*Víctor Corciba Herrero
No es fácil aprender a caminar cuando las sendas del aire se vuelven irrespirables. Aún así, lo importante es perseverar, no perder la orientación ni la fortaleza que injerta la fidelidad a uno mismo, que es como realmente el corazón madura y no se desgarra. Quizás tengamos que morir muchas veces para después renacer, tomar otro entusiasmo diferente al de la autocomplacencia, poner imaginación y ser muy firmes en la convicción de los andares. Pensemos que la vida son momentos, unos de quietud y otros de inquietud. El ser humano ha de aprender a manejar ambos instantes; unas veces para atravesar el fuego necesitará fortalecerse, en otras ocasiones para vivir la dicha requerirá de la moralidad para no endiosarse, teniendo siempre a alguien a quien asistir y alguna cosa que ofrecer. Nada permanece, todo se deshace como pompas de jabón, eso sí, dejando un rastro vivencial que es lo que nos ayuda a vivir. Evidentemente, la mayor sabiduría es la de reconocerse en nuestra propia ignorancia, lo que da una alegría continua, pues hay que lamentarse de nuestras torpezas cometidas que suelen ser muchas y variadas.
Todos en nuestra breve existencia hemos tenido y tendremos períodos desesperantes, épocas de dificultad; también esta epidemia es un momento de crisis social, que hemos de abordar con coraje. No permitamos que el miedo se convierta en algo vírico. Todo tiene su actuación y remedio. Nunca hay que sucumbir al pánico. Lo mejor es actuar con espíritu responsable y solidario. Además, tenemos la suerte de contar con la mejor disposición: las guías que ha elaborado la Organización Mundial de la Salud, que a medida que se ha agravado el trance del coronavirus, junto al responsable de las Naciones Unidas, no han dejado de centrarse en contrarrestar la infodemia, o sea, la plaga de la desinformación del COVID-19. A propósito, dado que el tema del Día Mundial de la Libertad de Prensa (3 de mayo), ha sido “periodismo sin miedo ni favoritismo”, David Kaye, el relator especial sobre la promoción y protección del derecho a la libertad de opinión y de expresión, ha documentado estas amenazas en su último informe al Consejo de Derechos Humanos de la ONU, que supervisa su mandato, instando a todos los Estados a garantizar que los trabajadores de los medios de comunicación puedan hacer su trabajo sin temor, teniendo en cuenta que el ejercicio amplía el derecho del público a saber y a tener un gobierno responsable. Con la inactividad, el intelecto se oxida, y ejamos de estar. De igual modo, sin responsabilidad seguramente tampoco merezcamos cohabitar, ni formar parte de ninguna estirpe, y menos racional y pensante.
No olvidemos jamás que es la vida la que nos injerta savia. Para merecerla, a pesar de los dolores, hay que amarla, sin tener miedo a las sorpresas. Y en este vivir diario, donde todos tenemos una misión que llevar a efecto, también los medios de comunicación son fundamentales, puesto que proporcionan realidades puntuales que nos permiten radiografiar las diversas situaciones, algo esencial, tanto para el salvamento de vidas como para propiciar un futuro de paz, justicia y derechos humanos para todos. Únicamente trabajando juntos podremos ayudar a que la supervivencia mejore. Todos hemos de poner de nuestra parte. Ninguno de nosotros es inmune a la peste y tampoco nadie puede vencer el germen solo. Hay que protegerse unos a otros para protegernos a nosotros mismos. Esto significa aceptar lo que el espíritu nos pide que cambiemos según el tiempo en el que vivimos, y ahora lo que se nos demanda, en el caso de la enfermedad infecciosa, es que debemos asegurarnos de que los recursos continúen siendo movilizados y que se logren avances para lograr el acceso universal a la vacunación, al tratamiento y las pruebas. Dicho lo cual, este es un momento crucial para hacer familia. Congregados, en torno a esta circunstancia, aprenderemos a escucharnos. Algo vital para relacionarse. A lo mejor descubrimos que servir a los demás es lo que a sentido a lo que somos, y así proveeremos de una mayor unidad al concierto armónico viviente.
Fuera, por tanto, divisiones y privilegios para algunos. La vida se hizo para vivirla en comunidad. Conviene entender esto para no dar la espalda a nadie. Casi siempre nuestra falta de entendimiento radica en la dureza del corazón. Se me ocurre pensar en el abandono de esas personas mayores, o en aquellos cadáveres sin reclamo familiar o institucional alguno, o en los gobiernos que se muestran indiferentes y no responden ante la petición de auxilio. En cualquier caso, nunca es tarde para el cambio de actitudes. Naturalmente, la mejor noticia sería que cesase el desprecio de las sociedades por la vejez, que terminase la burla y el total desamparo discriminatorio hacia pueblos indígenas, migrantes, minorías, personas con discapacidad o a la mujer, y también la discriminación de tipo racial y religiosa o la que está basada en la orientación sexual y el género. Hay que hacer valer lo que realmente es un valor: la vida de todo ser humano. No importa la coyuntura que atraviese. Empléese el marco jurídico internacional de los derechos humanos. Al final, lo que queda de nuestro paso por aquí, es la huella de la entrega donada, el amor que hemos puesto en cada día y la pasión con la que nos hemos desvivido por vivir.
*Escritor
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