Valdivia ahora vive con su hija adolescente y decenas de personas que conoció hace poco, incluidos un locutor de radio acusado de incendiar una estación gubernamental, ocho menores y varios estudiantes universitarios.
Ella es quien aprueba el ingreso de los recién llegados a la propiedad; no acepta a los que han estado en prisión porque teme que puedan haber sido liberados a condición de volverse informantes.
En los primeros días de las protestas, con cientos de miles de personas en las calles, muchos observadores pensaron que Ortega —quien también gobernó Nicaragua durante buena parte de los años ochenta— sería destituido, pero la respuesta brutal del gobierno, que causó cientos de muertos, parece haber consolidado su poder.
A pesar de ello, los que huyeron no pierden el optimismo.
“No nos rendimos”, dijo Samuel Gutiérrez, de 13 años, quien llegó a la casa en Costa Rica primero en autobús y luego a pie después de huir de Nicaragua con sus padres. Samuel, quien sobrevivió a un ataque del gobierno a una iglesia donde murieron dos personas, no ha podido empezar la secundaria, dado que está aquí escondido en la propiedad.
“Sí vamos a regresar”, dijo el padre de Samuel, Orlando Gutiérrez, de 50 años, mientras un grupo de fugitivos asaba malvaviscos en la fogata. “Todos nosotros”.
Según la versión del gobierno nicaragüense, los manifestantes son terroristas y asesinos. Esos estudiantes que paralizaron el comercio cuando arrancaron adoquines de las calles y los usaron para construir barricadas en intersecciones en todo el país, de acuerdo con el discurso oficial, estaban armados y alineados con conspiradores golpistas de derecha bien financiados, entre los que se incluye a la Iglesia católica.
Un manifestante hace guardia en una casa de seguridad. También en las noches se turnan para hacer guardia.
De las 322 personas asesinadas desde que comenzaron las protestas, veintidós eran policías y unas cincuenta eran miembros del partido gobernante, el Frente Sandinista de Liberación Nacional, según una organización de derechos humanos nicaragüense ahora prohibida por el gobierno. Los manifestantes creen que muchas de esas personas murieron por fuego amigo o por intentos cínicos de culpar a la ciudadanía, armada principalmente con piedras y resorteras o tirachinas.
Para el verano, el gobierno había recuperado ventaja. En julio, la policía, con rifles de asalto en mano, demolió más de cien barricadas. Los amigos se habían vuelto infiltrados, la inteligencia policiaca había funcionado mejor de lo imaginado y los activistas fueron arrestados en sus propias casas o en escondites subterráneos por todo el país.
Al menos 565 personas siguen en prisión, algunas enfrentan acusaciones de homicidio y otras de actos que el gobierno considera terrorismo. Veintitrés mil personas más, como la Madrina, se refugiaron en la vecina Costa Rica.
Valdivia, quien inicialmente se ocultó en las montañas nicaragüenses, atravesó la frontera en agosto, tras una llamada sorpresiva. “Te voy a ayudar a salir”, le dijo su interlocutor.
La voz pertenecía al empresario nicaragüense Jorge Estrada, quien había huido a Costa Rica tres años antes, cuando el gobierno confiscó un desarrollo habitacional que estaba construyendo.
Los manifestantes en el exilio se reúnen en torno a una fogata.
Ahora Estrada dirige lo que se podría llamar una red clandestina; ha hecho los preparativos para que alrededor de seiscientas personas abandonen el país, dijo, y paga la renta de tres casas de seguridad, incluida esta, en Costa Rica.
Los fugitivos lo llaman Comando
“Ya sabes lo que pasa cuando los agarran: tortura y los asesinan”, dijo Estrada. “¿Cómo dar la espalda a algo así?”.
Un día de diciembre, Estrada apareció en la casa de seguridad con tres enormes charolas de huevos. Dijo que gasta alrededor de 200 dólares diarios únicamente en comida. Los exiliados consumen 9 kilos de arroz y casi 8 kilos de frijoles al día tan solo en este albergue, comentó Valdivia.
Todos se congregaron en torno a Estrada, impacientes por recibir alguna noticia que no hubieran averiguado aún por medio de Facebook y WhatsApp, donde abundan noticias falsas de la crisis.
El presidente estadounidense, Donald Trump, acababa de firmar la Ley de Condicionalidad de la Inversión en Nicaragua (NICA, por su sigla en inglés), que promete someter a Nicaragua a fuertes sanciones hasta que se restablezca el Estado de derecho.
En la casa de seguridad se usan sábanas para separar a las familias de los extraños y a los hombres de las mujeres.
“Si todo lo que está haciendo Estados Unidos, toda esta presión, no funciona para que este señor Ortega reaccione y se vaya, se viene una de las guerras más sangrientas que Nicaragua ha visto”, afirmó Estrada. Eso, siempre y cuando la oposición tenga armas.
“Armas no hay”, se lamentó Estrada. “Estados Unidos es el único que puede ayudar con eso y todavía no ha dado luz verde, como se dice”, agregó el empresario.
Al igual que Estrada, Valdivia tiene la esperanza anhelante de que Trump intervendrá, de que el líder republicano rescatará a Nicaragua del régimen de Ortega.
“Creemos en él”, dijo Valdivia. “Yo sé que Estados Unidos, al mirar que nos están matando, va a venir”.
Sin embargo, si la ayuda internacional no se materializa, los nicaragüenses no están interesados en el asilo político en Costa Rica, dijo la Madrina.
“Yo creo que casi todo mundo se va a regresar”, afirmó, “y aunque sea con piedras”.
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