Marlene Ramírez Berrocal:Andrés, Andrés

Licda, Marlene Ramírez Berrocal, soy precandidata a la 1ª Vice Alcaldía de Goicoechea. Como escritora, periodista y productora audiovisual, plasmo en esta crónica, la realidad de nuestro cantón, de sus distritos, de los jóvenes, niños, madres, padres, UNA REALIDAD QUE NO PINTO DE COLORES, CON MUÑEQUITOS DE PALITO, la realidad es gris en gran cantidad de hogares. 
Yo veo a la gente desde su humanidad y su espiritualidad, en constante lucha y estoy segura que desde la Municipalidad de Goicoechea ¡PODEMOS hacer grandes reformas por nuestros ciudadanos! 
Andrés, Andrés 
Cada paso de Giselle era como ir entrando en el cementerio. Para llegar a la sala, tenía que recorrer un largo pasillo desde su cuarto; ¡jamás lo sintió tan extenso, oscuro y frío! 
Eran las tres de la mañana y un escándalo la despertó de un sólo golpe, los latidos de su corazón se aceleraron, las manos en un instante estaban frías y sudorosas, los ojos totalmente abiertos, las piernas le comenzaron a temblar y se encogieron, deseosas de no tener que bajarse de la cama. 
¡Otro golpe! 
Escuchó que se rompía un vidrio, los cristales que caían resonaban en sus oídos, fue entonces que oyó los gritos de su hijo en la sala. 
-Maldita sea mi suerte- gritaba el muchacho- maldita la hora que me parieron, me cago en la hostia y en todos los hijos de puta- unido a cada maldición, descargaba la furia en contra de las sillas, la mesa, los sillones y todo lo que se le ponía en frente. 
Giselle se sentó en su cama, que no quería enfrentar: el miedo la sometía. 
Las advertencias fueron muchas, más que muchas, miles, así como miles las noches en vela, así como miles las palabras agotadas en espera de un cambio, así, como se le pide a un río que detenga su crecida, para que no destruya todo a su paso. 
Con las piernas temblorosas, lentas, sueltas de su cuerpo, se fue bajando de la cama, eran nuevas huellas sobre el mismo camino, - ¡hace tanto frío! - exclamó, y el frío liquido le salía por los ojos, ensombrecía sus pupilas, empañaba también los pensamientos. 
Sentimientos de dolor y angustia, comenzaron a clavar las dudas, -¿es mi hijo?- el más pequeño de los tres, él…prometió clavarme un cuchillo en la garganta. 
Los chillidos de Andrés traspasaban las paredes de las casas vecinas, del barrio, como gritos de lobo herido, como cuando se acerca la muerte ante un condenado. 
Entonces la mujer dio pasos cortos, como quien no quiere enfrentar su destino. Seis pasos daban a la puerta; ella arrastró sus pies en esa dirección, la espalda encorvada, abrazándose a sí misma, dando fuerzas a sus brazos ya cansados, cansados de querer detener el tiempo, cansados de elevarlos al cielo en busca de ayuda. 
Corrió el picaporte, muy silenciosamente, sin encender la luz, abrió la puerta, asomó un ojo por una rendija, todo estaba oscuro, el pasillo estaba aún más frío con la puerta abierta que da a la sala. 
Giselle sintió mil caballos al galope dentro de su pecho, las ideas corrían alborotadas, la infancia de su hijo, su cara de alegría en los cumpleaños, las risas del chiquillo cuando le hacía cosquillas en la panza, los zapatos pequeñitos, las camisitas del kinder y la primera vez que lloró cuando lo dejaron en la puerta de la escuela. Otro golpe la vuelve a la realidad oscura y triste, suenan vidrios rotos en la sala. 
Andrés, grita con más rabia- ¡Que me lleven todos los diablos a los infiernos, que venga el Satanás! Satanás vení, a ver qué pasa, sos un cobarde, no me querés llevar malparido. 
La madre va por la mitad del pasillo, asustada, llorando en silencio su desgracia, se pregunta y se responde, -¿yo tengo la culpa? pero siempre lo he querido; lo traté como a sus dos hermanos, él fue quien no quiso estudiar: siempre quería estar jugando mejenga con los vagos del barrio, lo pescaron fumando marihuana en los baños de la escuela, ¿yo tengo la culpa de eso? Y el tata, él nunca le jaló el aire, lo dejó en la calle de vago, nunca le ayudó en las tareas, nunca le dio un buen consejo, solo sirvió para pegarnos a todos y echar maldiciones por esta familia, prefirió largase, cobarde renegando de los hijos que engendró. 
El pasillo se acaba, así como los recuerdos, la realidad está de frente al encender la luz, la puerta famélica yace en el piso, las sillas del comedor rotas, algunas patas sobrevivieron al bombardeo sobre el vidrio de la mesa, pequeños pedacitos de vidrio se extienden sobre el piso, los sillones y la mesilla vieja donde estaba el cuadro de la familia feliz. 
Giselle mira pasmada a su hijo todavía rabioso, con los ojos rojos y las manos ensangrentadas, los pies descalzos, sin camisa, solo en calzoncillo, corre sangre también por sus delgadas piernas y con un trozo de vidrio en la mano, Andrés la vuelve a ver y le grita: Me voy a matar, la vida es una mierda, esos hijueputas me asaltaron, me quitaron todo, ¡no hay amigos! La madre no tiene palabras, respira lento, el aire miedoso exhala locura. 
Afuera suena una sirena, entonces, Andrés, piensa que su madre llamó a la policía: 
- Usted llamó a la policía vieja hijueputa, malparida, zorra, le he dicho muchas veces que no me provoque, usted no aprende, entienda, no me da la gana hacer su voluntad - la patrulla paró frente a la casa vieja y despintada, como la cara de la mujer, ella sale con más terror que nunca. 
Era la quinta o sexta vez que llegaba la patrulla a la casa, los vecinos eran quienes llamaban al 911, cada vez que Andrés, llegaba cruzado entre marihuana, cocaína y licor. Pero ella siempre defendía a su hijo, lo justificaba, siempre con pretextos, lograba que lo dejaran en la casa, borracho, drogado, amenazante, ella evadía las preguntas de los uniformados: 
-Él es un gûila, ahorita se compone, nunca le ha robado nada a nadie, es un buen muchacho- y los policías se iban, sin que Giselle levantara una denuncia.
Pero esta vez, la mujer vio que amanecía. Era un nuevo día, el día que le habían contado, el día del alivio, el día en que dejó de ser sorda y escuchó los consejos de sus amigas: 
─Un día ese muchacho te va a matar, tenés que hacer algo. 
Sí, los ojos de Andrés lo decían, ella sabía que si entraba a la casa sería su último día. 
Esa mañana, Giselle escuchó por primera vez las preguntas de los policías: 
─ ¿Cuántos años tiene usted señora? 
─Cuarenta- respondió, 
─ ¿Y su hijo? 
─Mi hijo: hoy cumple dieciocho… pueden pasar y llevárselo.



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