“Los gobernantes han de escuchar más a la gente”
Víctor Corcoba Herrero
Tiene que ser posible, pues, otro mundo más humano, al menos para que cesen las constantes hostilidades. Hay que poner la clemencia como modo de vida. Desterremos el rencor de nuestros abecedarios internos. Propiciemos el encuentro, no el encontronazo; atenuemos actitudes soberbias que nos dejan heridas profundas. El ser humano debe de repensar sobre sus vicios y actitudes. También los gobernantes han de escuchar más a la gente. Prevalezca el diálogo auténtico sobre el fanatismo. Asimismo, hemos de cultivar el espíritu responsable. De lo contrario, quizás no merezcamos siquiera vivir. A propósito, me quedo con aquel proverbio ruso que dice: “si cada uno barriera delante de su puerta, ¡qué limpia estaría la ciudad!”. En efecto, el verdadero hombre pensante, crece y aprende, descubriéndose así mismo, sabe que es el principal responsable de lo que le sucede, e intenta modificar comportamientos. De ahí, lo transcendente de esta época que nos ha tocado vivir, con la fuerza transformadora de la unión entre culturas diversas. La paz llegará a nuestras vidas si en verdad nos donamos, conciliamos actitudes, construimos continentes y mares que nos fraternicen, pues nadie puede llegar a ser feliz si no asume ese aire comunitario que es el que nos pone alas, y así, poder salir de este círculo vicioso de enfrentamientos permanentes. Cuando se pierde la humanidad, todo se deshumaniza y pervierte, lo esperanzador es que cada día cohabite más gente comprometida, no sólo trabajando como deber, sino con verdadera pasión para que cada día sea una jornada más de quietud e ilusión en nuestras andanzas. También será bueno hacer memoria y reavivar opciones de concordia.
Desde luego, nunca es tarde para unirse y reunirse a favorecer resoluciones pacíficas en los conflictos. Los lenguajes, tal vez tengan que amasarse desde el corazón, que es el que tiene la capacidad de enmendarse. Las propias luchas representan ejemplos arduos e impresionantes de las violaciones de los derechos humanos; y, aunque nos costa, que la protección y promoción de los derechos humanos son parte indispensable de las misiones de paz de las Naciones Unidas, si que debiéramos entre todos, cuando menos ser más sensibles con aquello que nos rodea y también entre nosotros ser más pacíficos. No hay mejor forma de resistencia que trabajar juntos para hacer frente a la intolerancia. Tampoco hay mejor manera de practicar la entereza que acogerse y recoger el lenguaje de la no discriminación y la aceptación de los refugiados y migrantes. El puente de la vida se reconstruye donando vida. Reconciliemos, el miedo en esperanza, con la cultura de la fraternidad como horizonte. No hay otro modo de hacer frente al clima de guerra y violencia, de los unos contra los otros, que caracteriza a la sociedad contemporánea. Evidentemente el verdadero conocimiento y la auténtica libertad se hallan en ese espíritu generoso, siempre dispuesto a dar aliento. Quizás sea saludable, que esta nueva solidaridad basada en el amor verdadero, forme parte siempre de cada cual, además de ser latido permanente de nuestro compromiso por el bienestar de nuestros análogos. Sin duda, uno de los grandes problemas que vemos ahora en el mundo es la ausencia de ese ánimo solidario. Nada se vence sin una genuina solidaridad global, tampoco esta atmósfera de incertidumbres que nos acorralan. Lo armónico llegará a nuestro mundo, cuando sus moradores se impliquen en asistirse mutuamente. No es aceptable tanta dejadez. Siempre hay que estar en aptitud de echar una mano, lo que requiere fuerte dosis de paciencia y confianza, para romper estas cadenas inhumanas que nos destrozan a todos, más pronto que tarde.
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