Compartiendo diálogos conmigo mismo



¡Amor siempre y por siempre amar! 

Quererse mucho, hasta absolverse.

No deseo la ruptura que me devora, 

que sobrepasa todo entendimiento, 

quiero la comprensión que trae paz, 

pues sí hay concordia hay victoria.


¡Unidos y reunidos, divididos nunca!

Que uno es vida por lo que aporta,

por la huella dejada como precepto, 

por lo vivido de corazón a corazón, 

por los mil latidos legados como luz, 

por las mil odas forjadas como ola. 


¡Perdona sin miedo, date tú el perdón!

No hay nada más dulce que la piedad. 

Silencio, hable el silencio, ¡callemos!,

que la escucha al amigo que no traiciona

es un momento de plenitud, de soledad, 

la mejor compañía para sentir a Dios. 


¡Que la voz del alma es Dios en mí, lo sé!

Nos hace falta tomar cognición de ello.

Del ser que soy, si es que quiero ser algo.

Porque al fin, uno es ese verso níveo, 

ese verbo que se conjuga con el pulso

de unos labios, tan tiernos como eternos. 



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