Si estás mínimamente familiarizado con el manga o el anime ya lo sabrás de sobra: es normal en los colegios que haya un encargado de la limpieza. Eso significa que, una vez que los alumnos se marchan a casa después de un largo día de estudio, uno o dos compañeros deben hacerse cargo de la posible suciedad que haya en el aula. Limpian, barren, borran la pizarra, sacuden los borradores y todo ello les ayuda a comprender desde que son niños la importancia de cuidar su entorno y les aporta responsabilidad.
Lo más sorprendente de la limpieza de Japón es la ausencia de papeleras o barrenderos. Se pregunta el turista occidental: ¿Cómo se mantiene tan limpio? Justamente tiene que ver con esos niños que son los encargados de la limpieza en sus colegios. "Durante 12 años de vida escolar, desde primaria hasta secundaria, el tiempo de limpieza es parte del horario diario de los estudiantes" dice Maiko Awane, subdirectora de la oficina de Tokio del Gobierno de la Prefectura de Hiroshima en 'BBC'. "También en casa nuestros padres nos enseñan que no mantener nuestras cosas y el espacio limpios y ordenados es malo para nosotros".
Este elemento tan sencillo ayuda a los niños a desarrollar conciencia y orgullo de su entorno porque, ¿quién querría ensuciar una escuela si va a tener que limpiarla después? Como la propia Awane explica, al principio nadie quiere limpiar su clase, pero lo acaba aceptando porque es parte de la rutina, como también lo es dejar los zapatos de la calle en los casilleros una vez que entras en la escuela (o en casa) y cambiarte de zapatillas. En una sociedad donde el honor está muy arraigado y tiene tanta importancia, la opinión que el resto del mundo tenga de ellos es fundamental: "No queremos que otros piensen que no tenemos educación suficiente para limpiar las cosas".
Las escenas del colegio se extrapolan a otras capas de la sociedad: festivales, como el Fuji Rock, donde todos los que asisten guardan la basura hasta que encuentran un contenedor o la vida diaria sin más; alrededor de las ocho de la mañana no es difícil encontrar a trabajadores de oficina y personales de tienda limpiar las calles donde luego trabajarán, incluso los vídeos de cómo se limpian los Shinkansen (trenes bala) se han hecho virales por la minuciosidad de los mismos.
Cada vez que encuentras un grupo de turistas japoneses en algún lugar, por probabilidad, es muy seguro que alguno de ellos lleve una mascarilla quirúrgica. Si alguna vez te has preguntado a qué viene esa particular estética, es otro ejemplo más de la importancia de la limpieza en Oriente: se trata de una manera de evitar infectar a otras personas. Es un simple acto de consideración que reduce propagación de virus y que ahorra así una fortuna en días de trabajo perdidos y gastos médicos.
No es algo reciente, pues el marinero Will Adams (primer inglés en pisar Japón) en 1600 ya lo registraba en sus memorias: "La nobleza está escrupulosamente limpia, disfrutan de alcantarillas y baños de vapor de madera perfumada. Los japoneses están horrorizados por el desprecio de los europeos por la limpieza personal". Es algo que nace de preocupaciones prácticas. Un ambiente cálido y húmedo como el de Japón es ideal para que se propaguen las bacterias, una buena higiene es sinónimo de buena salud.
Un concepto clave en el sintoísmo es 'kegare' (impureza o suciedad), algo contra lo que hay que luchar mediante rituales de purificación
Además, la limpieza es parte fundamental del budismo, que llegó de China entre los siglos VI y VII. "Todas las actividades de la vida diaria, incluida la limpieza del espacio, debe considerarse una oportunidad para practicar el budismo" explica Eriko Kuwagaki del Templo Shinshoji en Fukuyama, Prefectura de Hiroshima. Un concepto clave en el sintoísmo (religión nativa en el país que se basa en la veneración de espíritus de la naturaleza) es 'kegare' (impureza o suciedad), algo contra lo que hay que luchar mediante rituales de purificación, pues también se relaciona con la enfermedad (especialmente las infecciosas) y la muerte. Los ejemplos de esta purificación también abundan en la vida cotidiana: antes de entrar en un santuario sintoísta los fieles deben enjuagarse las manos y la boca.
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