. El grueso de trabajadores estaba conformado por solteros y casados. Para los primeros había edificaciones de apartamentos (bachelor), “bachers”.
Cada finca tenía envidiables plazas de balompié custodiado por nueve naves habitacionales que cerraba la línea del ferrocarril y carretera. Tres “barracones” de dos pisos en tres costados de la plaza se convertían en el escenario donde las familias disfrutaban de inolvidables “mejengas” al atardecer. El manto nocturnal abría el camino por el que se asomaban los primeros candiles en intento vano para aplacar las sombras.
Antes de retornar a su país los tres gringos hicieron un recorrido con Rigoberto y varios capataces solo que en vez de mulas iban sonrientes y acomodados en un “moto car” sobre la vía férrea que con el tiempo se constituiría en la columna vertebral de la zona bananera. Algunos de los primeros braceros retirados o emprendido el viaje eterno habían sido reemplazados. El mordisco a la montaña era evidente pero el proyecto estaba incompleto.
El follaje anunciaba la montaña y el final de la vía férrea. Los tres habían aprendido el idioma tico pero no podían decir Rigoberto. Los montañeros se subieron a los lomos de las mulas que esperaban y los gringos agitaban las manos antes de consumirse en el horizonte…los norteamericanos le llamaban don Rigo…
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