Puedo asegurar que un sueño fue… (donde pasó mi infancia) …
Por Gerardo A. Pérez Obando (Gapo)
LA VOZ DE GOICOECHEA.- La cordillera de Talamanca, la mayor elevación en el sur de América Central, cobija al cerro Chirripó siendo la altura más sobresaliente en la región. En una de las majestuosas aperturas de sus imponentes faldas, brota la medianía del río que al juntarse en Paso Real con su homólogo Coto Brus, forman el caudal más grande del país.
Los “Térrabas” fueron los primeros habitantes de las comunidades asentadas a sus orillas quienes le conocían por Diquís cuyo significado en Brunca es “agua grande”. Desde sus inicios fue respetado por ser la vía de comunicación natural además de proveedor de sustento y alimentación en el valle.
Más que una inmensa garganta acuífera le consideraban símbolo de paternidad y amistad. La savia de la naturaleza que rodeaba al imperio de la serranía. La sangre caliente de Sibú que proveniente de las alturas talamanqueñas descendía raudo y autónomo hacia la costa pacífica en busca de libertad y expansión.
La/os ribereña/os le echaban de ver desde niña/os. Sus antepasados sabían que en cualquier momento después de la cuarta luna del año iniciaba la época lluviosa. Conocían las zonas adonde la aguas nunca llegarían y las fajas del terreno en que abandonaba el lecho desbordando con furia, sedimento, follaje, troncos y, cuanto encontrase en el camino transformando siempre la vertiente.
Para la comunidad Brunca era la ceremonia enviada por la naturaleza para limpiar la cañada, abonar la tierra, recoger pejes con facilidad y aumentar cardúmenes asegurando pesca y siembra para la estación seca venidera.
La comunidad de Palmar de los Indios se estableció aledaña a la desembocadura del río, la cual se fue ensanchando con chiricana/os en busca de asentamiento. Río abajo estaba El Pozo, diez kilómetros antes de la desembocadura al mar.
Ante la ausencia del control estatal propia de la época, en 1900 algunas familias canaleras se adentraban libremente por suelo tico por lo que se cree que fueron los primeros habitantes del caserío El Pozo. Entre 1912-1915 se agregaron los primeros costarricenses dedicándose al cultivo de arroz y ganadería.
Cuenta una leyenda que el nombre se debió que a finales de 1880 los retenidos de libertad incorregibles los llevaban a Puntarenas cuyo castigo era el “pozo”. Les montaban en barcazas y después de cruzar la desembocadura del río los dejaban a merced de la montaña en diferentes riberas del río.
Con el tiempo “Palmar de los indios” cambió de nombre a Palmar Norte y en 1934 “El Pozo”, a Puerto Cortés en honor al presidente en ese entonces, don León Cortés Castro.
En 1938 la United Fruit Company se hizo presente en la zona. Tomaron un playón al margen sur del río frente al embarcadero, rasparon el perímetro de la montaña y levantaron temporalmente la sede administrativa mientras construían en Palmar Sur el asentamiento definitivo.
Fue la estrategia de reclutamiento para centenares de personas que desfilaban por el embarcadero cada semana con la esperanza de encontrar en el oro verde una mejor oportunidad para sus vidas.
“La Administración” inició funciones en una carpa monumental sin divisiones con mesas y asientos diseminados por doquier donde varios gringos que medio entendían el idioma “tico” contrataban a quienes llegasen sin mucho preámbulo, bastaba el hecho de haber sobrevivido a la osadía del rudo trayecto.
Rigoberto Rojas en su jubilación en Cañas de Guanacaste recordaría el momento en que su gran sueño dorado se convirtió en decepción temporal. Técnicamente se convirtió en el primer trabajador nacional contratado por la empresa para “bajar” la montaña.
Aunque dos semanas antes había quedado de arribar, de inmediato quedaron a su disposición ciento cincuenta sembradores quienes esperaban a quienquiera fuese el futuro capataz. Se los presentaron en grupos. Unos jugaban a los “dados” y al póker. Otros dormían en hamacas desordenadas en unas barracas cercanas a la montaña.
Puerto Cortés y Palmar Norte comenzaban su fulgor, pero el esplendor del encanto bananero lo eclipsaría por bastante tiempo, sin embargo, al final de la historia se constituyeron en los puntos débiles del embrujo verde…
Al día siguiente don Rigo desafiaba la corriente del tumultuoso río Grande de Térraba acompañado por tres flacos y rubios gringos que trataban de comunicarse de la mejor manera mientras el séquito de conterráneos le examinaban con la mirada de arriba abajo y de lado a lado.
No sospechaban de su origen guanacasteco. Alto, delgado, cabellera blonda, ojos claros, pantalón ajustado, camisa manga larga con cuadros estampados, sombrero de sabanero. Cuando notaron la hebilla de plata con las letras “RR” empotradas, apostaron, pasador incluido, a que no daría la talla por las inclemencias del tiempo…
Varios lanchones venían de custodia cargados con el grueso del personal, sierras manuales, sogas, cadenas arneses, agua, comida enlatada, keroseno y demás aperos requeridos para vencer al temible “enemigo” en pos del progreso…
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2 Comentarios
Tiempos durísimos, recordaba una amigo y dos primos de mi suegro que la llegada de la Standart Fruit Company fue una bendición para los que lograron un puesto ahi, mientras en el campo se ganaban 0.75 por día, en la babanera por día llegaban hasta 4 colones....
ResponderBorrarGracias Franz, definitivo, tiempos duros, en la etapa de la niñez no la percibíamos, nos dimos cuenta cuando de grandes escuchábamos historias de nuestros padres. En la niñez todo es felicidad, gracias por comentar.
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