Víctor Corcoba Herrero
El mundo de la ciencia no cesa en sorprendernos, y pienso, que es el gran agente actual de cambio en el mundo, al menos de subsistencia, pues son muchos los desequilibrios cosechados entre análogos y con nuestra propia casa común. Realmente, hoy más que nunca necesitamos respuestas probadas para salvaguardar la salud del planeta y la nuestra; tanto es así, que nuestro propio bienestar está en peligro y también nuestra continuidad como linaje. Necesitamos considerar otras influencias y, en este sentido, tenemos que reconocer que, junto a los valores y tradiciones de los pueblos, está el ascendente docto, siempre dispuesto a dar esperanza real, como ahora viene sucediendo con las noticias positivas de los ensayos de las vacunas contra el COVID-19. Tampoco se puede minimizar la trascendencia de este logro científico, que no es nada nuevo, puesto que siempre ha estado ahí su compromiso sabio y responsable; pero, en este caso, su entrega incondicional fue tan generosa y ejemplar que ninguna vacuna en la historia se ha desarrollado tan rápidamente como estas. ¡Bravo, mil veces bravo a esa comunidad experta, por su sentido cívico y su atención desinteresada a los demás!
Frente a esa desidia política que, en demasiadas ocasiones ahoga en vez de alentar, puesto que es incapaz de entenderse para propiciar ese bien colectivo que ha de globalizarse y enternecernos, una vez más los sabios especializados se ponen en primera línea de servicio, al tiempo que consideran sus acciones en ese avance que todos nos merecemos llevar a buen término, desde la serenidad más profunda y el anhelo innato de la evolución de nuestra propia naturaleza. Ojalá se acreciente cada día más su sapiencia, será un modo de restituirnos y de renacer. Confiemos en que esa iluminación permanezca en nosotros, y sea siempre respetado ese concebir innato al auxilio de toda historia. Sin duda, gracias a esa capacidad de custodiar la vida, con esas pequeñas acciones que son las que verdaderamente nos transforman y a los análisis permanentes científicos, podremos acabar con la pandemia e impulsar la recuperación económica mundial, a poco que los gobiernos respalden la adquisición y entrega masiva de vacunas, pruebas y tratamiento contra el COVID-19.
Se trata de trasladar, pues, a todo el orbe una garante disposición existencial, armonizando el progreso técnico con el rigor ético, humanizando las relaciones entre análogos e informando correctamente a toda la ciudadanía. Por eso, es fundamental fortalecer el liderazgo político para lograr una buena gobernanza ante este grave desafío mundial. Es cierto que la OMS está colaborando estrechamente con expertos mundiales, gobiernos y asociados para ampliar rápidamente los conocimientos verificados sobre este nuevo virus, rastrear su propagación y virulencia, asesorando a los países y a las gentes sobre las medidas para proteger la salud y prevenir la transmisión del brote. Y, aunque las personas tienen a veces la impresión de que sus decisiones individuales carecen de efecto, no es así, precisamente es este sumatorio de comportamientos racionales, encaminados siempre al deseo de servir al bien común y a la comunidad humana, los que ayudan a tomar la orientación correcta. Solo hay que fijarse en las gentes de ciencia, siempre explorando en la verdad, en la esencia de la verdad, observando la verdad, experimentando con la verdad, que es toda una conciencia de ciencia que nos tranquiliza. Sin duda, el origen de la ciencia fue la caída del ocultismo.
Sea como fuere, hay batallas que solo se ganan entre todos. Esta pandemia es una de ellas. Desde luego, los esfuerzos de la comunidad científica mundial son laudables, y también la de esos sanitarios que están llamados a dedicar su competencia profesional al servicio de la vida. También, cada uno de nosotros, hemos de cooperar responsablemente con las directrices marcadas por las autoridades de salud pública. Es la mejor forma de prevenir la propagación de la enfermedad. Confiemos en que esta dramática situación actual, llena de sufrimientos y angustias que oprime al mundo entero, nos sirva para iluminarnos como especie pensante, y nos toque el corazón para que las grandes sumas de dinero utilizadas en armamento sean destinadas, de una vez por todas, a promover estudios especializados, que nos servirán para la prevención de futuras catástrofes similares. Pensemos que la ciencia avanza a pasos persistentes, no a discursos políticos; dejémosles entonces que nos maravillen con sus descubrimientos.
Por otra parte, esperemos que esta desolación mundial nos sensibilice a todos los humanos, acrecentando ese sentido de pertenencia a una única y gran familia, la humana, que como todo necesita de ese espíritu armónico que injerta las almas que se sienten fraternas y solidarias. En efecto, mal que nos pese, todo nos afecta a todos. Hemos de reconocerlo. Sí así lo hacemos, siguiendo las huellas de esa comunidad científica apiñada, veremos que el futuro será más gozoso y el horizonte más claro. Indudablemente, si el mundo actual nos impulsa a conocernos y a respetarnos unos a otros en la diversidad y en la complementariedad de acciones, la ciencia también nos hace ver que esa riqueza que se adquiere en el encuentro, también emerge de la continua exploración de la comunidad científica, trasladándonos sus investigaciones para mostrar mejor las causas de los desequilibrios que nos circundan y atormentan. Con razón, se dice que la ciencia calma y también colma de serenidad, porque nos aproxima en el ansia de vernos y de mirarnos, de descubrirnos viviendo siempre.
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