“El desprendimiento apenas tiene hueco en esta sociedad mercantilista”
Por: Víctor Corcoba Herrero
LA VOZ DE GOICOECHEA.- No todo vale
para este tiempo de alianzas, se requieren acuerdos desinteresados que tengan
como misión responsable, la de preocuparse y ocuparse de toda vida humana,
provenga de donde provenga y habite en el lugar que habite. Temo, por tanto, a
esas coaliciones de mundos poderosos que no suelen entender nada más que de
pedestales. También recelo de esos lazos entre políticos, de gentes que dicen
servir a la ciudadanía y no pasan de hacer política para sí y sus seguidores.
El bien común no suele estar en sus agendas. Asimismo, me asustan esas
reuniones propiciadas por ricos únicamente para ellos, aunque se les llene la
boca de fáciles palabras inclusivas. La exclusión llega al mundo, precisamente,
en parte por esa unión de intereses mundanos, que no ve más allá de un sistema
productivo injusto. Aquí todo se termina haciendo por dinero. El
desprendimiento apenas tiene hueco en esta sociedad mercantilista, donde todo
se compra y se vende. Por desgracia, lo que hace una sociedad fuerte, no es la
moral que cultiven sus gentes, sino las finanzas que se posean. Dicho lo cual,
deberíamos activar otros valores más del espíritu que del cuerpo. Desposeernos
de ese lenguaje adinerado que entienden todas las naciones y conciben los
vivientes, sería uno de los grandes avances, que contribuirían a que el mundo
se fraternizase en auténtica avenencia de sentimientos.
Ojalá dejasen de abrirse las puertas por dinero,
seguramente entonces tendríamos más asegurada la alianza con nuestro análogo.
El movimiento social del “tanto tienes, tanto vale” está más vivo que nunca. Es
una desgracia más, de difícil modificación de actitudes; ya que el otro
movimiento, el educativo, está siempre en conflicto, cuando debiera transmitir distintos
itinerarios, más pedagógicos con la realidad, de una ética permanente en su
lenguaje, para que puedan ayudar eficazmente a crecer en espíritu solidario,
sentido de responsabilidad y cuidados que nos hermanen. La inclusión no es un
invento político, sino una parte vivencial e innata de lo que soy por sí mismo,
parte del ajeno que me acompaña. Hoy en día es necesario acelerar este
movimiento comprensivo, reeducándonos todos bajo ese hálito, al menos para
frenar esta cultura del abandono, originada por una atmosfera que todo lo
separa y divide, obviando que somos precisos unos para con otros. Sin duda,
necesitamos hacer familia, sentirnos parte de esa humanidad, para eso precisamos
bajarnos de los púlpitos y dejar de endiosarnos con nuestras miserias mundanas.
Realmente, creo que el futuro de la sociedad radica en el avance interior de
cada ser hacia los demás, en la medida en que les reconozca como parte de mí y
respete su libertad.
Como quiera que todos tenemos el derecho a un porvenir
armónico, y dado que muchos países han anunciado su plan de reabrir las
escuelas, si que convendría estar a la altura de las circunstancias,
refrendando la relación entre la familia y la comunidad educativa. Desde luego,
no hay mejor alianza que la disposición permanente, tanto en la escucha como en
la comunicación, pues el contexto atravesado por múltiples crisis, nos exige
una cooperación entre todos los moradores que suscite paz, justicia y acogida
entre todos los pueblos de la faz de la tierra, como también de diálogo sincero
entre culturas diversas. Seguramente, tengamos que entender de otro modo la
economía, la política, el crecimiento y hasta los avances. Lo importante es
poner en el centro del valor, el ser humano, sin exclusión alguna. Instamos a estar
todos en esa búsqueda de soluciones, sin miedo a cultivar juntos el sueño de un
nuevo humanismo solidario y con la esperanza, de conseguir los frutos de ese
compromiso personal y comunitario, a poco que nos entendamos entre sí, como
personas maduras, capaces de superar las fragmentaciones. Sea como fuere, no
podemos continuar en esa decadencia de principios y valores. Estamos aquí para mejorarnos,
por ejemplo: la escuela no sustituye a los padres, sino que los complementa. De
igual modo, las religiones tampoco suplantan a nadie, pero sí que deben guiar a
ese reencuentro de confianza consigo mismo y junto al semejante.
En consecuencia, si para educar a un niño, como dice el
sabio proverbio africano, se requiere de una aldea, para fomentar el espíritu
de las alianzas también se demanda de una energía que ponga a cada cual, en su
sitio, pero sin descartar a nadie. ¿Se imagina una alianza entre jóvenes y
ancianos, de manera que la sabiduría de los segundos ayude a los primeros a
enfrentarse a un porvenir que genera ansiedad e inseguridad? ¿Se figura una
alianza de amor auténtico, trabajada cada día traspasando todo tipo de
obstáculos, para hacer frente a esos amoríos pasajeros que no entienden de
eternidad ni nada les enternece? El abecedario de la confusión y la falsedad se
ha apoderado de nuestro propio pulso. Ahora bien, si con la lección de la
pandemia hemos descubierto que todos somos frágiles, iguales y valiosos; con
tiempo para interrogarnos, también descubriremos que sin una visión de conjunto
nadie tendrá futuro y que, con la semilla de la verdad, crecerán también las
otras bondades y virtudes. Por consiguiente, si cambiamos de comportamiento,
mostrándonos más servidores que jefes de nadie, y conseguimos asegurar de que
existan los recursos, las políticas y las infraestructuras necesarias para
proteger la salud de todos, la docencia en todos y la decencia de dignificar al
semejante, seguro que seremos capaces de propiciar una alianza para combatir
las muchas penurias y desigualdades que algunos hermanos nuestros sufren en
propia carne. Tal vez, un primer signo de amor, podría ser que los templos
religiosos dejasen de ser museos y se convirtieran en hogares permanentes, con
sus puertas siempre abiertas, para recibir vidas humanas. Al fin y al cabo, el
secreto de una buena vida no es otra cosa que un pacto honrado entre caminantes
y caminos. No olvidemos que allá donde hay reuniones, en conciliación natural,
siempre mana y emana la victoria de lo sublime.
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