El amor siembra versos
en la mirada y recolecta sueños en los labios del alma
Por:
Víctor
Corcoba Herrero
I.-
Dos
corazones en uno
Todo parte de dos corazones que
se encuentran y se hacen uno:
un solo latido, un único
palpitar, una mística percusión de ser;
un ser en el otro, trascendiendo
ambos, loando la coexistencia.
Porque nadie viene a la vida por
sí mismo, requiere de padres,
y no podrá renunciar tampoco a
volver al Padre que le dio luz.
No hay mayor amor que unos labios
moviendo el aire viviente,
ofrendándose en cuerpo y alma,
absolviéndose recíprocamente,
entregados a esa comunión de
espíritus, creciendo en unidad,
haciendo familia verso a verso,
reconstituyendo la genealogía,
de yo soy para mi musa y mi musa
es para mí en el nosotros.
El fruto de esta unión de pulsos,
es recrearse en las pausas,
estirar las piernas sobre el
inmaculado jardín del universo,
tomar aire y respirar profundo
con la energía de lo creado,
para convertirse cada vez más en
una dulce morada de pasión,
donde habite el acompañamiento
cuidándose y sosteniéndose.
II.-
Latidos
puestos en Jesús
En esta vida, nada se conduce, ni
se reconduce, sin el Jesús
de todos, vivo en tantas
historias de amor que nos prenden,
en su afán conciliador y
reconciliador de alianzas esponsales,
en su desvelo de restaurar y
transformar órganos endurecidos,
testimoniando además el amor
divino y la savia en comunión.
La encarnación del Verbo en una
familia humana, en Nazaret,
aparte de conmovernos, también
nos engrandece en su brotar
lirico, pues la palabra toma
aliento y se hace además estrella,
pues todos vamos a la búsqueda de
la emoción, para penetrar
en el gozo más sublime, renovando
tantas esperanzas perdidas.
Así, en esta acogida mutua y con
la gracia de Cristo presente,
los prometidos vierten fidelidad
entre sí y apertura al donarse,
se afianzan en el perdón y
refuerzan la clemencia en las caídas,
contrayendo el compromiso de
quererse hasta el fin del andar,
y extendiendo la decisión de
abrazarse para siempre por amor.
III.-
Toda la
vida y todo en familia
Nuestro Creador hace de los dos contrayentes
una sola vida,
y en virtud del voto, son
investidos de una auténtica misión,
para que puedan hacer visible la
búsqueda del bien del otro,
y construir juntos la mejor oda
vivencial trazada en el ánimo,
que es donde habita la
inmortalidad del legarse y eximirse.
Un amor que no ama está abatido,
es un apego muy frágil,
que demanda combatir, resurgir,
reinventarse en la belleza,
y empezar siempre de nuevo a
renacer hasta avivar el deber,
de vencer todas las pruebas y
mantenerse fiel a la promesa,
de no desmembrarse de ese querer
indisoluble, queriendo más.
No rompamos vínculos, jamás
destrocemos nuestra estética,
aprendamos a contemplar y a
valorar ese amor que nos nace
mar adentro, deseoso de
manifestarse y de crecer cada aurora,
dispuesto siempre a dar vigor y a
ofrecer con las manos unidas,
el más puro acorde de mimos, para
dejar cruces y domar crisis.
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