Por Gerardo A. Pérez Obando, MBA, (Gapo)
LA VOZ DE GOICOECHEA.- Un dólar gringo costaba ocho colones. Sobre una cartulina del bar Ticos los garabatos expresaban: cerveza, trago de guaro o ron colorado ₡0,75, botella guaro o ron colorado, ₡3,75…”boca” incluida.
No creo que haya conocido la tristeza. Siempre se acercaba sonriente a la barra estirando un brazo y expresando una figura con los dedos.
-Un mechazo…por favor
Botella en mano, Santos le respondía:
-¿Qué querés comer?
Entonces escuchaba el estribillo de siempre:
-No, mejor una cuarta…Con cuatro “bocas” almuerzo y me sobra.
Chela lo tenía muy claro, era diestro con la matemática del licor y la moneda verde. Quien por cualquier circunstancia conseguía de un dólar para arriba, lo buscaba, él los compraba. Los que andaban enfiestados lo invitaban para aumentar adrenalina.
Conocía todas las cantinas de San José, Goicoechea, Moravia, Zapote, Tibás... amigo de cantineros y chineado por los “boqueros” quienes cuando se “montaban en la carreta” auxiliaba para su recuperación.
En cuanto llegaba, lo recibían sonrientes:
-Chelita, ya le voy preparando su huevito de tortuga con sustancia…
-Pero traigo compañía Marquitos. –Recuerde, “si hay p’a todos…no hay patadas”.
Con solo 24 años ya era un personaje. Había fotos de él a la par de cada cantinero, en El Piave, El Ballesteros, Bar Buenos Aires, La Marinita, La Viña del Mar, Pingos Bar, Bar Saint Francis, La Carcacha del Durque…
También era hábil con el balón…
Era producto de una extraña mezcla festiva entre simpatía y fútbol. Fue la época en que los jugadores, no recibían sueldo. Para sobrevivir tenían que desempeñarse en otra ocupación.
Chela dio sus primeros pasos, y posiblemente sus primeras celebraciones fueron en los barrios del sur. En sus conversaciones nunca faltaron anécdotas de su inolvidable niñez en Barrio Cuba. No había cumplido los quince cuando lo alinearon en el equipo de sus amores, el Habana Fútbol Club…ahí comenzó su esplendor.
Lo conocí en la ciudadela Rodrigo Facio de Ipís. Había cambiado el entorno pero no su estilo de vida. Jugó futbol con los equipos La Facio, Los Ángeles, El Lisboa y al final con El Veteranos. En ese nuevo ambiente descubrió nuevas tabernas: Ticos Bar, El Prado, Veteranos, Sandí Bar. Se convirtió en el infaltable bailarín del salón Los Ángeles donde Lulo…
…Un domingo jugó el partido de su gloria. Lucía la camisa número diez. Se disputaba el campeonato de zona y anotó cinco goles campeonizando. Contrario a su manera de ser, se notaba disperso y pronto se supo por qué. Entre pocas risas, anunció que se iba para la zona sur porque en las fincas bananeras le habían ofrecido un buen puesto como capitán de un prestigiado equipo de la región...
…El dólar costaba ₡ 400 la última vez que lo miré. Aconteció en La Caribeña. Él estaba sentado, no lo reconocí. Él sí. Tambaleante se puso de pie y me llamó por mi nombre; reconocerlo y abrazarlo fue simultáneo, lo primero que escuché fue: “dejé la fiesta”, mostrando un bastón entres sus manos.
Pedí permiso a mis acompañantes y conversamos largo rato. Me contó de sus andanzas gloriosas y nados en abundancia de la zona bananera. Al final de la conversación confesó que mi amistad era similar a Julio, un camarada que conoció en el sur con quien también había compartido inolvidables momentos.
Extrayendo la billetera de su bolsillo me dijo: “Gerardo, ve lo que es la vida”…de las entrañas de la cartera emergió la mitad de un billete morado y continuó: Cuando me devolví a San José, lo partimos a la mitad con la promesa que donde fuese que nos reencontráramos, lo juntábamos para gastarlo todo en guaro.
Era un billete de quinientos colones sin valor comercial, hacía poco habían sido sustituidos por una moneda.
Siempre le llamé por su verdadero nombre…
Franklin Quesada, se acercó a nuestra mesa, se disculpó con mis amigas por el rato que me había “robado”…nunca supo que si hubiese habido forma, con gusto yo habría pagado por ese grato momento…
Miré el dorso de su silueta salir lentamente, él sabía que lo seguía con la mirada porque sin voltear hacía maromas con el bastón al estilo Charles Chaplin hasta que su figura se confundió con la noche. Lo tomé como su adecuada despedida. Poco tiempo después me contaron que había emprendido el viaje eternal.
De esa manera Chela se llevó el encanto de una noche en Zapote mientras se enrumbaba hacia su apartamento, cercano a la plaza de toros según me había contado.
Cuando se desvaneció, descubrí su bohemia. Un enamorado de la vida que gozaba cada segundo a como diera lugar acomodándose según la circunstancia
...La llamada de mis
amigas me aterrizaron y la música caribeña me volvió a conectar…
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5 Comentarios
Gracias Gerardo por compartir una historia real de mi barrio querido. Conocí a Chela de vista pues lo vi jugar fútbol en la cancha de Ipis. Es la historia de muchos amigos y conocidos de aquellas épocas inolvidables. A vos te recuerdo con mucho cariño porque fuimos buenos amigos . Un saludo cálido y un abrazo a toda tu linda familia. Que tiempos más lindos pasamos !!!
ResponderBorrarMiguel Zúñiga.
Saludos Mioguel, un abrazo...
BorrarMiguel, que placer encontrarte por acá, compañero de la época de oro....
BorrarCuñadito Lalo..... por favor, cuando vayas a escribir, no te olvidés de , a como lo hiciste ahora, compartir conmigo.... Esta historia de Chela me hizo viajar a aquellos tiempos, aunque no estuve ahi, pues también tuve mis momentos en esos legendarios bares, me hiciste recordar y esa prosa hermosa con que contás la historia.... me dibujaste una sonrisa en todo el relato.... por favor no dejés de escribir.... gracias Cuñado
ResponderBorrarGracias Franz, un placer saber del interés común, estamos en contacto....
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