La verdadera historia: Moisés Quesada Marín (Moiso)


Por Gerardo A. Pérez Obando (Gapo)

LA VOZ DE GOICOECHEA.- Si en la década 1960 alguien habría indagado acerca de Moisés Quesada estoy seguro que nunca le hubiese encontrado. Lo afirmo con propiedad porque después de treinta años, por casualidad, y ante lo que consideraba el último intento, sentí en la sonrisa de Martha Tenorio una vaga complicidad que antes de escuchar la respuesta, sospechaba que algo conocía, aunque jamás imaginé que fuera tan preciso el detalle superando con creces lo esperado.

-Precisamente Moiso vivió en esta casa hasta su partida final, la escuché decir. Nosotros nos criamos con él porque nuestro abuelo era su padrino y una tarde llamó a la familia para comunicarnos.

Moiso era oriundo de Coronado. Antes de partir de San Rafael don Nino Tenorio lo llevó a cristianar. Más de diez años habían pasado cuando un amigo le contó que su ahijado tenía un problema mental por lo que dormía en las calles de San Isidro. Un día le llamó: “Moisés” y ante su acercamiento y sonrisa angelical posó su brazo sobre los hombros diciéndole: “vamos”

La nueva familia le calculó 15 años. Delgado, estatura baja, facciones agraciadas y pies descalzos porque nunca necesitó zapatos. Su padrino había preparado un cuarto grande detrás de la casa con ingreso independiente para darle espacio y comodidad.

Con el tiempo fueron conociendo su fuerte carácter, honradez, respeto y cariño especialmente con la/os niña/os a quienes llamaba “bolillito”. Su casa estaba contiguo a la escuela cuyo estudiantado le apreciaba mucho. Solo comía arroz, preferiblemente tostado, frijoles y tomate, lo demás ni lo volvía a ver. Con sus labios imitaba a la perfección el sonido de la trompeta cuyos sones alegres invadían las casas cercanas por las tardes. Cuando no lo hacía, Martha reclamaba “diay Moiso…la corneta”

Años después Moiso se convirtió en un personaje de Ipís de Goicoechea. Su cuartel era el barrio Los Ángeles y su campo de batalla la colonia Rodrigo Facio Brenes con esporádicas apariciones en Purral, Vista de Mar y Guadalupe, especialmente en los famosos “turnos” porque generalmente los organizadores, marimbas o “cimarronas” improvisaban una “pista” donde sacaba a relucir su alegría interna bailando y de vez en cuando entonando falsetes de canciones rancheras.

Lamentablemente este lindo contexto pudo haber sido el inicio del fin ya que le invitaban a tomar complicando la situación porque posiblemente por su capacidad especial unida a años de crianza en las calles había desarrollado el hábito del fumado e ingesta de licor que se intensificaba en cada festividad prolongándose en las cantinas transformándole en una persona malcriada completamente diferente a su pasividad normal.

Un día de tantos lo atropelló un vehículo con resultado del internamiento en el hospital Calderón Guardia donde lo recibieron amable y dulcemente lo cual cambió al día siguiente cuando con la revisión diaria no estaba en su cama pese a que lo buscaron toda la mañana. Por la tarde lo encontraron dormido en una bodega rodeado de recipientes de alcohol vacíos.

Varios días después apareció en la casa con ropas de hospitalizado y costuras vivas en las heridas. Al otro día un tanto recuperado tomó un viejo machete para cortar y quitar las punzadas impuestas. En los registros del hospital quedó el reporte de “escapado”.

A los días preocupados por la salud, aparecieron varios “familiares” del accidentado para ponerse a la orden, pero al enterarse que no había recibido dinero por el percance no se volvieron a ver.

Mientras las fiestas populares caducaban en las comunidades, de la mano se incrementaba la apertura de bares y cantinas en las barriadas, lo cual ampliaba el horizonte del menú de lugares a visitar por Moiso quien se acercaba tímidamente a las puertas que eran abiertas de par en par por grupos de tomadores que lo incitaban a retos con recompensa de licor.

Le pedían romper botellas con sus pies de piedra y caminar sobre los vidrios lo cual consistía en una misión fácil, tomarse una cerveza o una cuarta de guaro en una sola tragada y sin respirar. En una de esas ocasiones avisaron a don Nino quien fue a rescatarlo, pero al ver al fornido padrino, le negaron que ahí estuviese.

En 1990 se escribieron sus últimas líneas cuando los familiares de crianza no querían acercarse al cuerpo que encontraron inmóvil a primeras horas del día.

Estaba sobre la acera contiguo a una botella en un aparente último intento por ingresar a su morada. Confirmaron el temor que esperaban hacía tiempo atrás. Posiblemente tenía 54 años.

Su padrino fue a la funeraria y con asombro le informaron que los honorarios del sepelio estaban cubiertos. Lo mismo con el servicio de buses para el traslado de parroquianos al cementerio.

El féretro fue adornado con diferentes formas florales elaboradas por estudiantes de la escuela Los Ángeles mientras cantaban: “Hasta pronto Bolillito”. El novenario fue concurrido y en abundancia.

Para recordar su partida de manera fácil, le diremos que aconteció un 8 de mayo; el día festivo en que partidos políticos y dirigentes nacionales celebran el banquete a la impunidad que gracias a la falta de crítica de los votantes aún llaman traspaso de poderes.

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