Instagram, Snapchat, TikTok… ¿Hay que vigilar a nuestros adolescentes en redes sociales?

Para los padres, a menudo es difícil seguir las actividades de sus hijos en línea. Pero ¿hasta dónde hay que llegar en esta voluntad de control?
 

 Por: Jeanne Larghero

 

LA VOZ DE GOICOECHEA.- ¿Quién no ha dudado alguna vez si mirar en secreto lo que estará haciendo un hijo en las redes sociales? Sabiendo, eso sí, que hay una gran distancia –que no hay que cruzar– entre echar un ojo por encima del hombro diciéndole: “¿Todo va bien por ahí?” y colarnos de noche en su cuenta, estilo FBI, como si fuéramos unos piratas informáticos realizando espionaje digital. O incluso llegar a pasarnos por un falso amigo con tal de ver qué dice y a quién, para verificar que sabe comportarse…

Permitir que el niño ejerza su libertad

Nos encantaría saberlo todo para quedarnos tranquilos. Pero es necesario hacer gala de confianza. Ahora bien, la confianza hay que decidirla. No elimina ni la duda ni la inquietud. Aunque sí pone fin a la mala curiosidad y libera el pensamiento y la acción.

 

En apariencia, es más sencillo no confiar y controlar toda iniciativa, vigilarlo todo y tenerlo todo bien atado: así no se corre ningún riesgo. Pero, en realidad, generamos un riesgo inmenso, el de rebajar al otro en el ejercicio de su libertad bajo el pretexto de preservarla.

 

La libertad no se constituye en abstracto, sino en hechos concretos. Quien no escoge nunca nada, sea por falta de voluntad o por impedimento exterior, ve disminuir su libertad día a día de modo que, cuando llegue el momento en que se le dé la posibilidad de elegir, se encontrará en la incapacidad de decidirse por sí mismo, de implicarse.

 

Tener confianza supone entonces que renunciamos a verificarlo todo, incluso cuando tenemos posibilidad de verificarlo. Si no, ¿de qué sirve la confianza? La confianza acordada nos obliga a renunciar a la ilusión de omnipotencia, de dominio absoluto, la confianza humaniza a quien la cultiva.

 

Tener confianza es, paradójicamente, aceptar reconocer nuestra propia vulnerabilidad. De ahí el inmenso regalo que se hace a quien la recibe, un precioso regalo que debe recibirse con reconocimiento y preservarse con cuidado.

Una confianza amante y razonable

En definitiva, quien confía decide esa confianza, se resuelve a confiar, tras haber integrado con inteligencia esa parte de incertidumbre. Por eso, este acto de la voluntad debe apoyarse, como tal, en la razón: ¿es razonable conceder la libertad que reclama a esta persona que está bajo mi cargo? Una confianza ciega o irracional es en realidad una negligencia.

 

Con nuestros hijos, la extensión de nuestra confianza debe tener por medida la capacidad que ellos tengan de hacer uso de su libertad sin ponerse en peligro, porque nuestra función es protegerlos. Nos corresponde a nosotros explicarles las razones que cimientan nuestra confianza, para que sientan que esta confianza no es una decisión arbitraria. Pero también nos corresponde a nosotros decirles que la confianza es un vínculo vivo y que, por tanto, debe ser alimentado.

 

Confiémoslos, pues, por encima de todo, a Aquel que es el autor de su libertad, que nos estima hasta el punto de ponerlos en nuestras manos, y que vela por ellos.

 
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