Puedo asegurar que un sueño fue… (donde se gestó mi infancia) …
Por Gerardo A. Pérez Obando (GAPO)
LA VOZ DE GOICOECHEA.- Rigoberto Rojas nunca había pernoctado en otro lado que no fuera el lugar que lo vio nacer en la primera década de 1900.
De niño escuchaba con atención los vericuetos que tenía que solventar su padre en las dificultosas talas que emprendía en sus contrataciones. Cruzaba los brazos y atenazando las manos a sus hombros escuchaba con atención las peripecias acontecidas antes que sus ojos se cerrasen para darle paso al ensueño donde soltaba la rienda a su inquieta imaginación.
Su padre había nacido con una destreza natural para desmochar selvas por lo cual tenía una lista de contratos pendientes con los finqueros de la comarca. Este compromiso que, unido a buen estipendio, le obligaba a ausentarse por períodos de su hogar al cual siempre retornaba con una carreta tirada por dos mulas llena de innovaciones para sus hijos e historias de lo acontecido con las que entretenía a la familia antes de ir a la cama.
En ese entonces Guanacaste era una zona montañosa en expansión con una economía nacional con requerimientos en granos y carne por lo que incentivaba a la/os poseedores de tierras a convertir zonas agrestes en pastizales para iniciar la ganadería y sembradíos.
Antes de concluir la enseñanza primaria Rigoberto expresó a su madre el deseo de seguir los pasos de su tutor quien complaciente lo enroló en el contrato posterior a su graduación máxime que en Cañas no existía educación secundaria.
Rigoberto escuchaba las experiencias de su mentor con tanto cuidado y atención que la convirtió en teoría adecuada para ponerla en práctica desde el primer momento. Su padre, sorprendido por la capacidad innata, de inmediato procedió a transmitirle su experiencia y los “secretos” que moraban en su mente y experiencia.
Antes de cumplir los quince, en unión de su padre, elegía los braceros para formar una compañía de su propiedad y poder compartir diversos contratos que tenía en lista de espera.
Rigoberto recordó a Nisilo Obando. Habían sido compañeros de escuela además de vecinos y amigos. En su estilo ambos eran guapos y espigados mozos. Nisilo era trigueño con oscuros ojos y pelo lacio mientras el ensortijado cabello de Rigoberto era rubio armonizante con sus ojos color cielo.
Les gustaba montar a caballo y visitar amistades en común que vivían en los ranchos más alejados donde siempre eran bienvenidos. Nisilo tenía la habilidad de producir licor de caña dulce y en algunos brazos de riachuelos había instalado alambiques donde hacían un alto para llenar recipientes y asegurar un mejor recibimiento.
Como sello de amistad encargaron a un orfebre para confeccionar un par de hebillas de acero y plata con las iniciales “N O” y “R R”, únicas en la población.
Tiempo después Rigoberto encontró una bella mujer con la cual procrearon tres hijos antes que una enfermedad le dejase viudo.
Una sacudida de la barcaza le hizo retornar al presente y observó las márgenes del inmenso caudal del Grande de Térraba...Giró su cuerpo lentamente a trescientos sesenta grados. El Diquís se le semejó a un hilo de plata en mitad de la espesura. Allende la vista llegase topaba con selva. Nunca había visto los guacamayos tan cerca ni mucho menos que no se espantaran con los humanos. Las lapas cruzaban en bandadas sobre los botes y se posaban en los guarumos emitiendo sonidos similares a la risa humana que la muchedumbre celebraba.
Era su primera experiencia en una selva virgen y sintió un poco de remordimiento, pero no había marcha atrás. Había firmado un documento, pero más que eso, su palabra estaba de por medio y fue la enseñanza más estricta de su padre, honrar los compromisos.
Meses atrás en Cañas leía un telegrama que le desconcertó porque una empresa que no conocía pedía sus servicios para un lugar que ni siquiera sabía de su existencia. La posdata decía: “Conocemos su experiencia, ciento cincuenta operarios están a su disposición, confirme y le esperamos cuanto antes”.
Su acción inicial fue comentarlo con su compañera sentimental. Entre los comensales del Hotel del Oeste escuchó: - ¿No le suena extraño que le llamen sin conocerle? ¿United Fruit Company? ¿Puerto Cortés…dónde queda?
La compañera de Rigoberto era astuta y adaptable. Sufrió mucho en la infancia, un poco más en la adolescencia y cuando creyó estar en paz con la sociedad una desgracia acabó su sueño. Se comparaba con una gata. Decía que las volteretas le habían enseñado a caer con los pies al suelo y sin tambalearse porque nada ni nadie le apagaba el “puro”.
Había cumplido un sueño cuando compró la posada que rescató gracias a la preparación de exquisitas comidas criollas. El rótulo lo decía claro: “Hotel del Oeste…su comida a cualquier hora del día”.
Rigoberto la conocía bien, confiaba en que su espíritu de aventura y cambio podrían impulsarla a que le acompañase. Semanas antes la había escuchado decir que quería vender el negocio…
Uno de los gringos tocó su hombro para señalarle el rústico amarradero para botes en un playón del río.
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