No habiendo sido capaces de intercambiar recursos, aprendamos a intercambiar lágrimas
Por: Víctor Corcoba Herrero
I.- Me apunto a tomar la conversión conmigo,
como parte del encuentro consigo
Necesitamos experimentar cada cual consigo mismo,
y tanto en propio cuerpo como en distintivo espíritu,
una transformación de expresiones en nuestro hacer,
una conversión que nos reconstruya versos olvidados,
que nos ponga en el místico pulso y en su vital pausa.
El inhumano ritmo tomado, de consumo y producción,
nos despoja de aquello por lo que nos unimos a Dios,
al sustraernos la vida y quitarnos la pasión por vivir,
en ese afán dominador que todo lo aplasta por dinero,
y todo lo resuelve avasallando la mirada del más débil.
Ante esta amarga realidad, hemos de conducirnos
y reconectarnos con el antagonista mundo cultivado,
uniéndonos a trabajar por una reorientación poética,
qué es lo que realmente nos embellece por dentro
y por fuera, realzando la llamada del poeta que soy.
II.- Me apunto a despuntar en nuestra misión,
como parte creativa del sueño
Estamos llamados, en unidad, a ser la fuerza creativa,
que tenga el valor de desglosarse de las convicciones,
de acogerse a las evidencias y de oírse para conectar,
pues, aunque es difícil crear ideas es fácil dar voces,
de ahí el laurel de forjar sueños que rompen ataduras.
Esta creatividad sólo puede provenir del soplo divino,
que nos inspira a intentar nuevos modos de convivir,
de ser para los demás lo que uno quiere ser para uno,
el ánimo angelical de un amor que pueda devolver
un significado al hoy para abrirlo a un porvenir mejor.
Este arranque creativo debe ser un proceso dinámico,
solidario con todos y versátil con el ser que ahora está,
el único antídoto contra el virus del egoísmo reinante,
aquel que nos impide prosperar hacia un mundo fértil,
paralizando el florecer, suspendiendo el germen diario.
III.- Me apunto a tomar el banco de la paciencia,
como parte de la pasión en la cruz
El silencio de soportar la cruz no es un silencio triste,
resistir la soledad tampoco es una soledad que mata,
es doloroso y muchas veces nos sobrepasa su dolor,
pero en el banco de la paciencia todo se sobrelleva,
lo trascendente es un espíritu joven y sentirse vivo.
No se niegue a aguantarse a sí mismo, calme la pena
y colme de gozo, para volvernos cercanos a Jesús
y envolvernos de su fortaleza, para poder soportar
las muchas tribulaciones de los unos hacia los otros,
renaciendo en el manto sufrido de la noche como luz.
La paciencia comienza a manifestarse cuando sentimos
entereza en nuestras persistentes debilidades diarias,
preocupación por los demás antes que, por nosotros,
porque madurar es hacer crecer los anhelos del alma;
siempre mirando hacia adelante, sonriendo en la lucha.
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