Por Víctor Corcoba Herrero
I.-LA ASCENSIÓN MÍSTICA:
MIREN EL ROSTRO DE DIOS PARA QUE ILUMINE SU VIDA
Me gusta despojarme de cosas y poseerme de versos,
sustraerme de las ocupaciones y cubrirme de sueños,
hacer silencio para restaurar el camino de la poesía,
citarme con soledad para reponer la fuerza del alma,
penetrar en su escucha, oírme y verme echar flores.
No hay mayor jardín que los ojos crecidos de amor,
un amor que todo lo embellece y vivifica en ofrenda,
la ofrenda del donarse y del encuentro con la palabra,
una voz que nos crece y nos recrea en la exploración,
pues hallando el bien del análogo, hallamos el nuestro.
Hay que redescubrirse y no encubrirse en las miserias,
formarse en la bondad y transformarse en la verdad,
establecerse en el esfuerzo y constituirse mar adentro,
no vayas a hacer de tu materia la tumba de tu ánimo,
súbelo siempre, que, ceñido a la cruz, se corona la gloria.
II.- EL DESCENSO MUNDANO:
DESERTEN DEL SEDUCTOR PARA QUE ALBOREE SU VIDA
No me gusta este bienestar mundano que nos aprisiona,
que nos mueve a su antojo y nos esclaviza a su orden,
que nos impide volar y nos corta las alas de estar libres,
que nos vuelve ociosos y nos devuelve en la vil usura,
de un continuo vivir sin vivir por temor a ser desdichado.
En nuestra casa no puede morar ese espíritu de batalla,
florezca en nosotros ese corazón que todo lo concilia,
ese latido que todo lo hace acorde con el azul celeste,
porque en la vida no hay más medios que la inspiración,
al son de una voz siempre naciente con aroma de poeta.
Descender a esta tierra que nos entierra sin compasión,
buscarse y no hallarse también es una manera de morir,
notarse en rebeldía es como sentirse en continua rebelión,
es como observarse en un nido de sentimientos inversos,
ya sea un berrinche de hermanos o la ira entre mil diablos.
III.- LA VIVENCIA DE LA VIRTUD DE OFRECER:
LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN AL CIELO
El referente de María, que se entregó en cuerpo y alma
al Señor, mediante una vida tan humilde como sencilla,
siempre en total alianza con la vivencia de perseverar,
de no fenecer en la lucha, ni sucumbir a las lágrimas,
alcanzando la cima en el amor, viviendo el calvario.
La asombrosa naturalidad de la Asunción de la Virgen,
nos manifiesta y confirma la unidad del pulso que soy,
y nos recuerda que estamos llamados a ser esa poesía,
tan eterna como tierna, que siempre enaltezca a Dios,
con todo nuestro corazón, con todas nuestras andanzas.
María, la Madre que sufrió tantos martirios en su interior,
ayer el tormento de la cruz y hoy las súplicas nuestras,
nos ayude a seguir pregonando la nobleza de la mística,
ese cántico de esperanza que nos injerta de fortaleza,
para avanzar hacia el cielo, desmoronados de mundo.
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