Uno asciende cuando se deja cultivar por el amor,
y uno ama cuando se transfiere en cuerpo y alma,
porque en la donación del ser está el ejercicio,
que nos exhorta a levantarnos tras los desplomes,
a corregir errores y a enmendar abecedarios,
a encauzar caminos y a expandir la bolsa del cielo.
Necesitamos encontrarnos y reencontrarnos,
bajo un níveo firmamento de caricias entre sí,
y sobre esa esperanza de continuar el camino,
ensamblados al oficio litúrgico del verso que soy,
manado y emanado del mismo latir del corazón,
por el que enérgico me muevo y me conmuevo.
Inquieta no poder hallarse cara a cara con Jesús,
al que siento muy dentro cada día y en guardia,
justo al romper el alba y al ponerme en su camino,
pues nada tiene sentido sin su imagen silenciosa,
de estrella hacia mí, hacia cada uno de nosotros,
pues su espera en la cruz, no desespera, nos vive.
Hemos de regresar a su morada, somos su poesía,
su celeste métrica nos llama a ser eterna llama,
verdaderamente mansa y purificadora, alentadora
e inspiradora de un hogar para todos, donde nadie
es más que nadie y tampoco menos que ninguno;
después del martirio de aquí, la ascensión de allá.
Todo está en movimiento, nada permanece quieto,
vayamos ligeros de carga, con los brazos abiertos,
siempre dispuestos a la gracia de vivir desvividos,
por hacer de nuestra vida una entrega a los demás,
como lo hizo nuestro infalible hombre de palabra,
a través de su mística paz, envolvente en puro gozo.
Víctor Corcoba Herrero: Coreo: corcoba@telefonica.net
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