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Patrimonio histórico Centeno Güell es un tugurio

LA VOZ DE GOICOECHEA.- Un gran representante de la educación costarricense se cae. Huele a tristeza, a soledad, a abandono y, sobre todo, a irresponsabilidad. No obstante su precaria situación, también guarda olores especiales: a madera enmohecida que se resiste al paso del tiempo, a cerchas valerosas que se asemejan a Atlas sosteniendo a un mundo de pena, al herrumbre que emanan sus desgastadas latas de zinc que parecen decir “aquí estamos para protegerte”. 



El histórico edificio donde por más de 60 años estuvo el Centro de Enseñanza Especial Fernando Centeno Güell desfallece en el olvido y solo lo cubre una cinta amarilla de precaución. 


Su situación se parece a la de un ser humano que en su vigorosa vida útil fue aplaudido y admirado por su grandiosos lauros, pero hoy, en su ancianidad, fallece expuesto a vista y paciencia de miles de transeúntes, en plena avenida central de Guadalupe. 

Casi centenario. De acuerdo con la historia, este edificio fue construido en la década de 1920, totalmente de madera y su estilo arquitectónico contiene una fuerte influencia victoriana. 

Fue el señor Santiago Crespo, en representación del Comité Rotario Pro Ciegos, quien lo compró al agricultor guadalupano Mariano de Miguel Vallejo, en 1945, para albergar un centro de enseñanza especial. 

Sin embargo, las funciones de enseñanza especial se llevaban a cabo en San José, años atrás, propiamente en una escuela ubicada en el edificio Arena, en los alrededores del parque Morazán. 

Luego, el centro se trasladó al barrio González Lahmann a una casa alquilada al señor Matute Gómez, donde estuvo un par de años. Precisamente, de este último lugar fue trasladado a la ciudad de Guadalupe, a cumplir su gran misión. 

La edificación aún cuenta con una placa metálica, colocada hace 48 años, que expresa: “Como homenaje al gran maestro Fernando Centeno Güell, quien dio parte de su vida para que en el futuro de todo niño desvalido haya una luz de esperanza. 21 de noviembre de 1969”. 


No todo está perdido. El edificio tiene un valioso as bajo la manga. Cuenta a su favor con el decreto número 20628-C, del 5 de agosto de 1991, donde el presidente de la República de ese entonces, Rafael Ángel Calderón Fournier, y su ministra de Cultura, Aida Faingezicht Waisleder, lo declaran de interés histórico- arquitectónico. Dicha declaratoria prohíbe la demolición del inmueble e, igualmente, su remodelación parcial o total sin la autorización del departamento de Patrimonio Histórico del Ministerio de Cultura Juventud y Deportes. 

De acuerdo con la ley de patrimonio “será sancionado con prisión de uno a tres años quien dañe o destruya un inmueble declarado de interés histórico-arquitectónico”. 

El daño causado por el incumplimiento del propio Estado, que irónicamente fue de donde procedió la declaratoria, ya está hecho. No fue un incendio ni un fuerte temblor lo que convirtió a aquel glorioso centro de estudios en un tugurio. Fue el pasar del tiempo con la complicidad de los políticos del momento. 

Una verdadera pesadilla ante aquel lúcido y, posiblemente soleado, 17 de setiembre de 1947, cuando, oficialmente, con el corte de una cinta, se inauguró, como centro de estudios, lo que fue y sigue siendo una joya nacional. 

Atrás quedaron las voces de los educadores y la complacencia de sus infantiles alumnos, los ruidos de los bastones cuando guiaban entre los pisos y paredes de madera a los aprendices, los sonidos de algún instrumento musical que provocaron sonrisas infantiles y las satisfacciones de padres e hijos con problemas de audición que iniciaban una nueva vida al empezar a entablar diálogos por medio de las avanzadas técnicas de comunicación de la época. De sus viejas maderas aún afloran y se perciben momentos mágicos. 


Escrito por

Daniel Madrigal Sojo
Abogado y periodista.

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