Con
el estímulo del alma, el cuerpo florece y nuestros andares se abren
al verso
I.-
Modelo de pasar; viviendo el momento, colmándolo de amor
No
hay mayor modelo de amor, que aquel que da su vida
por
engrandecer la nuestra, empequeñeciendo así la suya,
ennobleciendo
los andares y ensalzando el pulso del pecho,
glorificando
el despertar de cada siesta con una gran sonrisa,
pues
loando un corazón abierto tendremos la paz deseada.
El
Padre busca al Hijo y éste, satisfecho del Padre, lo recrea;
porque
todo es pertenencia y confraternidad de sentimientos,
no
existe una espiritualidad de una persona, sino el latido
conjunto
de varias, que nos muestran el acceso a la deidad,
que
es el que nos injerta certeza, nos hace ser rama y remo.
La
huella dejada por Jesús aquí es una propuesta de albor,
y
una apuesta por la vida de allá, un regreso al verso que soy
y
al verbo que somos, del que no debimos ausentarnos jamás.
Nunca
es tarde para volver a acercarnos a ese oasis de paz,
que
da presentarnos ante Dios vacíos del espíritu del mundo.
II-
Modelo de venir; ofreciendo su vida, invitando a querernos
La
venida de Cristo al mundo, nos ha vuelto la confianza,
ha
sido un perfecto volver a reencontrarnos con su tacto,
el
único trino que nos salva, su timbre nos aparta del mal,
actúa
contra el ánimo destructivo, nos reconduce al bien,
con
la valentía de orar, versando con Dios y embelleciendo.
Su
presencia, por si misma, nos armoniza con el Creador,
nos
pone en camino y nos dispone a beber de la quietud,
que
ha de hacerse relato en nosotros y autenticidad eterna,
sin
obviar que, en su visión estamos indivisos, vino por todos,
también
murió por todos y así todos tenemos un solo Pastor.
Su
llegada nos ruega a dejarnos transformar por la evidencia,
a
volver la vista al sacrificio de sí mismo por amor al prójimo,
buscando
siempre la poderosa intercesión de la Virgen María,
la
Madre que siempre resplandece con la voluntad disponible,
pues
las ganas de servir fueron más enérgicas que los titubeos.
III.-
Modelo de estar y ser; devolviendo la esperanza, dando luz
Sabemos
que está en nosotros, que nunca se va y nos abandona,
que
siempre está esperándonos y llamándonos a su quietud,
pero
antes hemos de salir de las miserias para entrar en Él,
porque
Cristo vive y nos quiere puros para ser un poema vivo,
y
entonar unidos el más níveo de los cánticos llenos de savia.
También
quiso ser cuerpo de nuestro cuerpo, el ahora nuestro,
y
de esta manera conocernos y reconocernos, en ese Jesús mío
y
de todos, siempre dispuesto a alimentarnos y a alentarnos;
por
eso, yo quiero fenecer nombrando esta ferviente aspiración:
Venga
tu cruz en pos de mí, satisfaga el alma tu viviente querer.
Su
ejemplo de estar y de ser, paradigma de la eterna juventud,
nos
obliga a proseguir en sus raíces y a elevarnos a la sombra
del
árbol del ser comunitario, en la arboleda de la dulce pasión
fraterna,
por si hubiera que echar el hombro para abrazarse,
cuando
no hay adonde agarrarse ni tampoco donde sujetarse.
*Víctor
Corcoba Herrero
corcoba@telefonica.net
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