Rebeca siempre había dicho que deseaba tener un hijo varón.
Verlo
en su pequeña cuna, escuchar cada sonido del primogénito hacía que su
vida cobrara un nuevo sentido. Poder consolarlo y sobre todo cantarle
mientras lo contemplaba llorando en la cuna, peleando con el sueño,
deseando no claudicar ante el sonido envolvente, suave y tierno, dulce y
maternal que le arrullaba…
- No llores más mi amor, no llores más mi amor
Que aquí está mamá, y te voy a cuidar
No llores más mi amor…
Rebeca
recordaba que después de haber conocido a Gonzalo y tras un idílico
noviazgo universitario, ambos lograron graduarse en la escuela de
farmacia y después de pedir un préstamo, con la ayuda de ambas
familias, lograron conseguir bajo hipoteca una práctica casa para vivir y
poner también el negocio: una pequeña farmacia en la parte de abajo.
Sin
muchos lujos al inicio, comenzaron su vida como pareja atendiendo el
negocio que había sido también parte de su sueño en la universidad.
Pero el gran sueño de Rebeca no se cumplió fácilmente.
El
embarazo fue muy perturbador para la feliz pareja, 3 meses de
terribles achaques, y 5 meses en que Rebeca tuvo que mantenerse en
absoluto reposo porque Josué al igual que su ansiosa madre, estaba
desesperado porque su padre lo conociera.
El parto no fue menos turbulento...
Faltando
aún casi cuatro semanas, Josué ya no estaba dispuesto a que el
salbutamol o cuanta medicina alópata que le metían a su madre, lo
retuvieran.
Las contracciones empezaron un viernes a las 4 p.m., que para colmo cayó en quincena.
Las
calles aterradas de gente que iban y venían desesperadas buscando en
dónde poder gastar el dinero que les picaba en las bolsas y en las
carteras, rebuscando cuanto banco se viera un poco más vacío para hacer
fila y poder ir a cambiar el estorboso cheque, filas de autos en las
pistas, en las calles principales y en otras con menor importancia,
filas en los bares, en los restaurantes, en los parqueos y por supuesto
en los moteles. Pero a Josué, eso le valía un carajo, de que nacía…
nacía.
Rebeca
llegó descompuesta, no lograba mayor dilatación por más contracciones
que soportara en las tantas horas que habían pasado. El salbutamol
había hecho su trabajo.
El
doctor insistió que no necesitaba una cesárea, como les habían dicho
varios meses atrás los otros médicos. Además era una absoluta
vagabundería eso de parir operándolas, una moda que él no estaba
dispuesto a alcahuetear. No tenía por qué tener miedo de tantas cosas
que le dijeron sobre su embarazo, no había ningún riesgo, y además para
eso están hechas las mujeres: para parir. Nada del otro mundo.
-Fue un varoncito – anunció la enfermera al desesperado padre.
Rebeca nunca había visto a Gonzalo llorar. Pero esa noche Gonzalo lloró. Lloró tanto.
Y
cómo no iba a llorar si habían tenido que esperar tanto por Josué, y
habían pasado por tanto esos 8 meses. Claro que tenía mucho porque
llorar, sabiendo lo riesgoso que se había presentado el embarazo y la
emoción al saber que Josué estaba bien, y por supuesto por la emoción de
sentirse padre.
Rebeca
terminó su canto, vio a su bebé embelesada una vez más y caminó
silenciosamente hacia la ventana, y allí se quedó, contemplando la
cuna.
En
ese momento Gonzalo entró a la habitación, y vio a su bebé
profundamente dormido. Habría jurado que lo escucho llorar por un
momento, pero ya se había tranquilizado y dormía, seguramente soñando
con los angelitos.
- Descansa hijito, descansa. Papito te va a cuidar y sé que mamita nos cuida a los dos desde el cielo.
Rebeca respiró profundamente y desde la ventana… les sonrió.
Del libro “Cuentos para no dormir” de Flor Urbina.
Fanpage: Flor Urbina / Correo: florurbina@gmail.com

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