Por Leonardo Cruz Alvarado
LA VOZ DE GOICOECHEA.- La cantidad de personas que se reúne frente a una pantalla es abrumadora. La oferta de programas y de opciones goza de un sinnúmero de posibilidades para el espectador, sin embargo, la mayoría de artistas no tienen de la posibilidad de acercamiento con ningún tipo de público. Viéndolo bien, la apertura de espacios culturales y de difusión no se da para todos en la misma medida y eso no es un secreto para nadie, pero ¿qué pasa cuando el artista, luchando contra viento y marea, ha logrado abrirse un campito en el corazón de su comunidad pero no consigue un posicionamiento ante los gobiernos locales o a nivel nacional y, a pesar de ello, sigue brindando sus “servicios” de forma gratuita y desinteresada?
Sabemos que al costarricense promedio le gusta aquello que no le genere un desembolso económico y muy rara vez invierte en actividades que favorezcan su salud mental: pocos asisten al teatro, poquísimos pagan una entrada para alguna presentación de baile y muchos menos son quienes pagan por un recital de poesía, es más, me atrevo a decir que por ellos ni se cobra. Esto nos da como resultado que el artista haga de tripas chorizo para poder subsistir y, peor aún, para poder continuar con su labor casi apostólica en su comunidad.
En el arte y a nivel institucional la situación no dista mucho de esa cualidad del costarricense. Algunas municipalidades se resisten a invertir en cultura, pues lo ven como un gasto que no traería consigo alguna ganancia específica, cuantificable o, al menos, visible; por ello, me atrevo a decir, que les encanta cuando el artista es quien se ofrece sin pedir alguna retribución económica a cambio. Personalmente, conozco a seres invaluables que se capacitan, sacan de su tiempo: dejan sus negocios, sus ratos de esparcimiento o descanso con tal de darlo todo por un espectáculo o llevar una propuesta a su comunidad.
Así las cosas, es lamentable que tanto gasto de energía vital no parezca recibir inyección económica o, por lo menos, el apoyo oportuno, llámese difusión o reconocimiento, ante una labor tan desinteresada. Sale a flote una pregunta básica: ¿Por qué se subestima al artista local, es decir, a quien siendo del pueblo desea hacer algo por él? Bueno, la respuesta no es sencilla, sin embargo, pienso que al ser una persona que diariamente camina entre su comunidad, no es tomada en consideración o se le desmerita valor y, mucho menos, se le da la seriedad del caso. Casi siempre se asume que se cuenta con él (ella) a priori y que siempre estará presente para cualquier actividad y hasta de “salva tandas”.
¿Pero qué pasa en cuanto al factor gratificante que recibe ese artista por su dedicación y entrega? La vida es injusta, mi estimado lector. He visto que para muchos artistas ajenos a cualquier cantón hay considerables desembolsos de dinero cuando de actividades se trata y me refiero, más específicamente, a cuando el espectáculo tiene una producción o difusión a nivel nacional en alguna televisora, me refiero a cuando hay alguna productora detrás de un evento. Ahí sí afloran los dineros que una persona comprometida con su pueblo desearía para seguir invirtiendo o proyectando su quehacer diario y comprometido.
¿Desea indignarse más? Le propongo que imagine que usted es el artista y ha invertido cerca de 10 o 20 años en una comunidad, sí, suponga que usted ha participado efusivamente de cada una de las actividades realizadas en su cantón y no se ha negado porque sabe que el arte es un bien necesario para los pueblos. Lo hace gratuitamente porque considera que es su forma de ser agradecido con la tierra que lo vio nacer. Ha tenido que sacar de su bolsillo: ropa, maquillaje, vestuario, alimentación, copias, entre otras; pero nunca ha cobrado nada por sus presentaciones. De pronto, para una actividad “X”, el gobierno local decide traer a otro artista ajeno a la comunidad, al cual le pagarán alrededor de 700 mil colones o más (haciendo un estimado) por una sola presentación. Usted, al igual que yo, de seguro se indignará, luego se tapará los ojos y dirá: “Y a mí ni un vaso de agua me han dado, ¡es el colmo!”.
A los encargados de destinar fondos del Ministerio de Cultura, a todas las municipalidades y a los gestores culturales de distintas zonas del país les hago un llamado vehemente a tomarse estos asuntos con mayor seriedad, y les propongo una frase para su consideración y análisis, y para que, por fin, aprendan a valorar el producto riquísimo de sus zonas:
“La apertura de espacios e inversión debe ser proporcional al compromiso social de quien los procura”. A fin de cuentas, al artista que es ajeno a la región poco o nada le importará cuál vaya a ser el desarrollo artístico y cultural a futuro de la zona que visita, es más, tal vez solo se limite a realizar su presentación, reciba el aplauso, tome su paga que nadie niega que sea justa y se marche dejando solo una estela momentánea de alegría, mas no un proyecto de entrega que trascienda durante varios años a diferencia del otro.
Sobre el autor de este artículo:
Leonardo Cruz Alvarado mejor conocido como Calú Cruz (Alajuela, Costa Rica). Es narrador, poeta, docente, gestor cultural, Presidente y Coordinador del Colectivo Cultural Birlocha y de la Birlocha Literaria, ambos de Orotina. Calú es el organizador del Certamen Literario Luis Ferrero Acosta y ha escrito tres libros de cuentos: “Cuentos de mamá muerte”, (2012), “La corrosión de los entes”, (2016) y “El eco de los durmientes” (2018). Ha participado en las antologías “Vía 28” y “Nueva poesía costarricense”. Sus obras han estado a la venta en estanterías estadounidenses, nicaragüenses, uruguayas y en las librerías más relevantes de Costa Rica. Además, fue el Coordinador designado por Costa Rica para la Antología del Bicentenario de Centroamérica dedicada al Bicentenario de la Independencia de Centroamérica. Contacto: ocruz2606@gmail.com
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